Sonreír hacia adentro
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La verdadera alegría es silenciosa. Es una experiencia íntima que a veces no celebramos de manera ruidosa para no invadir el espacio no alegre de otros. La verdadera alegría no requiere de expresiones histéricas ni presunciones. Tengo un maestro maravilloso que nos suelta este tipo de información con una frecuencia suficiente para dejarme, cuando menos a mí, con la cabeza y el corazón dando vueltas en búsqueda de la salida “fácil”, o de cualquier tipo de entendimiento, aunque no sea “fácil”.
La verdadera alegría es producto de la satisfacción de nuestras necesidades reales. Embrollo #2, saber distinguir cuales son mis necesidades reales. Hay veces que lo único que necesito es una palabra de cariño de alguien, generalmente de alguien específico. Eso me aporta un momento de alegría que me hace sonreír hacia adentro, sin requerir que nadie más sepa de mi sonrisa, ni de la fuente de mi alegría. Claro que hay momentos en que reconocer mis necesidades no es tan sencillo, ni las necesidades tan evidentes y simples.
Me doy cuenta de que hay muchas cosas que me provocan este tipo de alegría íntima. Contemplar una fogata, algunas canciones, los gatitos, una copa de vino tinto, decir “sí”, la solución a un problema, acompañar otro en la satisfacción de alguna necesidad de él o de ella, ciertas palabras o gestos recibidas. Estas alegrías no la clamo desde las alturas y a los cuatro vientos, sino que son experiencias que atesoro calladamente. Las reconozco porque me provocan justo esa sonrisa interna, una sonrisa que es de mí para mí.