F1: Una película de alta velocidad y baja profundidad: Entre el rugido del motor y el silencio del alma
La nueva película de Joseph Kosinski nos lleva al mundo de las carreras de alta velocidad. Alfredo de Stefano comparte su reseña sobre esta apuesta de cine desde el asfalto
No hay bandera a cuadros para el deseo de redención. En F1, Joseph Kosinski vuelve a pisar el acelerador del espectáculo con la misma precisión técnica de Top Gun: Maverick, pero esta vez sobre asfalto. Brad Pitt, encarnando a un piloto retirado que regresa al circuito para enfrentarse a la nueva generación, no solo desafía al cronómetro: desafía al tiempo mismo. Y aunque la película parece hecha para vibrar en IMAX, su corazón late en una frecuencia más humana: la de quienes no saben soltar la pista, aunque todo a su alrededor cambie.
Una película que se conduce sola
Desde el primer plano aéreo sobre Silverstone, queda claro que F1 no es una simple ficción de carreras. Es un artefacto técnico que bordea el cine de guerra: cámaras montadas en monoplazas reales, motores híbridos que rugen como protagonistas, secuencias filmadas con un vértigo que convierte a Rush en una postal. Claudio Miranda —el mago detrás de Life of Pi y Top Gun: Maverick— vuelve a hacer del movimiento una forma de emoción. Las curvas, los rebufos, los pit stops... todo respira con una precisión quirúrgica.
Pero esa misma perfección se convierte en una trampa. Porque si bien la película vuela en lo técnico, tropieza en lo narrativo. Ehren Kruger recicla el arquetipo del “héroe veterano vs. joven arrogante” y lo embala con frases de manual: “No corro para ganar, corro para vivir”. La diferencia la pone el carisma de Pitt y la intensidad de Damson Idris, su rival de turno, que aporta sangre nueva y tensión creíble.
El rugido de los motores y el silencio de lo no dicho
F1 brilla cuando se queda en la pista. Las escenas de carrera son inmersivas, bestiales, casi hipnóticas. Uno olvida que está viendo una película y cree estar dentro del casco. Pero fuera de la pista, el guión frena. Las relaciones humanas son esquemáticas, y los personajes femeninos (como la ingeniera interpretada por Kerry Condon) apenas alcanzan el rol de testigos competentes.
Y es ahí donde emerge la pregunta inevitable: ¿para qué tanta fidelidad mecánica si no hay riesgo emocional? La película elige no hablar del impacto ambiental del deporte, de sus obscenos presupuestos, ni del lado oscuro de la velocidad. Prefiere el vértigo sin culpa, la nostalgia sin preguntas. En ese sentido, F1 no es Le Mans ’66 ni mucho menos Senna. Es Maverick sobre ruedas: adrenalina pulida y emociones empaquetadas.
¿Película o simulador de lujo?
En tiempos donde el cine de acción tiende al exceso digital, Kosinski opta por lo real. Las colaboraciones con Mercedes-AMG Petronas, la participación de Hamilton como consultor y las tomas filmadas en GPs reales elevan la autenticidad a niveles inéditos. Pero tanta exactitud también delata su función secundaria: F1 es tan fiel al show de la Formula1 que a ratos parece más una campaña global de promoción que una ficción con voz propia.
El problema no es que sea comercial: es que, como advirtió Vanity Fair, su mayor temor parece ser incomodar. Como si la película —al igual que un equipo puntero— decidiera evitar riesgos para asegurar el podio. Eso no le quita mérito a su belleza formal, pero sí a su posibilidad de dejar una huella más profunda.
¿Por qué verla?
Porque hay películas que se viven con el cuerpo, y esta es una de ellas. Porque escuchar un motor híbrido mezclado en Dolby Atmos puede ser más conmovedor que muchos monólogos. Porque Brad Pitt —incluso cuando el guión le da poco— sabe encarnar esa nostalgia por lo que fuimos y ya no somos. Y porque hay algo poético en ver a un hombre mayor meterse en un auto imposible y correr como si pudiera volver a empezar todo.
Conclusión: velocidad sin vértigo
F1 es una obra de precisión que entrega emoción controlada, riesgo simulado y épica empaquetada. Sus aciertos técnicos son innegables, pero su alma se queda en boxes. Es cine de alto octanaje, pero sin las curvas emocionales que podrían haberla convertido en una película inolvidable. Aun así, merece verse. Porque a veces, aunque sepamos cómo terminará la carrera, lo importante es ver quién se atreve a correrla de nuevo.
Calificación: ★★★★☆
Disponible en cines
Advertencia: No apta para quienes buscan profundidad narrativa. Recomendada para los que todavía creen que, a cierta velocidad, el tiempo puede retroceder.