“Captain America: Civil War”: Una contra crítica

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/ 2 mayo 2016

No es mala, pero es hasta cierto punto indefinida. Lo distintivo del filme es una batalla entre dos facciones de superhéroes. Pero la razón de esa enemistad es pueril

PERU.  “Capitán América: Civil War” no es una mala película. Es imposible que lo sea. Como muchos lo deben suponer, es técnicamente perfecta.

Además, obedece a unas reglas muy precisas respecto a lo que un público joven quiere ver: se trata de mezclar las historias de los héroes de ficción. El último ingrediente: hacerlos simpáticos –sobre todo si cuentas con una estrella como Robert Downey Jr.–, generar amagos de coquetería entre los hombres musculosos y las actrices más guapas –Scarlett Johansson y Elizabeth Olsen–, y algunos dramas personales que alejen el ejercicio atlético de la pura banalidad.

Pero “Civil War” no logra pasar las pruebas de los afectos, aunque sean mínimos. Ni siquiera a través del humor, que se hace insuficiente para dos horas y media de duración. En ese sentido, está más cerca de los juegos acrobáticos del Cirque du Soleil. Por supuesto, lo que hacen los artistas del circo es mejor. Son más sofisticados y divertidos. No presumen de contar una historia que se parece más a alguna pesadilla de androides o replicantes que pretenden llorar, sin poder hacerlo, como seres de carne y hueso.

Ver a Robert Downey Jr. fingir estar triste mientras activa un holograma en donde ve a su madre tocar el piano antes de despedirse es paradójico. La simulación sentimental es tan artificial como la del holograma. Ya el director Christopher Nolan ha probado que se puede hacer de Batman un personaje shakesperiano. Si no es así, es mejor probar con la comedia, y no tomarse tan en serio. De otro modo, solo queda un relato como este, desarticulado, errático y que intercala combates o piruetas variadas con largos diálogos de relleno que podrían pertenecer a cualquier telenovela o serie de TV.

Anteriormente he escrito a favor de otras películas de Marvel como “Los vengadores: era de Ultrón” o “Capitán América: soldado de invierno” –esta última de los mismos directores de “Civil War”, los ahora famosos hermanos Russo–. Entonces, algo ha pasado con esta secuela. Y lo que ha pasado es muy simple: si “Era de Ultrón” sabía combinar la malicia, la imaginación y la comedia ligera, y si “Soldado de invierno” sabía compaginar la dimensión política con cierta desesperación, “Civil War” es hasta cierto punto indefinida. Ya perdido el tono, no es ni una cosa ni otra.

Por supuesto, lo distintivo del filme es una batalla entre dos facciones de superhéroes. Pero la razón de esa enemistad es pueril. Se reduce a un capricho tan intercambiable como los personajes que los encarnan. Es decir, en “Civil War” no se sabe bien por qué Iron Man no se entiende con el Capitán América. Y los demás héroes se pliegan a uno u otro bando de forma también intercambiable. Los conatos románticos son gélidos, casi paródicos. Y el villano, Zemo (Daniel Bruhl), es uno de los más anodinos que se haya visto nunca. Como si su tristeza se debiera a sus poquísimas apariciones en pantalla o a que solo los fans del cómic saben quién es él y qué está haciendo allí. Al finalizar el show, quizá sea esa nuestra propia imagen, la de no saber muy bien qué hacemos allí.

Por Sebastián Pimentel para El Comercio

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