Tú fuiste la primera

Opinión
/ 29 agosto 2022
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Ésta es una historia de ayer. De muy ayer.

Eran otros tiempos.

Todos los tiempos son otros tiempos. Decía Manrique:

“... Pues si vemos lo presente, cómo en un punto se es ido y acabado, si juzgamos sabiamente daremos lo no venido por pasado...”.

Explicación mejor del tiempo no se podría hallar ni disponiendo de mucho tiempo.

Otros tiempos se vivían, digo. La ciudad era pequeñita, y por tanto su alcalde podía darse lujos que ya no pueden darse los alcaldes de hoy. Uno de ellos era acudir todos los días, muy de mañana, a la cárcel municipal a ver quién había caído ahí en el curso de la noche, para juzgar sus casos en forma personal.

Llegó aquella mañana el señor alcalde y se enteró de que no había más detenido que el borrachín del pueblo, asiduo parroquiano de la ergástula.

-¿Otra vez aquí, Juanillo? -le preguntó.

-Señor -respondió con tartajosa voz el temulento-. No soy hombre de costumbres veleidosas.

-Ya lo veo. Deberás salir a la fajina cuatro días, y pagar además un peso de multa.

La fajina... Decir “fajina” es lo mismo que decir “faena”. Así se llamaba a la cuerda de presos que salía todas las mañanas a barrer las calles de la ciudad. Tal pena debía ser un ejemplar correctivo para los latosos, pues se les exponía al general ludibrio, y además la municipalidad se ahorraba el costo de la limpieza pública. Entonces no había Comisión de Derechos Humanos, y se podían hacer cosas que ahora ya no se pueden hacer.

-Lo de la fajina como quiera -respondió el borrachín tras escuchar la expedita sentencia del alcalde-. Pero el peso de la multa ¿de dónde lo voy a sacar? No tengo ni un cinco. Y si uno tuviera lo gastaría en curarme la cruda.

-Ve a la calle -dictaminó el alcalde- y pídele el peso al primer pendejo que te encuentres.

-¿O pendeja? -inquirió el reo.

-Lo que sea -concedió el alcalde-. Pendejo o pendeja, da lo mismo. Pero deberás pagar la multa, Juanillo.

Salió apresurado el ebrio. Para sorpresa de todos volvió poco después, y muy orondo puso en manos del alcalde el peso de la multa.

Transcurrió sin novedad el resto de la mañana. A mediodía el señor munícipe fue a su casa a comer, como hacía todos los días. Lo recibió con una pregunta su mujer.

-¿Para qué querías el peso que me mandaste pedir con Juanillo?

El alcalde alzó los ojos al cielo, suspiró y dio salida luego a estas palabras llenas de cristianísima resignación:

-¡Bendito sea Dios! ¡Tú y yo fuimos los primeros pendejos que se halló!

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Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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