Un nuevo reto, global
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Si vemos los grandes problemas locales, de Coahuila, de cualquier otro estado, los de nuestro país o los del mundo, nos daremos cuenta de que son muy parecidos; cambian las latitudes, la escala y complejidad, cambian las características de las poblaciones y los ecosistemas, pero los retos y problemas son prácticamente los mismos.
Pobreza, violencia, inseguridad que afecta desproporcionadamente a las mujeres, poco acceso a educación y empleo para las juventudes, escasez alimentaria y una emergencia climática que va en ascenso, generando otras consecuencias ambientales.
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El mundo parece estar en un punto de inflexión, enfrentando una crisis ambiental y una crisis económica, de desigualdad. Y, en este contexto... en un momento en el que incluso las mentes más optimistas de mi generación parecen estar perdiendo la esperanza de que las cosas pueden cambiar, tomé una decisión que quiero compartir aquí hoy.
Después de cinco años en el Centro para el Crecimiento Incluyente, en donde pude constatar el enorme poder de la tecnología y el conocimiento en la búsqueda del progreso humano, me he unido al Banco Mundial, una institución dedicada a resolver los mayores retos económicos, ambientales y sociales, con una visión y un alcance global.
Las estadísticas son claras: no hemos avanzado lo suficiente en equidad de género y oportunidades para los jóvenes. Tampoco hemos logrado avanzar en la gran mayoría de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, cuyas metas se establecieron desde hace casi una década, hacia el año 2030.
En esta nueva etapa de mi vida profesional—como asesor especial para el director general en materia de políticas de desarrollo, alianzas, innovación y tecnologías digitales— estoy convencido que puedo aportar mi experiencia y esfuerzo para avanzar en la misión de erradicar la pobreza y garantizar un planeta habitable para nuestras futuras generaciones.
Estoy convencido que, en mancuerna con aliados locales, podemos empoderar a las mujeres y ponerle un alto a todas las violencias e inequidades que enfrentan, y que podemos construir un mejor presente para nuestras juventudes.
Desde su sede en Washington, el Banco Mundial hoy se prepara para innovar, para buscar hacer las cosas de nuevas maneras, buscando formas de estirar cada dólar, cada idea, para maximizar el impacto en la vida real de las personas. Estamos forjando nuevas alianzas, apostando por un futuro verde y sustentable, y abriendo puertas al sector privado para que juntos podamos ir más lejos.
No soy ingenuo. Entiendo que ninguna persona o institución puede lograr grandes transformaciones por sí misma. Entiendo también que los problemas son muchos y muy serios. Pero me niego a pintar un futuro sombrío.
En cada rincón de México veo la chispa de la esperanza y la innovación. Desde las y los artesanos emprendedores en Chiapas, los agricultores en el Valle de México, o hasta las jóvenes coahuilenses especialistas en energía, medioambiente y género.
Veo a muchas mexicanas y mexicanos listos para participar en la construcción de un mejor mañana. Lo mismo veo en otras latitudes. Cambia el idioma, pero no la esperanza ni el esfuerzo.
Cada día me encuentro con personas y organizaciones que están impulsando soluciones innovadoras, que nos muestran que el cambio ya está sucediendo; que son un testimonio del ingenio y la determinación, como el que caracteriza a nuestra gente.
Falta quizás lograr amalgamar esfuerzos que hoy se realizan de manera aislada, falta integrar visiones más empáticas y colaborativas; falta terminar de entender que el problema del otro sí es nuestro problema y nuestra responsabilidad.
Los desafíos son enormes, sí, pero también lo son nuestras ganas de superarlos. Como mexicano, y como coahuilense, me siento orgulloso de representar a nuestro país nuevamente en una de las instituciones con mayor impacto a nivel global.
A los lectores: espero que me acompañen por aquí en esta nueva etapa. Espero continuar el diálogo sobre los retos locales y globales; y que el diálogo sólo sea el primer paso en ese camino hacia el futuro sostenible y justo que nuestras hijas e hijos merecen.
Más que nada, espero que pasemos más allá de los objetivos ambiciosos o soñadores, y que cada uno, desde nuestras trincheras, podamos hacer de estas metas, nuestro día a día.