Madonna vomita a Madonna en “Madame X”

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/ 17 junio 2019

    Ella solía encantar con estilos incansablemente diferentes, pero eso era hace décadas. Ahora parece esa tía excéntrica que llega a una fiesta vestida inapropiadamente, un poco intoxicada y ofreciendo comprar cerveza para los jóvenes.

    En estos días Madonna usa un parche, pero parece que lo que en realidad le falla son los oídos. La camaleónica Reina del Pop ha fallado mucho la puntería con "Madame X" (Interscope), un intento desesperado y demasiado esforzado para un álbum que suena como si Madonna hubiese vomitado a Madonna. Ella misma lo dice: “Es un tipo de energía rara”.

    Ella solía encantar con estilos incansablemente diferentes, pero eso era hace décadas. Ahora parece esa tía excéntrica que llega a una fiesta vestida inapropiadamente, un poco intoxicada y ofreciendo comprar cerveza para los jóvenes.

    Las 13 canciones de "Madame X", el primer álbum de larga duración de Madonna desde el subvaluado "Rebel Heart" de 2015 la hacen colaborar predeciblemente con los jóvenes sensación del pop: Quavo, Swae Lee, Maluma, Anitta, con resultados que están bien, pero son aburridos. Parecen cumplir más una lista de pendientes que ser fruto de la chispa de una colaboración.

    En “Madame X" canta, con la voz muchas veces alterada por computadora, en portugués, español e inglés. Hay reguetón, pop latino, trap, disco, percusiones africanas, dancehall y coros gospel. Hay un batido incansable incluso dentro de las mismas canciones y, con referencias a Pablo Picasso y Jean-Paul Sartre, un toque pseudointelectual.

    ¿Por qué “Madame X"? Nos dijo: "Madame X es una bailarina, una profesora, una jefa de estado, una ama de casa, una amazona, una prisionera, una estudiante, una madre, una hija, una maestra, una monja, una cantante, una santa, una puta, una espía en la casa del amor. Yo soy Madame X”.

    En otras palabras, todo y nada. SOLO DESÉAME, parece pedir. Quizá está demasiado exhausta para siquiera construir un nuevo personaje coherente. Nos lo deja a nosotros. Y deja detrás un rompecabezas sónico que recicla de su pasado.

    Incluso su exagerado intento por romper los límites en "Dark Ballet”, un regreso a su obsesión con Juana de Arco, comienza prometiendo bastante bien, pero se desvía a una pila revuelta de slogans alterados por computadora que eventualmente se disuelven en Tchaikovsky.

    Madonna tiene mucho que decir, pero nada parece muy coherente. Parece hacer referencia a Trump cuando canta "Atrapen al viejo/métanlo en la cárcel/donde no nos puede detener” en "Batuka", pero nunca queda claro. En cuanto a la empalagosa "Killers Who Are Partying" es demasiado brusca: “Seré el Islam/ si odian al Islam”, canta con un acento británico falso. “Seré un niño/si los niños son explotados”.

    Incluso se pone por encima de ella misma sin necesidad. Una de las mejores canciones del álbum es “I Rise”, la cual ha dicho es sobre personas gay y marginalizadas. Pero hace un sampleo a un discurso de la sobrevivente del tiroteo de Parkland Emma González. ¿Entonces se trata en realidad de control de armas? Madonna no logra transmitir su mensaje directamente. (Y, Madge, si estás tanto en contra de las armas, quizá deberías de dejar de usar efectos de disparos como llamada para despertar en "God Control”).

    Madonna usa el mismo artilugio que la convirtió en una megaestrella: tomar cosas buenas de otros, ya sea del vogue, Marlene Dietrich, la música latina, la música electrónica, y adoptarlas como si fueran propias. Pero estos no son buenos tiempos para Madonna. Estamos hambrientos de autenticidad y ella está escondida detrás de ese parche en el ojo.

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