Una primacía insoslayable

Opinión
/ 16 agosto 2025

No es asunto segundón, ni irrelevante, ni debe pasar de largo. O se da o se da, cual debe, o nos va a seguir cargando Gestas. Hoy día se vive como si nos estuvieran persiguiendo, a mil por hora, a empujones y fregadazos, por decir lo menos. Nos está engullendo lo superfluo, lo de encima, lo que le da consistencia a la vida está valiendo chetos, como dice una amiga mía. Tan tremendo es el vértigo, que hemos ido dejando pedazos de nuestra humanidad en el trayecto, y esto cobra muy alto. Por fortuna, y más allá de las simplificaciones que van imponiéndose en prácticamente todos los ámbitos del quehacer humano, todavía la educación se mantiene como instrumento para integrar comunidad y sostener la esencia de la democracia. Sin esto, somos naves al garete. Hoy debemos hacer una pausa en el camino y replantearnos como sociedad que educar no es una vacilada, que en la forma en que se eduque nos va la vida en común.

No se trata únicamente de gestionar con eficiencia el sistema educativo y adaptarlo a las demandas del siglo XXI, que ya es paquete. Es algo más trascendente lo que debe ocuparnos, pero en serio. Tenemos que traer de nuevo el sentido primo de lo que significa educar, sí, a través de esta herramienta singular se forman personas completas, que saben pensar por sí mismas, con sensibilidad para comprender que su actuar en el seno de la comunidad de la que son parte viva es indispensable para que florezca la convivencia, la pluralidad, el respeto a las diferencias. Que bajo esos lineamientos se puede crear y transformar para bien. La escuela, por ende, debe ser entendida como un espacio de igualdad y de emancipación.

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La realidad de la educación en nuestro país arrastra deficiencias que ya es hora de atender, y me refiero, entre otros, a la burocratización que ha ido minando voluntades y anidando corrupción, a la desconexión emocional de parte del profesorado y de los educandos, a la rutina de siempre es lo mismo, y a todo cuanto ha ido restando espíritu a esta magna tarea que mueve y conmueve lo mejor del hombre, que alienta su fe interior y lo lleva a entender con meridiana claridad el mundo que lo rodea y en el que tiene mucho para dar y recibir.

¿Podemos redireccionar? La respuesta es SÍ, siempre y cuando exista la voluntad política, social y pedagógica. La voluntad tiene un papel determinante, sin ella no se llega ningún sitio. Gobierno, sociedad –padres de familia, entre otros– y magisterio tienen que replantearse su quehacer, su oficio, su responsabilidad, su compromiso. Se tiene que mejorar la calidad educativa, hoy día deja mucho que desear, y no es invento de quien esto escribe, ahí están los hechos, por delante, gritándonos que NO ESTAMOS CAMINANDO EN EL SENTIDO QUE DEBIERAMOS. Necesitamos una atención más personalizada, los receptores de la educación son PERSONAS, no muebles. Necesitamos plantillas de docentes casados con su misión de artesanos de hombres. En Finlandia, verbi gratia, entre los profesionistas más reconocidos están los maestros, en Alemania ocurre lo mismo ¿Sabe por qué? porque allá tienen clarísimo que la prosperidad de la nación depende en mucho de la educación que reciben sus niños y jóvenes, esos niños, esos jóvenes, son los que se van a hacer cargo del país en el futuro. Necesitamos también, que la educación que se imparta en la zona rural sea de la misma calidad de la que se imparte en la ciudad. Acceder a la educación no es RELLENO, se trata de un derecho que constituye la piedra angular de la ciudadanía, del reconocimiento pleno de lo que eres, de dónde vienes, de lo que te une y te arraiga. De eso se trata. Necesitamos asimismo, que los padres de familia asuman su responsabilidad como tales y entiendan que la escuela es solo coadyuvante en la formación de sus hijos.

Educar en estos tiempos en que lo digital absorbe cuanto toca, nos debe, insisto, llevar a replantear la acción. Se tienen que revisar las tareas del profesorado. Los maestros necesitan tiempo para pensar, innovar, retroalimentarse. La carga burocrática a veces resulta asfixiante. Se tienen que impulsar equipos pedagógicos estables, con acompañamiento, con seguimiento. Es urgente redimensionar la labor de estos profesionistas. Porque educar es mirar a los ojos, es escuchar, que no es lo mismo que oír, es leer en voz alta, es digerir contenidos, no atragantarse con ellos. Y para que esto suceda se necesitan recursos materiales, condiciones ad hoc, entre otros imperativos. Educar en INVERTIR en el DESARROLLO INTEGRAL DE LAS PERSONAS.

La formación profesional del magisterio debe estar vinculada a la realidad de un país, enfocarse en las necesidades del mismo, así de claro, pero siempre guardando su dimensión de inclusión y misión de servicio a la sociedad. La escuela pública, y me centro en ella, tiene un papel determinante en el éxito de una colectividad, porque es la que educa y forma a la misma, Por eso nació, para que no dependiera del poder adquisitivo acceder al beneficio de un derecho humano fundamental.

Es esencial centrar el modelo educativo de nuestros días en el pensamiento crítico, en la solidaridad, en la colaboración, en la equidad. Y esto no es sinónimo de regresión ni de rechazo a los avances de la ciencia, de la tecnología. En otras palabras, estudiar, prepararse, no debe ser concebido únicamente como el medio para hacerse de un empleo, también esas luces al entendimiento han de servir para comprender lo que implica ser persona y vivir acorde con esa preciosa dignidad, y desde esta perspectiva transformar para bien la comunidad de la que se es integrante. Subrayo, formar personas libres, críticas y comprometidas, es trascendental. La educación no solo sirve, permítaseme el verbo, para medir competencias técnicas. Y hago hincapié, en la relevancia que tienen las humanidades, las artes, la filosofía, la ética, en la formación de seres humanos. Se tiene que enseñar a pensar –sé que soy reiterativa– a las nuevas generaciones, a reflexionar, a dudar, a cuestionar y a dialogar. Hay que construir cohesiones, puentes, no más fracturas sociales. Que sea la escuela un espacio para la convivencia, para el afecto, que sea ahí donde los niños aprendan la trascendencia que tiene ponerse de acuerdo para alcanzar el bien común, que es la esencia de la democracia entendida como forma de vida.

La autoridad, entiéndase gobierno y legisladores, desde su ámbito de competencia, debe priorizar los recursos destinados a la educación. Sin presupuesto de por medio, distribuido con inteligencia y revisiones puntuales de su aplicación y destino, difícilmente se puede aspirar a redireccionar la marcha de una nación tan privilegiada por la naturaleza, pero en la que abundan la marginación y la desesperanza de muchos de sus habitantes.

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Columna: Dómina. Nacida en Acapulco, Guerrero, Licenciada en Derecho por la UNAM. Representante ante el Consejo Local del Instituto Federal Electoral en Coahuila para los procesos electorales.

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