Daniel Viglietti, ícono de la canción uruguaya y latinoamericana
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Su guitarra y su voz brillante fueron el vehículo para promover la solidaridad entre los pueblos, compromiso que asumió desde que inició su carrera artística en la década del 60.
Daniel Viglietti, quien murió ayer sorpresivamente en Montevideo a los 78 años de edad, fue un ícono de la canción popular uruguaya y latinoamericana, que llevó su arte a casi todos los rincones del mundo.
Nació en Montevideo el 24 de julio de 1939. Era hijo de la concertista de piano Lyda Indart y un militar del Ejército que se llamaba Cédar Viglietti, igual que uno de sus hermanos que está radicado en México y que es concertista de guitarra.
Su guitarra y su voz brillante fueron el vehículo para promover la solidaridad entre los pueblos, compromiso que asumió desde que inició su carrera artística en la década del 60.
"Mis primeros recuerdos se remontan a una vieja victrola, sin bocina, regalo de mi padre, en la que escuchaba a (Antonio) Tormo, a Los Trovadores de Cuyo, a los Hermanos Abalos", escribió Viglietti en la contratapa de su primer disco larga duración.
Cuando accedió al pasadiscos propio, entonces fue incorporando a su paladar artístico a otros artistas, principalmente argentinos, como Atahualpa Yupanqui, Los Chalchaleros y Los Fronterizos que, en aquellos años, ejercían una gran influencia entre los músicos uruguayos.
Sin embargo, ya empezaban a asomar en el pequeño país sudamericano, los primeros artistas audaces que intentaban un estilo propio tras la huella que estaba marcando un precursor como Osiris Rodríguez Castillos (1925-1996) y los poetas Ruben Lena y Washington Benavídez, fervientes promotores de un canto nacional.
Viglietti, Alfredo Zitarrosa, Los Olimareños (José Luis Guerra y Braulio López), José Carbajal, Héctor Numa Moraes, Aníbal Sampayo y otros empezaron a imponer sus propias creaciones, con tal éxito que se desparramaron por todo el continente y llegaron incluso a países europeos, africanos, a Australia y nueva Zelanda.
"Fui descubriendo que existía lo nuestro", afirmaba Viglietti. "Sin embargo, al mismo tiempo, empecé a darme cuenta que no debemos encerrarnos en nacionalismos, que si estamos con la causa de una América nueva, aquello es estrecho", escribió el músico.
Sobre su reconocido compromiso social y político, el artista uruguayo comentó más de una vez que "la circunstancia exige decir y no sólo cantar”.
Cuando la última dictadura se instaló en Uruguay, en 1973, como tantos otros uruguayos, Viglietti marchó al exilio. Primero a Argentina y después a Francia, donde vivió durante 11 años.
En 1984, cuando el régimen de su país agonizaba, Daniel Viglietti volvió a Uruguay y fue recibido pro miles de personas que lo aclamaban y que después disfrutaron de su primer recital en el cercano retorno a la democracia.
Su extenso repertorio tiene canciones emblemáticas que hasta hoy se siguen escuchando, como "A desalambrar", "Milonga de andar lejos", "Duerme negrito" y "El Chueco Maciel".
Viglietti musicalizó a numerosos poetas iberoamericanos como sus compatriotas Circe Maia, Líber Falco y Washington Benavídez, el peruano César Vallejo, los españoles Rafael Alberti y Federico García Lorca y el cubano Nicolás Guillén, entre otros.
Desde 1985 formó una dupla memorable con su compatriota Mario Benedetti (1920-2009) para realizar el espectáculo "A dos voces", en el que él cantaba y Benedetti recitaba, que recorrió diversos países iberoamericanos y fue llevado al disco.
Viglietti también incursionó en la comunicación por radio y televisión. Desde 1997 realizaba semanalmente un programa de radio que se llamaba "Tímpano" y otro de televisión que se titulaba "Párpado" en el que difundía a artistas de todo el mundo.