Robert Downey Jr.: “Todos renacemos de nuestras cenizas”

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/ 30 abril 2016

El otro lado de los 50 todavía no ha hecho mella en su físico ni en su ingenio, pero sí en su madurez.

Robert Downey Jr. es el epicentro de la revolución Marvel. Sin él y sin el éxito que consiguió en 2008 con la primera película de Iron Man el universo de los superhéroes sería muy diferente. También es el actor mejor pagado de la industria. Lleva tres años consecutivos embolsándose del orden de 70 millones de euros anuales tras hacer historia con un sueldo que llegó a 44 millones de euros a su paso por Los Vengadores. Además, está la trayectoria personal de este neoyorquino, esa que aúna talento, perdición, redención y éxito en una trama increíble incluso para los estándares de Hollywood. De artista contracultural a paria consumido por las drogas convertido ahora en una estrella megacomercial. Un ave fénix que se está haciendo de oro presentando su último trabajo en Capitán América: Guerra Civil —estrenada ayer en España— y que, mientras disfruta de su éxito, solo habla de un tema tabú en Hollywood: hacerse mayor.

“Estoy seguro de que un día de estos seré abuelo. Y lo estoy deseando”, afirma el galán babeando por contar con una nueva generación de Downeys. Tiene 51 años y tres hijos: Indio, de 22, fruto de su primer matrimonio con la actriz Deborah Falconer —con quien estuvo casado poco más de una década—, y Exton y Avri, de 4 años el varón y poco más de un año la niña, que tuvo junto con su actual esposa, la productora Susan Downey con quien se casó en 2005, un año después de su divorcio. Sus ganas de sentirse viejo no casan con su rostro, que se ve más juvenil que nunca, libre de cualquier sombra de barba o perilla. “Me lo tengo que pensar mejor porque con el rostro tan limpio se te queda la cara como hinchada y no sé si me gusta”, se queja, sacándole punta a todo.

El otro lado de los 50 todavía no ha hecho mella en su físico ni en su ingenio, pero sí en su madurez. Al menos de boquilla por lo mucho que le gusta repetir eso de “uno no va para joven”. Sus demonios siguen ahí. Como dijo en una ocasión su amiga Jodie Foster, la maldición de Robert Downey Jr. es la de “ser demasiado listo”. Sus adicciones y, sobre todo, su tono vital se van calmando. Existe una mayor aceptación personal. “Parece que la máquina está arreglada”, dijo hace un año. “Ya soy un cincuentón que se piensa más las cosas”, concede ahora sin perder la sonrisa de pillo. “Para bien o para mal llevo años dando que hablar. En los años ochenta y especialmente en los noventa”, añade pensando en esa década de éxitos, como Chaplin (Richard Attenborough, 1992), y esa otra de fracasos en la que, como bromeó Ricky Gervais durante unos Globos de Oro, Downey Jr. era más conocido por su relación con las drogas que por su filmografía. “Supongo que ahora que puedo pagarme la renta y que estoy en una relación que funciona he alcanzado una cierta madurez y no quiero malgastar mi tiempo lejos de la familia”, resume pensando en cómo ampliarla.

De hecho el actor puede hacer bastante más que pagarse el alquiler. Durante el rodaje del último Capitán América hizo que le mudaran todos los muebles de su casa en California hasta Atlanta (EE UU) para que sus gatos estuvieran contentos. Y más allá de sus compromisos con Marvel o de sus deseos de llevar a buen término la tercera entrega de Sherlock Holmes, el sello Downey piensa dar muestras de su poderío produciendo filmes para nuevos talentos y quizá siguiendo los pasos de su padre detrás de la cámara. “No sé si lo llamo reinvención pero habrá que aprovechar mientras me queda algo de tirón”, agrega.

Pero en esta reinvención, como abuelo, como director, como mecenas, le siguen acechando las mismas sombras. Ni el perdón por sus delitos que le concedió las pasadas Navidades el gobernador de California zanja la conversación sobre sus años de adicción y cárcel. Y los problemas de su hijo mayor con las drogas no ayudan a borrar este recuerdo. La única diferencia es que ahora lo lleva con humor. “Si todo falla, siempre puedo escribir un libro de autoayuda”, bromea. Más en serio prefiere recordar que su experiencia no tiene nada de singular: “Todos renacemos de nuestras cenizas alguna vez en nuestras vidas, algo que cuanto más estoy en contacto con otros más me doy cuenta de que estamos en el mismo barco”.

En este tiempo de cambio Downey Jr. se muestra como siempre agradecido a sus amigos, un extraño círculo que además de Jodie Foster incluye a los también actores Mel Gibson, Jon Favreau o Don Cheadle, esos que apostaron por él cuando más lo necesitaba. Y, sobre todo, a su “mujercita” (como llama a su esposa), junto con “la meditación y los programas de desintoxicación”, la verdadera razón de su cambio. Susan le enseñó a mantener la cabeza en su sitio, a evitar “el sentimiento de depresión que da mirar atrás y la ansiedad que da mirar adelante” para centrarse en el ahora. “No tengo más que verla, con nuestros hijos, todo el día al teléfono lidiando con la productora, conmigo y todo como si nada. Tengo que dar gracias a Dios por esta etapa. Aunque luego me vuelva a quejar”, resume sin dejarse llevar por el romanticismo.

Maduro o no sigue siendo Robert Downey Jr. “Por eso no me gusta hablar de mi vida. Porque no tiene nada de glamour. Me gustaría decir que recibo a Susan a diario con flores y la cena preparada. Con el suflé a punto antes de dar rienda suelta a una sesión de Kamasutra donde hago realidad sus deseos más ocultos. Pero lo cierto es que me paso el día pensando en mí mismo”, concede con el humor de un niño malo que espera una vez más ser perdonado no por sus faltas, por las que no se disculpa, sino en agradecimiento porque te hace reír.

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