Un poeta de Lagos. Otro
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El cronista vive gratísima vida de viajero. Juglar y vagabundo, va y viene, viene y va por todos los puntos cardinales de su patria. Lleva en la solapa una rosa de los vientos.
Quien esto escribe es un cómico de la legua, lo reconoce ufano. Eso de andar en la farándula es deleitosa andanza. En tal oficio ando. Feliz aquél que se gana la vida con el feliz contentamiento con que la gano yo.
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Digo todo eso no para alzar envidias, sino como proloquio al relato de mi última salida. La hice a Lagos de Moreno, Jalisco. Dos muy amadas sombras tengo ahí. Una, la de aquel boticario de sueños y de ensueños que se llamó Francisco González León. Poeta de excelsas nimiedades, se adelantó tímidamente a muchas de las audacias de Ramón López Velarde. La otra sombra querida es la del Padre Agustín Rivera, cura comecuras, católico jacobino. Hace unos días escribí que tengo entre las rutilantes joyas de mi biblioteca la edición príncipe de un alegato salido de su pluma. En él demanda don Agustín que la lengua latina sea enseñada a los niños, a las mujeres, a los indios y a los pobres. Ninguna razón hay, razona el señor cura, para que algo tan bello como el latín sea privilegio de unos cuantos.
Los laguenses, cristeros cristianísimos, llevan con cristiana paciencia el peso de la leyenda del alcalde de Lagos, que construyó un puente en la ciudad y luego le puso la inscripción famosa: “Este puente se hizo en Lagos y se pasa por arriba”.
En toda aparente sinrazón hay siempre una razón. La frase del alcalde tenía su razón de ser. He aquí que los habitantes de San Juan de los Lagos afirmaban que el puente de Lagos de Moreno se había hecho con dinero de ellos. Al decir: “Este puente se hizo en Lagos” el alcalde afirmaba que de Lagos eran los dineros con que la obra se pagó. Ahora bien: quienes cruzaban el puente debían pagar peaje. Algunos, para evadir el cobro, pasaban el río por el vado en vez de usar el puente. De ahí la segunda parte de la frase: “... y se pasa por arriba”. ¿Verdad que es verdad que en toda sinrazón hay siempre una razón?
En este viaje a Lagos de Moreno descubrí la amabilísima figura de don Celestino González. Nacido en 1802 vivió casi 100 años. Todavía a los 80 engendró un hijo. Mis respetos. Tenía 34 cuando casó por primera vez, con una doña Rosalí, viuda ella. Poco tiempo después la viuda lo dejó viudo. Quiero decir que se murió. El dolor por el tránsito de su señora inspiró unos sentidos versos a don Celestino, que con esa endecha comenzó su carrera de poeta. Los podrás leer mañana aquí mismo. (Seguirá).