Una pasión contrariada; una anécdota sobre Tomás Berlanga

Opinión
/ 13 septiembre 2023

México estaba ya en plena paz porfiriana. Las luchas intestinas por el poder se habían sosegado, y el recio y astuto don Porfirio había consolidado su férrea dominación. Con esa paz, con la seguridad en los caminos obtenida merced a la acción draconiana de una policía rural inexorable que colgaba a los salteadores ahí donde los encontraba, el país había entrado en una etapa de reconstrucción después del largo periodo de luchas civiles, de intervenciones extranjeras y de asonadas, motines y revueltas de todo orden que habían mantenido en constante inquietud a los mexicanos desde que ganaron su Independencia.

Esa paz explica que el 13 de enero de 1886, también bajo la égida protectora de don Julio Cervantes, se haya constituido la Cámara de Comercio de Saltillo. El comercio, ya se sabe, florece para muy pocos comerciantes en época de guerra, y para muchos en épocas de paz.

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Felices años aquellos del 86. Todo el Poder Ejecutivo del Estado se componía de once personas: el propio Gobernador, un Oficial Mayor, un Secretario Particular (que, dicho sea entre paréntesis, vivía en el mismo domicilio de su jefe), un Oficial Primero y un Segundo, un escribiente, un archivero y dos conserjes. Por ley, los encargados del Poder Ejecutivo debían dedicar 11 horas diarias a la atención del público: de 8 de la mañana a 2 de la tarde y luego de las 15 a las 20 horas.

Igual personal que el del Ejecutivo tenía la Tesorería del Estado. Lo formaban el Tesorero, que en ese tiempo era don Amado Cavazos; tres Oficiales (Contaduría, Correspondencia y Contribuciones); un escribiente; un visitador de Hacienda; dos auxiliares; un Recaudador de Rentas y un conserje.

El Ateneo Fuente, entonces dependencia del Gobierno, tenía más personal que el Poder Ejecutivo y la Tesorería juntos: un Director, un Secretario, un prefecto, un celador, 15 catedráticos, y −como había alumnos internos− un médico, un cocinero, un portero, un mozo y dos lavanderas. Por cierto que el cocinero se llamaba Bartolo, Librado el portero, Basilio el mozo y Ruperta y Eusebia las cocineras.

En 1886 era director del Ateneo el señor licenciado Blas Rodríguez, que además enseñaba Jurisprudencia en el mismo Colegio. Don Dionisio García Fuentes era el médico del plantel y su maestro de Historia Natural. Profesor de Química era su hermano, el doctor Jesús García Fuentes, apodado “El Toca” por razones que nadie pudo jamás averiguar. Maestro de Matemáticas, consumado astrónomo y católico devoto fue don Francisco A. Rodríguez, de quien he oído decir que perdió la razón a fuerza de querer demostrar la existencia de Dios por medio de ecuaciones algebraicas.

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Don Tomás Berlanga enseñaba Historia Universal y Economía Política. Orador de altos vuelos, ampuloso y lleno de sonoras rimbombancias según el estilo de la época, no podía don Tomás prescindir de su elocuencia ni siquiera en las ocasiones más triviales. Un día fue a la casa de los padres de la señorita Carmen Harlan Laroche, pintora, maestra, dama inolvidable, que entonces era una muchacha. Supo el visitante que la joven estaba en su cuarto a causa de una ligera gripe. Para don Tomás aquello no podía ser una simple gripe. ¡Vaya cosa prosaica! Dijo a los padres de la señorita Harlan con mucha prosopopeya y solemnidad:

-Ha de estar sufriendo una pasión contrariada.

La señorita Harlan reía alegremente cuando contaba aquella anécdota de don Tomás. Escucho todavía su risa.

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