Una vuelta por los recuerdos de la Alameda de Saltillo

Opinión
/ 9 mayo 2023
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Este señor no era todavía señor. Era joven, y por lo tanto estaba enamorado. Cuando se está enamorado nadie es el señor Fulano, ni el señor Zutano: es Juan, Pedro, Antonio, Luis o Francisco, pero no es el señor Tal. Cuando se está enamorado el único señor es el amor.

Y aquel joven estaba enamorado. Fue a la Alameda con su novia. En dulces pláticas se entretenían cuando el joven acertó a ver dos avecillas que en la rama de un fresno unían los piquitos. Era primavera, y en primavera se unen todos los piquitos. Sobre todo en mayo, mes por antonomasia de la primavera. Por eso dice un refrán muy mexicano: “Que Dios me libre de un rayo, de un burro en el mes de mayo y de un pendejo a caballo”.

Al joven se le ocurrió pensar que eso de las dos avecillas que unían los piquitos era una visión muy romántica. Tartamudeando −porque hay que decir que el joven tartamudeaba cuando se ponía nervioso− le dijo a su dulcinea:

-¿Cua-cuándo es-estaremos tú y yo co-como esos pa-pajaritos?

La novia del joven alzó la vista, luego se puso en pie, encendido el rostro, y se apartó llena de azoro de su galán. Y es que el joven tardó tanto en decir lo que dijo, que cuando su novia vio a los pajaritos estos no estaban ya juntando los piquitos, sino uno encima del otro, juntando todo lo demás.

Como ésta, mil y mil cosas podrían contarse de nuestra Alameda. Es sitio de enamorados, sobre todo. Escasamente habrá algún saltillense de mis tiempos –o alguna– que no tenga guardado en la Alameda un recuerdo de amor. Ahí florecía –¿florecerá todavía?– el amor amoroso de las parejas pares que dijo Ramón López Velarde. De vez en cuando algún ceñudo edil ha intentado poner freno a sus expansiones, pero aun en tiempos de esa cólera el amor ha florecido, planta la más durable y resistente de la Alameda da.

Siempre que puedo voy a la Alameda, y acudo a los sitios cuyas voces hablan para mí. Y recuerdo... Junto a este árbol... En el banquito que forma el pedestal de esta columna... Aquí, en este enrejado... Por este corredor...

Me gusta ir a la Alameda porque me acuerdo no de cuando la Alameda era la Alameda, sino de cuando yo era yo.

En época pasada, la Alameda dejó por un tiempo de ser la misma de antes. Un cierto amigo mío a quien se le ocurrió ir a caminar una noche por sus corredores recibió cinco proposiciones de sexo, indecorosas, una de ellas de mujer. Otro fue a pasear con su esposa, y les salió un sujeto que le pidió a mi amigo su dinero al tiempo que lo amenazaba con un puntiagudo picahielos. Todos los picahielos son puntiagudos, pero si te lo ponen en la panza entonces el adjetivo se adjetiva más.

-Dame el dinero, pinche ruco −le dijo el individuo, que andaba bien borracho y casi no se podía tener en pie.

Mi amigo se lo quitó de encima con un empellón que lo arrojó por tierra y luego le dijo al caído:

-Grandísimo pendejo. ¿Crees que si tuviera dinero andaría paseando aquí con mi mujer?

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