Ucrania: los motivos del lobo
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Antes de hacer cualquier consideración geopolítica o de revisar la crisis de Ucrania a la luz de lo que podría significar para México, habría que poner por delante la enorme tragedia que representa en términos de dolor humano, ahora e incluso mucho después de que políticos y militares lo den por “terminado”. Millones de iraquíes y sus vecinos siguen pagando el precio de la intervención en aquel país; los Balcanes no acaban de cicatrizar odios y desarraigos sembrados hace treinta años; y los migrantes sirios y armenios han sido actores de una sufriente diáspora, por mencionar algunos casos. Millones de ucranianos están siendo víctimas de una infamia que podría modificar trágicamente el resto de sus vidas.
La invasión militar del territorio y la agresión contra un pueblo vecino tiene que ser condenada sin cortapisas, desde luego. La atrocidad moral que supone victimizar a una población civil, lo que está haciendo Vladimir Putin al recurrir a las armas para resolver una disputa, es inaceptable en el mundo tan globalizado e interdependiente en el que vivimos. “Soluciones” del siglo 20 traídas al siglo 21. Las sanciones y condenas que puedan esgrimirse para presionar un alto al fuego y llevar al Jefe de Estado ruso a una mesa de negociaciones son claves en esta coyuntura.
Pero dicho lo anterior, y justo porque habría que resolverlo en una mesa de negociaciones, tendríamos que considerar la lógica del reclamo ruso. Por más que debamos tachar de reprobable lo que ahora está haciendo, no habrá manera de resolver el fondo del conflicto si no se abordan los agravios de los que dicen ser víctimas ambas partes. La medida de Putin puede ser irracional e inaceptable, pero habría que analizar las razones por las cuales él cree que ya no hay otras vías de negociación para plantear sus reclamos. Si no se aborda así, cualquier tregua será pasajera. Argumentar que fue a la guerra porque es un hombre perverso y encabeza un gobierno autoritario, incluso si lo fuera, nos condena a una visión maniquea, de buenos y malos, que conduce a juegos de suma cero, en los que el triunfo de la causa “buena” exige la eliminación del adversario.
Los motivos rusos podrían segmentarse en dos temas. Por un lado, el que atañe al conflicto histórico y territorial en torno a Ucrania. Rusos y ucranianos han formado parte de unidades políticas comunes a lo largo de siglos, pese a tratarse de dos pueblos distintos, lo cual de entrada complica los temas de identidad y pertenencia política. Pero en atención a la brevedad asumamos que el actual conflicto remite directamente a la última crisis: la anexión de Crimea y en particular los acuerdos de Minsk en 2014 relativos a Donetsk y Lugansk, las “repúblicas” filo rusas del este de Ucrania que Moscú reclama. Se trata de zonas en las que la mayor parte de la población habla ruso, profesa la variante religiosa rusa y, en general, se identifican con el pueblo ruso. Los ánimos separatistas los llevaron a declararse república autónoma, lo cual no fue reconocido por Kiev y derivó en una resistencia civil y armada en la que la población llevó la peor parte. La presión por la violencia resultante desembocó en la firma de los acuerdos de Minsk, bajo los cuales Kiev se comprometía a otorgar mayor autonomía, cesar la política nacionalista y retirar las fuerzas mercenarias que había introducido en la región. En los últimos años, Moscú se ha quejado de que lejos de garantizar los acuerdos, el gobierno ucraniano no ha otorgado las autonomías prometidas, ha condenado a la pobreza a la zona y ha mantenido la represión contra los focos de resistencia. Incluso la prensa occidental reconoce en cerca de 20 mil las víctimas del conflicto en esa zona, cifra que las fuentes rusas multiplican a conveniencia para acusar de genocida al gobierno de Kiev. Esa es la información que recibe la opinión pública rusa y el combustible que alimenta la indignación de Putin.
Los otros motivos son geopolíticos, y probablemente pesan aún más en el ánimo de Putin que las razones “humanitarias” que esgrime. El líder ruso rechaza un mundo tutelado por los intereses de Estados Unidos; sostiene la preeminencia de un orden internacional multipolar en el que China, Europa y Rusia además de Norteamérica participen como iguales. Una y otra vez ha cuestionado la impunidad con la que Estados Unidos se ha permitido desencadenar guerras o invasiones al otro lado del planeta, como en Irak o en Libia, provocando consecuencias de las que no se hace cargo. Ahora se indigna porque su intervención sea condenada, a pesar de que, a su juicio, a diferencia de Estados Unidos, responde a una amenaza directa a su frontera. El hecho de que el gobierno de Ucrania deseara incorporarse a la OTAN y en esa medida prestar su territorio a una presencia militar de las fuerzas aliadas, ha sido tomado como una transgresión inadmisible a la seguridad nacional de Rusia. De allí el deseo de deponer al gobierno de Volodimir Zelenski. No es casual que justamente esa, dar la espalda a la OTAN, sea la exigencia que encabeza la lista de las condiciones que dio Moscú este fin de semana para el cese de las hostilidades.
En suma, la decisión tomada por Putin al invadir a Ucrania es inaceptable, podríamos incluso considerar inválidos los motivos que esgrime, pero el hecho es que los tiene y cree en ellos, como lo hace una buena parte de la opinión pública rusa, tenga o no la información correcta. Y con eso habrá que bregar si se desea construir una paz duradera.
Respecto a lo que a nosotros compete, serán días difíciles para México. Suelen ser binarias las lógicas de la “guerra fría” en la que esta crisis nos instala. En las guerras no hay más que amigos y enemigos. Cualquier duda o matiz puede ser interpretado como un acto desleal o incluso de traición; y ciertamente nuestro País es considerado por Washington como un privilegiado socio comercial y, cuando conviene a sus intereses, miembro de Norteamérica. La declaración oficial de México hasta ahora ha sido digna y geopolíticamente correcta.
Por lo demás, para el gobierno de López Obrador las turbulencias económicas que provoca esta crisis podrían ser graves a corto y mediano plazo. Una desgracia adicional que se suma a los efectos de la pandemia e impacta negativamente en las esperanzas de la 4T de generar una mejoría significativa al bienestar de los mexicanos, en especial de los más necesitados. A mediano plazo, sin embargo, habría que señalar que las tensiones que introduce esta crisis en las redes de abastecimiento e interdependencia de Estados Unidos con Asia confirman el valor de un socio estratégico para sustituir tal dependencia con fuentes confiables y cercanas, como lo es el territorio mexicano. Una oportunidad, pese a los turbulentos tiempos, que se abre a nuestro País, a condición de saberla aprovechar.
@jorgezepedap