Una Nobel lucha entre tecnología y educación
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La atracción de inversiones, el desarrollo de clústeres industriales y la llegada de nuevas empresas a nuestra tierra, normalmente vienen acompañadas de una promesa: mejores empleos para quienes más los necesitan.
Pero, ¿qué clase de trabajos podríamos anticipar con el posible arribo de gigantes como Tesla a nuestra región?, ¿cómo impactaría este auge industrial en los salarios de nuestros trabajadores?, ¿y cómo podríamos capacitar de manera óptima a nuestros jóvenes para este inminente futuro?
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En el ámbito de la economía laboral, Claudia Goldin, una destacada economista de Harvard, ha liderado el diálogo sobre la relación entre tecnología, educación e ingresos, analizando a fondo los cambios que en esta relación se han dado a lo largo de las décadas.
Hace un par de semanas, Goldin fue galardonada con el Premio Nobel de Economía 2023, por sus aportaciones para entender precisamente las dinámicas laborales ligadas a la educación, la inmigración, el cambio tecnológico, y sobre todo, las brechas de género.
Y quizás el trabajo de Goldin puede ayudarnos a entender el momento económico que vive Coahuila.
Durante gran parte del siglo XX, la relación entre avances tecnológicos y educación fue una historia de beneficio mutuo y progreso. Con la llegada de máquinas y computadoras a los centros de trabajo, creció la demanda de mano de obra especializada. Los trabajadores, reconociendo esta tendencia, se volcaron hacia la educación, adquiriendo habilidades para operar estas herramientas sofisticadas. El resultado fue una época dorada de prosperidad compartida: la productividad se disparó y los salarios de los trabajadores crecieron a la par.
Sin embargo, al llegar los años 70, esta relación armónica comenzó a desvanecerse. La naturaleza de los avances tecnológicos cambió, evolucionando a un ritmo que dejó atrás incluso a los más estudiosos. La automatización comenzó a reemplazar no solo el trabajo manual, sino también tareas cognitivas repetitivas. El mercado laboral, que antes buscaba trabajadores educados, se volvió más selectivo y polarizado.
Goldin, junto con otros expertos, ha examinado este cambio de paradigma, el cual radica en la velocidad y naturaleza del cambio. Mientras la tecnología avanzaba a pasos agigantados, los sistemas educativos se quedaban atrás, atrapados en burocracias y pedagogías desactualizadas. ¿El resultado? Un creciente abismo entre las habilidades de los trabajadores y las que los empleadores buscan.
Este abismo tiene implicaciones profundas, no solo para nuestros trabajadores, sino para la sociedad coahuilense en su conjunto.
La desigualdad de ingresos, un tema marginal en el discurso económico, ahora es central, representando un desafío para la estabilidad social y el crecimiento futuro. Los más acomodados, con acceso a la mejor educación, continúan beneficiándose de la tecnología, mientras que los menos privilegiados se quedan atrás.
Para enfrentar estos desafíos, debemos reinventar la educación misma. El trabajo de Goldin nos insta a hacer que nuestros sistemas educativos sean más ágiles, flexibles e incluyentes. El objetivo no es solo producir graduados, sino cultivar estudiantes de por vida, preparados para adaptarse a un mercado laboral en constante cambio.
Atender este desafío no es imposible. En Coahuila tenemos ya varias iniciativas que unen a la academia con la industria, programas de entrenamiento y educación continua. Pero hay mucho que hacer todavía para eliminar barreras que limitan el acceso a educación de calidad para los menos privilegiados. En este esfuerzo, la tecnología puede ser una aliada, democratizando el acceso a conocimiento y oportunidades.
La batalla entre tecnología y educación no es un juego de suma cero. Nuestras políticas e instituciones deben evolucionar al ritmo de la tecnología. Como afirma Goldin, el camino hacia un futuro más equitativo está en combinar educación y tecnología para que los frutos del progreso sean de verdad compartidos.
arturo.franco.hdz@gmail.com