'Las novelas son animales que tienen su propia vida', asegura Guillermo Arriaga en entrevista con VANGUARDIA

El cineasta, guionista y escritor ganador del Premio Alfaguara 2020 por ‘Salvar el fuego’ habló sobre el proceso de creación de una novela así como de las particularidades de este texto, su más reciente trabajo

Artes
/ 2 mayo 2020
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Cuando escribe una novela, Guillermo Arriaga no utiliza diagramas, mapas o esquemas. La historia y sus personajes van tomando su propio camino, una odisea que puede alargarse por cientos de páginas. Ese es el caso de Salvar el fuego, el libro que le valió al cineasta el reciente Premio Alfaguara y cuya presentación virtual ha sido vista en Twitter más de 170 mil veces.

En Salvar el fuego (Alfaguara, 2020) no faltan las referencias que han plagado toda la obra de Arriaga. Ahí aparecen el monte y el calor insoportable de los Cinco Manantiales, las refriegas violentas del narcotráfico que sacudieron el norte mexicano y también los amigos, pues uno de los personajes, el escritor que da talleres en un reclusorio de la CDMX, lleva el nombre de Julián Soto en honor a los autores Julián Herbert y Maruan Soto.

En esta novela, el guionista de Amores perros vuelve a presentarnos otra constante de sus historias: personajes que viven al límite. Los protagonistas son José Cuauhtémoc, un hombre que ha pasado la mayor parte de su vida en la cárcel, primero por haber matado a su papá y después por asesinar a un comandante ligado con el narco, y Marina, la directora de una compañía de danza contemporánea que está en medio de una crisis existencial.

Entrevistado vía Zoom, Arriaga señala que sus experiencias en el desierto coahuilense se reflejan en esta novela, también su trabajo como asesor de los nativos australianos y una reflexión que ha pasado por la mente de quienes se dedican al arte y a la escritura: “en el arte se hace lo que se puede”.

Una parte de Salvar el fuego se desarrolla en Ciudad Acuña y los Cinco Manantiales. Vemos la construcción de un norte muy brutal, una característica que comparte el protagonista, José Cuauhtémoc.

“Ahorita Coahuila ya no vive la crisis de violencia que tuvo hace ocho o diez años. Quienes estuvimos metidos en el monte y en los pueblos de los Cinco Manantiales vimos que sí se sentía muy denso. Me tocó ir a Allende uno o dos días después de la matanza y alguien nos dijo ‘¿qué hacen aquí, no saben lo que pasó?’, y entonces no teníamos idea, pero el ambiente se sentía muy pesado. Ahí en el norte te empiezas a enterar de las cosas que pasan en las rancherías, en la prisión de Piedras Negras: de la muerte de éste, de la muerte de aquél, de que en los lugares que cruzaste pasó una matazón. Y eso refleja la novela.

“Creo que ya es otro ambiente completamente distinto. Antes había un toque de queda tácito, a las ocho o nueve de la noche ya no salías, pero ni de chiste. Salir en la noche era muy angustiante, cosa que ya no me ha sucedido en los últimos cuatro o cinco años”.

Cuando sale de la cárcel, tras purgar sentencia por matar a su padre, José Cuauhtémoc busca la soledad, aislarse. Pero después vemos cómo las circunstancias lo orillan a tomar decisiones extremas. Es algo que tienen muchos de tus personajes, viven al límite. También lo vemos en el caso de la otra protagonista, Marina. ¿Por qué te atraen este tipo de personajes?

“Creo que hay un interés natural de mi parte por personas que viven al límite, que hacen cosas que los llevan a estar en extremos. Quizá sea la forma en que crecí o la cacería, pero siempre me ha interesado la gente al límite. Es cierto, José Cuauhtémoc es alguien que está buscando soledad y paz, después de haber estado en guerra con su padre durante años. Tan en guerra está que lo mata. Busca sosegar un poco eso que él llama ‘las termitas de la muerte’.

“Y Marina es una mujer muy protegida, que vive la forma convencional de felicidad que nos han dicho que hay que vivir, pero poco a poco empieza a ser arrastrada a cuestionarse quién es ella misma y cuál es su lugar en el mundo. Hay reflexiones más adelante en la novela en la que ella dice ‘parece que esta felicidad no la construí yo, sí tomé las decisiones, pero como que esto no me pertenece’. Por eso poco a poco se van los dos a los extremos”.

Ahora que mencionas al papá de José Cuauhtémoc, Ceferino. ¿Cómo es la visión de México que tiene este personaje?, este indígena que siente que hay una revancha histórica que le compete personalmente.

“Él es un hombre que se hace así mismo y se da cuenta de que parte de su miseria económica viene de que no terminan de ser derrotados. Pareciera que las poblaciones originarias no pueden dejar de ser derrotadas día a día. Y no solamente pasa en México, parte de estas reflexiones las tuve en Australia porque soy asesor de los indígenas australianos. Australia es un país de primer mundo y las comunidades aborígenes son alcohol, homicidio, miseria, completamente discriminados. Al verlas te das cuenta de que así viven también nuestras poblaciones indígenas. Entonces me inspiré en el papá de una de mis asesoras, que se convirtió en una activista mega feroz en Australia, para Ceferino.

Hay un interés personal de mi parte por personas que viven al límite, que hacen cosas que los llevan a estar en extremos”.

“Obviamente yo le puse al personaje cuestiones que tienen que ver con México, pero las mismas preocupaciones están ahí, lo vi también con los maoríes y los nativos americanos. He estado vinculado con escritores nativos americanos y me pidieron que fuera su asesor. Por alguna razón han encontrado en mí que sea asesor de etnias originales. También escribí sobre esta cosa que tienen algunos aborígenes de ‘yo me acosté con la blanca y revertí el proceso’. Ceferino viene de mis observaciones en distintas partes del mundo.

“México es un país racista. Dejemos de darle la vuelta, es un país muy racista. Criticamos a los gringos, pero nosotros estamos igual. Hay un momento en el que a Ceferino le dicen que México tiene suerte de no haber vivido un genocidio como el de Estados Unidos o el de Argentina, donde masacraron a los indios. Él responde, que éste es genocidio por goteo, pero genocidio al fin y al cabo”.

Marina, además de cuestionarse su vida, se cuestiona el arte. Hay una frase que le cala muy hondo y que le dice uno de sus maestros: “en el arte se hace lo que se puede”. Una sentencia que también hace pensar en las limitantes económicas y de espacios que tienen hoy los creadores mexicanos.

“Voy a hablar primero de las condiciones políticas del arte en México y después de Marina. México ahora es conocido por ser un país de violencia. En España creen que Saltillo es zona de guerra y que en el DF hay camionetas con tipos armados paseando por las calles. Hay una visión brutal, pero la otra visión que contrarresta esto es la de la cultura mexicana. Sigue siendo el país del cine, de la música, de los artistas visuales. Se sigue hablando de Diego Rivera, Frida Kahlo, Octavio Paz, Rulfo, Fuentes, Buñuel y ‘El Indio Fernández, de las películas de Pedro Infante. México ha sido su cultura. A mí me decía un embajador: primero va la cultura y luego los negocios.

“Cuando un gobierno es ciego ante la fuerza de la cultura, está perdiendo de vista la posibilidad de posicionar un país, de tener identidad. Aparte, algo importante, el Producto Interno Bruto de México le debe a la cultura como el 10 por ciento. No es cosa menor la cultura. En los años 40 el segundo producto de exportación era el cine, después del petróleo. Hubo momentos en que las telenovelas generaban ganancias bestiales en todo el mundo. Los derechos de imagen de Frida Kahlo siguen dando cantidades enormes de dinero. Creo que no se puede dejar de lado la cultura, tiene que haber una política de estado que entienda la importancia de la cultura. Es curioso, en Francia, Alemania, Canadá, la cultura no sólo es hablar de los artistas, sino de una industria poderosa. Un libro le da trabajo a decenas de personas, publicistas, editores, vendedores, libreros, gente de prensa. Una película tiene una parte obrera. El gobierno tiene que darse cuenta de eso.

“En el arte, si hubiera voluntad, tú o yo escribiríamos puras obras maestras. Tú no puedes decir ‘ahorita regreso, voy a hacer una obra que me dará el Nobel’.  Alguna vez un tuitero se puso a criticar mi trabajo y el de otra gente y lo invité a tomar un café. Me dijo ‘¿por qué no le echan ganas?’, y le pregunté si jugaba futbol y si era bueno, él me respondió que sí. Entonces le dije: ‘¿por qué no juegas como Messi?’. Y me contestó que no podía, y le señalé que con la escritura es igual. Yo le echo todas las ganas, me dedico años a hacer lo que hago, pero no siempre se puede. 

“Hace rato me preguntó un periodista cuál era mi evolución como escritor y le contesté que no hay evolución como escritor. Yo no mejoro, porque si así fuera lo que escribió Faulkner a los 56 años debió haber sido mejor que lo que hizo a los 30 y no fue sí, Memorias de mis putas tristes no es mejor que Cien Años de Soledad. No hay ni progreso ni voluntad en el arte. Marina se da cuenta de eso, que no está en sus manos. Ella quiere hacer una gran obra, pero no puede. En el arte se hace lo que se puede”.

 

¿Cómo te das cuenta de que una historia se va a transformar en un libro o en un guion o una película?

“Creo que tiene que ver con el punto de vista. Una novela siempre es primera persona, aunque la narres con narrador omnisciente. Al momento en que dices ‘Juan pensó’, ya está siendo primera persona. El cine no tiene el ‘Juan pensó’, el cine siempre es hacia afuera, aunque tengas una voz que está narrando lo que piensa. La novela implica introspección y el cine es acción más la belleza que pueda significar un cuadro fotográfico”.

Sé que no utilizas diagramas ni mapas para hacer tus novelas, entonces ¿cómo construyes una historia literaria? También hay que decir que tanto El Salvaje como Salvar el fuego son libros de casi 700 páginas.

“Te confieso que después de El Salvaje yo quería escribir una novelita cortita y según yo iba a ser de unas 120 páginas. Pero las novelas son animales que tienen su propia vida, ellas te empujan a ser del tamaño que necesitan. Yo llegué a escribir mil 440 páginas de esta novela, corté casi la mitad porque era una locura lo que estaba haciendo. Quité varios cuentos de los presos, parte de lo de Ceferino y la hice más compacta. Lo que te puedo decir es que yo no puedo determinar la longitud de una novela, lo que puedo hacer es tratar de obedecer lo que la novela me dicta”.

 

Ahora que mencionas los cuentos de los presos que aparecen en Salvar el fuego, ¿cómo desarrollaste estos textos, que en la novela son producto de un taller literario impartido por Julián Soto?

“Al igual que con la novela, me senté sin saber de qué se trataba el cuento que iba a escribir, sin idea. Uso mucho lo que me cuentan. Una vez puse un tuit, que alguna gente se burló y mal interpretó, que decía ‘Está lloviendo, a ver cómo influye esto en la novela’, porque lo que pasa afuera influye en lo que sucede en la novela.

“Un amigo me platicó que una vez su exmujer le aventó una maceta de geranios, entonces me imaginé un tipo aventándole macetas de geranios a otro hasta matarlo. Un día le platiqué a mis hijos que yo tuve pollitos cuando era niño porque me los gané en una kermesse, entonces escribo sobre eso y de ahí me arranco. Uno de los presos relata que sus pollitos crecieron hasta convertirse en gallos que cantan, entonces el vecino se los mata y el dueño quiere asesinar al vecino. Así van surgiendo poco a poco las historias de los presos. Las empecé a escribir completamente improvisado, al botepronto”.

¿Qué significado tienen las historias de los presos en el cuerpo de la novela? Hay varios textos que hablan del encierro, algo que muchos estamos experimentando, aunque de una forma distinta.

“Para empezar hay una visión del arte que va cambiando de acuerdo con los personajes, para José Cuauhtémoc el arte se convierte en la única forma de supervivencia. En estos momentos que vivimos un encierro muy leve, podemos pensar en qué es lo que permite que un preso se despierte todos los días a vivir, por qué no se suicida, qué es lo que lo motiva a vivir. 

“Yo nunca he dado un taller en la cárcel, nunca he estado en ninguna cárcel mexicana, no leí ningún texto de presos, incluso evité cualquier contacto. Maruan Soto da talleres en las cárceles y le dije que no quería saber nada sobre lo que había hecho, porque yo quiero inventarlo todo. Sí creo que un preso encuentra esta vía para liberarse, para expresarse. Alguna vez me escribió un homicida de Brasil que estaba sentenciado de por vida y estaba a cargo de la biblioteca de la cárcel y me dijo: ‘nuestros cuerpos están prisioneros, pero nuestras almas son libres a través de la lectura y de la creación’. Me contó que el libro favorito de los presos es El Búfalo de la noche, pero nada más tenían uno y me pidió que le mandara varios ejemplares. El arte, la lectura, te pueden dar una sensación de libertad. Esa reflexión que me metió esa carta tiene mucho que ver con esto”.

 

¿Qué representa para ti el Premio Alfaguara?, lamentablemente la gira por Iberoamérica, que forma parte del galardón, se ha tenido que suspender por el coronavirus.

“Para empezar, ganarme el premio sí es una cosa importante en mi carrera. Muchos lo anhelamos, algunos lo niegan, pero luego te enteras de que lo niegan, aunque concursaron dos o tres veces. Yo ya lo había perdido con El Salvaje, luego me enteré de que lo perdí por un voto, fue una de las dos obras finalistas. Sé lo difícil que es ganárselo entre mil y tantos manuscritos, y además lo gané por decisión unánime. Todo mundo dice que los premios son arreglados y tal, pero te aseguro que no. Conozco bien a Juan Villoro, pero sería incapaz de decirle, ‘échame la mano, tengo una novela ahí’. Me avergonzaría yo mismo. Además, está el asunto de si los otros jurados se van a prestar a eso. Entonces yo estoy contento de que es un premio limpio, de que me lo gané a la buena.

“Parte del premio es ir por todos los países. Yo cancelé el viaje a España cuatro días antes de tomar el vuelo porque dije ‘esto pinta como Italia, me voy a quedar varado en España’. Yo viajaba el 15, el 11 dije ‘van a cerrar España’ y dicho y hecho, el 16 cerraron España. Entonces, que bueno que no fui.

“Ahora, he aprendido a lidiar con esto. He usado las redes sociales, hice la presentación del libro que es hasta ahora la más vista de la historia, lleva 170 mil vistas en Twitter. He encontrado otras formas de llegar a los lectores. Algo que aprendí es que los lectores se ganan uno por uno. Sé de escritores que dicen que ese no es su trabajo, que es trabajo de la editorial, pero la editorial va a tener otro escritor la semana que entra. Al fin y al cabo, uno escribe para ser leído, sino para qué escribe”.

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