‘El monero en La Gloria’: Narraciones pictóricas de cantina
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Los personajes particulares también tienen cabida en la obra de Geroca
Todos los lugares cuentan historias, pero cada uno a su manera. En las escuelas se gestan aventuras infantiles, romances inocentes y se filtran algunos dramas familiares; en las oficinas, las intrigas laborales y las relaciones de todo tipo, pero en las cantinas los escenarios son de lo más pintorescos y sus protagonistas unos verdaderos personajes.
Entre el alcohol, el cigarro, hamburguesas, tortas, cacahuates, botanas y ‘chescos’ de decenas de bares y cantinas de Monterrey, Parras, Saltillo, Monclova, Torreón, Jeréz, Montemorelos y otros, una figura observa curiosa, a la vez como testigo y como participante de la aventura, con el objetivo de llevar al lienzo cuanta ocurrencia suceda.
El pintor Gerardo Rodríguez Canales “Geroca” es tanto miembro de estos ecosistemas de amoríos, música, chupe y tragazón como su principal espectador y en su más reciente serie —y la más grande a la fecha, con 81 cuadros— “El monero en La Gloria” plasma algunos de los momentos que ha presenciado y que lo han inspirado.
Como cada año es la Taberna el Cerdo de Babel la que recibe la muestra, que inauguró el pasado miércoles, en el marco de su quince aniversario, y donde las cantinas y sus habitantes son el principal objeto de estudio de este artista que está en todos lados y aparece en ninguno.
Desde la pieza principal se observa su característica perspectiva satírica, con la escena del bar La Gloria en plena demolición, pero cuyos clientes parecen no haberse dado cuenta de la situación, pues mientras las excavadoras tiran el edificio de muros de adobe y puertas abatibles, pintado con los colores de la cerveza que los patrocina, en su interior la fiesta sigue y es el propio Geroca quien permanece impasible, dibujando a una señora de grandes proporciones y cabellera roja con cigarro y bebida en mano, mientras todo a su alrededor cae y es reemplazado por monolíticos conjuntos habitacionales.
La crítica social, por tanto, sigue siempre presente en su obra pero en esta ocasión el énfasis está en los personajes y en las historias extraordinarias de cantina, como la del hombre que se acerca al autor —autorretratado en el lienzo— y opina, impertinente, “¡Qué feos dibujos!”, mientras en otra obra una camioneta se mete casi por completo al lugar, con los vecinos fisgones ante el accidente; en otra se encuentra plácido, dibujando desde la heladería de la Plaza de Armas, y en uno más un hombre no puede evitar echarle un vistazo al instrumento de quien a su lado también se encuentra orinando en un mingitorio
Asimismo tampoco pierde la oportunidad de hacer pequeños retratos de personajes particulares, como una monja fumando o sus tradicionales autorretratos, en los que llega a ponerse a sí mismo como un forzudo hombretón, aunque con los mismos lentes circulares y el rostro ya lleno de arrugas.