¿Y si AMLO muriera, qué ocurriría? Escenario político e hipotético rumbo al 2024
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¿Qué incidente de salud tuvo AMLO en su gira por Mérida el pasado domingo? ¿Qué provocó su presunto desmayo? ¿Cuál es el diagnóstico médico de lo ocurrido?
Nunca tendremos respuestas veraces a estas preguntas. Porque el vocero de AMLO, Jesús Ramírez Cuevas, y el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, permitieron que la especulación estuviera por encima de la seguridad nacional y “asegurara” una tercera recaída por COVID o infarto al miocardio de AMLO.
Las filtraciones realizadas por el colectivo hacktivista “Guacamaya Leaks” a los servidores de la Sedena precisan el preocupante estado de salud de AMLO:
Tiene hipertiroidismo porque su “glándula tiroides produce hormonas tiroideas en exceso”. Este padecimiento “acelera el metabolismo de su cuerpo en la mayoría de casos, provocando pérdida de peso, así como latidos cardíacos acelerados. Es, además, hipertenso.
Y padece de gota porque tiene exceso de ácido úrico en la sangre. Esta es una enfermedad que causa dolor severo e inflamación en las articulaciones del dedo gordo, rodillas, el talón, el pie, las muñecas y los codos. Y, finalmente, sufre de una angina inestable de riesgo alto que afecta sus válvulas cardíacas y sus vasos sanguíneos del corazón.
Más allá de su estado de salud, preocupante por la responsabilidad de su investidura presidencial, AMLO no es afecto a seguir las indicaciones de sus médicos, pero sí a consumir garnachas, gorditas, pancita, birria, fritangas, frijoles con veneno y puchero tabasqueño a discreción.
Estas precondiciones médicas elevan, de manera preocupante, el riesgo de salud de AMLO. Porque aunque supere el evento del pasado domingo, como espero así sea, pudiera ocurrir un suceso que ocasionaría la muerte del Presidente en un futuro próximo.
¿Qué sucedería si AMLO muriera? ¿Cuál sería el escenario político que enfrentaría el país para 2024?
Después de rendir honores en las exequias presidenciales, “las corcholatas” –Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López– vestidas de luto riguroso, con rostros compungidos y ojos lacrimosos; pero sin el control moral y político del fallecido, elevarían hasta el paroxismo caníbal su lucha por la Presidencia de la República.
Por ser Morena la caja de resonancia de dicha confrontación, sufriría una fractura en múltiples tribus. Lo mismo ocurriría con diputados, senadores y gobernadores morenistas.
Más allá de su aquelarre fratricida, “las corcholatas” capitalizarían la figura del difunto para su propia causa y asegurarían ser su más digno sucesor para continuar con la 4T del país.
El pueblo, “bueno y sabio”, miraría a esas “corcholatas” sin conectarse desde el corazón y la inteligencia con ellas. E iniciarían, dolidos y tristes, la beatificación de su mesías convertido en mártir para mantener su legado vivo hasta la eternidad.
Muchos de ellos, sin embargo, estarían encabronados por pensar que la mafia en el poder de alguna manera lo asesinó y, sólo por eso, votarían en contra de la oposición.
Con la guerra morenista a tope, los partidos políticos de oposición buscarían liderar y articular la ciudadanía –de clases medias y altas– para fortalecerse en esta orgía revuelta por el poder. Pero no llegarían muy lejos por el pesado lastre de sus propias “corcholatas”.
Movimiento Ciudadano, aun bajo este escenario, buscaría a Marcelo Ebrard para hacerlo su candidato. Y las clases medias y altas pensarían en votar, de manera pragmática, por Ebrard para dejar a los partidos de oposición con un palmo de narices.
En este hipotético escenario: el cadáver de AMLO se acalambraría al mirar –desde su dimensión de (mucha) tiniebla y (poca) luz– a su Morena acuchillada por sí misa y a ninguna de sus “corcholatas” sentada en la Silla Presidencial por Morena.
Este escenario no dista mucho de lo que pudiera suceder en 2024, con un AMLO recuperado de su salud y con la banda presidencial bien puesta.
Al tiempo.
Nota: el autor es director general del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución