‘Mickey 17’ y la fábrica de los indeseables

Artes
/ 16 marzo 2025

Mickey 17 no es una película sobre el futuro; es un diagnóstico del presente, escribe Alfredo de Stéfano en esta reseña de lo nuevo de Bong Joon Ho

Bong Joon Ho, cineasta de obsesiones recurrentes —la desigualdad, la hybris del poder—, traslada su mirada al espacio en Mickey 17. La trama sigue a un clon “reciclable” (Robert Pattinson), usado como herramienta en una colonia alienígena donde la vida humana vale menos que el combustible. Pero bajo su estética de thriller interestelar, la película dibuja un mapa perturbador de nuestra era: la normalización de la explotación y el auge de líderes que mercantilizan el miedo.

El clon migrante: cuando el cuerpo es un contrato temporal

Mickey no es un personaje, es un procedimiento. Cada vez que muere, una copia suya hereda sus memorias (y sus cicatrices) para seguir excavando minas tóxicas. Esta premisa, más que un juego sci-fi, refleja la dinámica de la migración laboral contemporánea: seres reducidos a funciones, sin derecho al duelo o la narrativa propia. Como los jornaleros transfronterizos o los repartidores en la gig economy, Mickey existe en un limbo: necesario para el sistema, pero invisible como individuo. Bong retrata su rutina con planos claustrofóbicos que evocan celdas de almacenamiento, preguntándonos: ¿En qué momento aceptamos que algunos cuerpos sean mercancía de usar y tirar?

Mark Ruffalo y el arte de vender humo (con bandera de fondo)

El personaje de Mark Ruffalo —un magnate con sonrisa de telepredicador— es el núcleo político de la cinta. Gestiona la colonia con el manual del populismo: habla de “patriotismo espacial”, acusa a los clones de “robar recursos”, y se fotografía con trajes impecables frente a maquinaria sudorosa. Su retórica no es solo un guiño a Trump; es un arquetipo del líder que convierte la desesperación en espectáculo. En una escena clave, Ruffalo arenga a una multitud con promesas de “pureza cósmica” mientras contraataques eliminan clones rebeldes. Es la misma coreografía del poder real: enemigos inventados, soluciones falsas, y un culto a la personalidad que es puro vapor.

La migración como espejo roto: ¿quiénes son los verdaderos extranjeros?

La película juega con un dilema incómodo: en la colonia, los humanos “originales” se creen superiores, pero dependen de los clones para sobrevivir. Es la paradoja de las naciones que demonizan a migrantes mientras dependen de su trabajo. Bong lleva esto al extremo con una secuencia donde un Mickey es lanzado al vacío por “inservible2, mientras la colonia celebra un festín con comida importada de la Tierra. La ironía es feroz: los explotadores también son exiliados, pero niegan su condición de migrantes cósmicos. ¿Acaso no hacen lo mismo ciertos gobiernos, tratando a personas como invasores en tierras robadas?

Conclusión: ¿Podemos dejar de ser clones morales?

Mickey 17 no es una película sobre el futuro; es un diagnóstico del presente. Al vincular la explotación espacial con crisis reales, Bong nos señala como cómplices de un sistema que nos hace elegir entre ser verdugos o desechables. El personaje de Ruffalo, con su retórica trumpista invertida (pero reconocible), nos recuerda que el autoritarismo no necesita aliens: le basta con nuestro silencio.

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Calificación: ★★★★☆Mickey 17 duele porque no habla de clones, sino de nosotros. Y en su metáfora más oscura, sugiere que ya somos esos cuerpos intercambiables, aplaudiendo a quienes nos venden como héroes desechables.

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