Una historia de ayer. De muy ayer

Opinión
/ 20 diciembre 2023

Eran otros tiempos.

Todos los tiempos son otros tiempos. Decía Manrique:

“...Pues si vemos lo presente,

cómo en un punto se es ido y acabado,

si juzgamos sabiamente

daremos lo no venido por pasado...”.

TE PUEDE INTERESAR: Nacimientos: Lecciones navideñas

Explicación mejor del tiempo no se podría hallar ni disponiendo de mucho tiempo.

Otros tiempos se vivían, digo. La ciudad era pequeñita, y por tanto su alcalde podía darse lujos que ya no pueden darse los alcaldes de hoy. Uno de ellos era acudir todos los días, muy de mañana, a la cárcel municipal a ver quién había caído ahí en el curso de la noche, para juzgar sus casos en forma personal.

Llegó aquella mañana el señor alcalde y se enteró de que no había más detenido que el borrachín del pueblo, asiduo parroquiano de la ergástula.

-¿Otra vez aquí, Juanillo? −le preguntó.

-Señor −respondió con tartajosa voz el temulento−. No soy hombre de costumbres veleidosas.

-Ya lo veo. Tendrás que hacer fajina cuatro días, y pagar un peso de multa.

La fajina... Decir “fajina” es lo mismo que decir “faena”. Así se llamaba a la cuerda de presos que salía todas las mañanas a barrer las calles de la ciudad. Tal pena pretendía ser un ejemplar correctivo para los latosos, pues se les exponía al general ludibrio, y además la municipalidad se ahorraba el costo de la limpieza pública. Entonces no había Comisión de Derechos Humanos, y se podían hacer cosas que ahora ya no.

-Lo de la fajina como quiera −respondió el borrachín tras escuchar la expedita sentencia del alcalde−. No es la primera vez que la hago, ni la última, seguramente, que la haré. Pero el peso de la multa ¿de dónde lo sacaré, señor alcalde? No tengo ni un cinco, y si uno tuviera lo gastaría en curarme la cruda.

-Ve a la calle −dictaminó el alcalde− y pídele el peso al primer pendejo que te encuentres.

-¿O pendeja? −inquirió el reo.

-Lo que sea −concedió el alcalde−. Pendejo o pendeja, da lo mismo. Pero deberás pagar la multa, Juanillo.

Salió apresuradamente el ebrio. Para sorpresa de todos volvió poco después. Muy orondo, puso en manos del alcalde el peso de la multa. Gratamente sorprendido por el pago el alcalde le condonó al borracho los cuatro días de fajina, y además le regaló diez fierros para que se curara la cruda. También el alcalde sabía de esas penalidades.

TE PUEDE INTERESAR: De fajas, bloomers y demás: el Saltillo de 1946

Transcurrió sin novedad el resto de la mañana. A mediodía el señor munícipe fue a su casa a comer, como hacía todos los días. Lo recibió con una pregunta su mujer.

-¿Para qué querías el peso que me mandaste pedir con Juanillo?

El alcalde alzó los ojos al cielo, suspiró y dio salida luego a estas palabras llenas de cristianísima resignación:

-¡Bendito sea Dios! ¡Tú fuiste la primera pendeja que se halló!

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM