Una manera de iniciar a los niños con la lectura: el haikú
Komorebi. Vamos a definir lo que significa esta palabra. Imaginemos encontrarnos en un bosque. Es un día claro, el cielo de un azul de estreno y la brisa acaricia el rostro. Volvemos la vista hacia arriba y descubrimos que a través de los árboles se ha filtrado una luz. Es la luz del sol en ese día cálido y brillante.
La luz que se filtra a través de los árboles es conocida en Japón con una palabra: Komorebi. La magia que tienen las palabras, unidas nos ofrecen relatos, historias, cuentos. Nos dibujan personajes; nos dan el escenario de una acción. Nos colocan en hechos de aventura y nos invitan a leer poesía.
¿Cómo olvidar el momento mágico en que supimos qué había detrás de unir una letra con otra? El significado de una historia, el retrato de una persona, una acción en medio de la desesperanza. Federico García Lorca dijo un día que “poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que podrían juntarse y que forman algo así como un misterio”.
Las palabras nos invitan a andar por los caminos. A recrear ambientes, disfrutar cómo la luz amanece al día y cómo el atardecer se convierte en un maravilloso abanico de tenues colores o encendidas llamas.
La poesía que nos viene de Japón, la breve composición del haikú, que escrito en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, respectivamente, nos trasladan a la imaginación sobre la naturaleza.
En la primera parte se escribe la época en la que se sitúa el poema: ya sea la primavera, el otoño, el invierno o el verano. Y luego, brincamos a un momento de actividad: algo que hace un ruiseñor; lo que para nosotros representa una rosa; el cielo lleno de nubes o la noche estrellada.
Así, el haikú representa brevemente un instante de la realidad de cada uno de nosotros, algunos hechos con humor, otros con nostalgia, otros con melancolía, otros con alegría.
Leer nos permite adentrarnos en mundos que desconocíamos y que nos sitúan en realidades y con personajes que nos ayudan a entender el propio mundo que habitamos.
Cuando leemos, como cuando escribimos, encontramos el retrato de la realidad que puede estar llena de fantasía, de emociones, de alegría. También nos invita a pensar, a crear.
Cuando leemos haikús, nos encontramos con la sorpresa de que se expresa con palabras muy parecidas a lo que tenemos en la mente para hacer una fotografía del momento. Describir es, dicen, pintar con palabras.
Lluvias de mayo / y de pronto, la luna / entre los pinos, de Oshima Ryota.
Lluvia de anoche / cubierta esta mañana / por la hojarasca, de Sogui.
El ruiseñor / posado en el ciruelo / desde hace siglos, de Onitsura.
Hermosas imágenes en estos tres ejemplos. Todo es pintar con palabras. ¿Cómo voy a describir la mañana? El atardecer, los días de otoño, el gélido invierno.
En una ocasión preguntaron a José Emilio Pacheco, en una charla con cibernautas del periódico El País:
—Tengo dos hijos en edad de preguntarlo todo. Si un día me preguntan qué es la poesía, ¿qué les digo?
El escritor contestó:
—Tus niños lo saben mejor que nosotros. Piensa en que a los dos años te preguntan: “¿Adónde van los días que pasan?”. Allí está la poesía. Creo que en vez de una definición enciclopédica podemos leerles un haikú, género que les encantan y dominan mejor que los poetas profesionales: “Al huir, la luciérnaga dejó el viento en mi mano”.
Si en esta época, al igual que entonces, nos ponemos con los niños, los adolescentes, los jóvenes, a hacer haikús, haremos de su vida un sitio más agradable donde habitar.
Encuesta Vanguardia
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