De jardín a jardín. Fotografías y llamadas
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1
En su jardín, ella ató listones amarillos en las ramas que habían sido podadas. El árbol de mandarinas jamás había estado así de austero. Eternamente colgaban de él hojas o frutos. Ahora, en esa soledad atroz que había dejado la helada, buscó despertarlo a fuerza de podas intensas. Esa fue la razón para que ella escogiera el amarillo. Alegría. Un símbolo de gratitud por lo tanto recibido. Un decirle que entendía ese frío que a él, le caló hasta los huesos vegetales al punto tal, del mutismo.
2
De los listones da cuenta mi madre al tiempo que me envía imágenes por el teléfono celular de Enrique Luis. Hace unos días me dijo que, sentada en el porche, ha logrado ver algo como un brote en el árbol. Así sea.
3
-Quiero que Enrique me vaya a comprar más árboles. Ay, es que este jardín está muy solo, dice. Ya revivió la sangre de drago que sembrara tu papá. Pero la sábila no, ¡esa se quemó todita!
4
Para fortuna nuestra, en enero me traje podas de la sábila inmensa que sembrara mi padre en aquel jardín y las resguardé bajo el cobijo del aguacate frondoso, junto a una planta de albahaca, ambos tesoros colocados en recipientes plásticos por Alma, quien le cuidaba el jardín y los alimentos.
5
Hoy un colibrí de nuevo vuela entre el granado y el plúmbago. Al asomarme, miro al híbrido del cerezo abrirse en flores rosas que avizoran dulces y pequeños duraznos. Ya las manzanas emergen, verdes. Eso estoy a punto de compartirle a mi madre en la llamada de hoy.
6
En la esquina del jardín frontal, la rosa abre. Se expande en la parte más alta. Las abejas merodean el manzano y prefieren las lavandas.
7
¿El naranjo y el ciruelo o las acelgas y las rosas, habrán olido el aliento a quemazón de la sierra