Una cuarteta de cuatro (De otras no hay)

Opinión
/ 5 julio 2022
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San Antolín es un santo olvidado. Según van las cosas en la Iglesia, dentro de pocos años también San José, y San Antonio, y San Juan serán santos olvidados. La Iglesia de hoy es “Cristocéntrica”, lo cual está muy bien: así debe ser. Lo que está mal es que con ese pretexto la Santa Madre -o por lo menos sus tornadizos hijos- no tome en cuenta ya a los hombres y mujeres que siguieron el ejemplo de Cristo y su doctrina. Hay más Santos ahora en el futbol que en los altares. Pero en fin...

San Antolín es español. Se le venera especialmente en Burgos. Su devoción ha desaparecido, en buena parte porque San Antolín era el patrono de los ballesteros, y ya no hay ballesteros. Santa María Magdalena, por ejemplo, santa patrona de las mujeres casquivanas, sigue existiendo porque... Bueno, sigue existiendo. Pero en la Edad Media tuvo San Antolín muchos devotos, y sus reliquias eran sumamente apreciadas. Seis cráneos suyos se veneraban en España, y otros tantos en Francia.

Cosa curiosa: en México recibió también devoción este San Antolín. Cerca de Perote, Veracruz, tuvo capilla. De muchas partes de la sierra acudía gente a rendirle culto una vez cada cuatro años. Digo cada cuatro años porque la fiesta de San Antolín, por desventura que también contribuyó a disminuir el número de sus adeptos, caía en 29 de febrero, fecha de su martirio. Por tanto San Antolín tenía novenario cada cuatro años, nada más. Cuando llegaba su fiesta el capellán debía recordar otra vez al pueblo quién había sido ese santo, pues a la gente ya se le había ido de la memoria.

Hubo un señor en Perote, sin embargo, que conservó siempre su fe en San Antolín, aunque su celebración fuera bisiesta. Era un humilde agricultor. Humilde porque se dedicaba a cultivar un producto de poco prestigio y dignidad: el camote. ¡Cuántas injusticias se cometen con este sencillo tubérculo! Ni siquiera tiene el prestigio de la papa. Sabritas, por ejemplo, no fabrica hojuelas de camote, ni las empaca en esas bolsas de papel metálico tan llamativas. Ya casi nadie regala camotes de Puebla, pues quien recibe tal obsequio piensa que el regalo es un albur.

Sucedió cierto día que una mala ráfaga de viento derribó la imagen de San Antolín en su capilla de Perote, con lo que su peana se quebró. El sacristán no hallaba el modo de volver a poner la imagen en postura vertical, hasta que halló una manera bárbara de hacerlo: clavó una estaca en la parte posterior del humillado santo, e hizo en la pared un agujero, y en él metió el otro extremo del fementido palo. Mal artificio aquel, pero tenía la ventaja de que no se veía.

El que sí lo vio fue aquel humilde agricultor que dije, el de los camotes, dicho sea con el mayor respeto. Le dijo al sacristán que estaba muy mal lo que había hecho: aquello era una falta de respeto al santo. Pero el chupacirios alegó que para tener en pie al santo se necesitaba otra peana, y no había manera de comprarla. Sólo con ese palo podía el santito mantenerse en pie.

Entonces el humilde agricultor hizo un solemne voto; lo escribió en un retablo y lo puso al pie de la bendita imagen. Decía así su promesa:

“San Antolín de Perote,

te pido un favor sencillo:

si se da bien el camote

te desempalo el fundillo”.

No sé si el santo le concedió el favor a su tan fiel devoto. Espero que le haya hecho el milagro. Una fe tan grande es muy difícil encontrarla ya.

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