El Cereso Femenil de Saltillo se convirtió en ‘La Casa de Bernarda Alba’
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El montaje de la Compañía de Teatro del Centro Penitenciario Femenil Saltillo, fue parte del Segundo Festival de Dramaturgia y se presentó en el marco del aniversario 442 de la ciudad
¡Silencio! Gritó una custodia de apenas 1.50 de altura con voz grave, agresiva.
¡Les estoy diciendo que silencio!
Lo volvió a hacer después de algunas risitas nerviosas de los invitados. Llevaba un cinturón negro del que colgaban esposas, lámpara y más herramientas; portaba una gorra camuflada, pantalón de mezclilla, lentes oscuros y guanteletas deportivas en las manos. La pequeña mujer daba la apariencia de poder someter a más de uno.
Nos ordenó, como si fuéramos un grupo más de reclusos o una veintena de cabras hacer dos filas antes de caminar. Esperamos desconcertados alrededor de diez minutos mientras sólo se escuchaba el cerrar y el abrir de puertas y candados.
La habitación de paredes blancas en la que estábamos es una especie de conector amplio entre la recepción del Centro de Reinserción Social Femenil y el espacio de las celdas, por lo que resultaba el eco.
Había detrás y adelante de nosotros dos rejas del mismo color. Antes, ya nos habían quitado los celulares, llaves e identificaciones.
Apenas una veintena de personas fueron invitadas al evento exclusivo: la representante del secretario, la esposa del muy distinguido, el señor director, las asistentes del asistido, la primera actriz Angélica Aragón y un triste reportero colado que no podría tomar fotografías, ni grabar audio, ni meter pluma ni libreta, ni platicar con alguna de las mujeres, por “cuestiones de seguridad y respeto a los Derechos Humanos” de las encarceladas. Todo lo escrito aquí es remembranza.
Estaban reservados los primeros lugares de la capilla que ahora sería un escenario. Alrededor, con playeras azules y pantalones cafés, se sentaron el resto de las reclusas que presenciarían la obra de teatro que sus compañeras ensayaron durante un año, una vez a la semana.
Al inicio, dos ventiladores desahogaban en calor. Después se apagaron para escuchar “Lacrimosa” en el piano en las manos del maestro Eduardo Figueroa. La temperatura era casi insostenible. Había un leve aroma a sudor. Estábamos recluidos.
Al frente había 18 mujeres de rostros pálidos: 16 con vestidos negros parecidas a plañideras de procesión; apenas un paso delante de ellas, en el lado derecho del escenario, se colocó Adela, la menor de todas. Llevaba puesto un vestido verde que evocaba a la infancia y la frescura.
Al otro extremo, ajustada en perfecta simetría, estaba Angustias portando un vestido de bodas. Es la hija mayor producto del primer matrimonio de Bernarda y que después de heredar la herencia de su padre recibió una propuesta de matrimonio de Pepe Romano que después la engañaría con Adela, la hermana menor.
El elenco comenzó a hacer lo suyo. La anciana Bernarda Alba, quien se encuentra de luto por la muerte de su segundo esposo y forzó a ocho años de luto a sus hijas, es interpretada por la mayor de todas las reclusas que había en la tarima. Caminaba con un bastón repitiendo sus líneas en el escenario. Se negaba que Angustias se casara a sus 39 años.
La tragedia fue desenvolviéndose. Algunas reclusas olvidaban las líneas y estaba bien. Entendí que estábamos presenciando más allá de una simple representación de "La Casa de Bernarda Alba".
Bastaron algunos minutos para que el público estuviera totalmente enfocado. El encierro del pequeño lugar, el calor, el luto, la oscuridad, el drama, la desesperación, el llanto tanto actuado como el de los espectadores, cambió los papeles.
Menos de una hora bastó para que los “libres” sintieran un profundo encierro más allá del físico: el encierro de los hechos. De la culpa. Del arrepentimiento. Y las “reclusas”, la “libertad” de dejar el castigo para recibir el aplauso ¿Hace cuánto que no recibían uno?
Hay aplausos fáciles, regalados, para sordos, espontáneos, comprados, comprometidos, multitudinarios, fanáticos, esotéricos, irónicos, falsos, débiles, corruptos, hipócritas, pero el que recibieron aquel grupo de mujeres encarceladas en el Cereso Femenil la tarde del miércoles 24 de julio por interpretar “La Casa de Bernarda Alba” escrita por García Lorca, y dirigida por el maestro Medardo Treviño, fue un aplauso merecido. Hay aplausos que liberan.
Terminó la obra y una de las mujeres del reparto, con tono de un ex adicto en recuperación, pasó a agradecer la asistencia del público y el trabajo del director; recordó que los vestuarios fueron hechos por ellas mismas y que cada vez están trabajando más para la reinserción en la Sociedad.
El aire y la bebida de frutas preparada por las propias reclusas y que estaba en varios garrafones en el patio, aligeraron la tensión. Nunca dejó de haber custodias en el lugar pero daba la apariencia que también ellas estaban contentas con la representación. La primera.
¿Y el director?
“Se habló con ellas antes para saber con cual texto podrían identificarse como actrices y seres humanos. Hablaban que querían algo con lo que se identificaran. Algo de liberador. Ese texto de Bernarda alba en donde obliga a sus hijas a pasar ocho años de luto. Por la muerte del padre de algunas de las hijas más todo el infierno que pasan en esa casa. Son casi 16 años de encierro lo que viven los personajes”, dijo Medardo Treviño en entrevista.
“Había un deseo de liberación de estar consciente de su situación por lo que se buscaron actos que pudieran liberarlas. Esa es la función del teatro: reflejarte con el personaje en escena.
“En estos casos es cuando el teatro cumple su verdadera función: sanar el espíritu. Buscar la comunicación con otro ser humano. Buscar la confirmación con otro ser humano a través de la mirada. El teatro es el mejor remedio para sanar el alma”.
“Creo en darle voz a las personas que no tienen voz. En mi carrera de dramaturgo me he dedicado a eso. Que hable gente que por lo regular está callada o tiene miedo. De aquellas cosas que se dicen en voz baja bajo cualquier repercusión”, concluyó.