"Stalkear", ¿por qué lo hacemos?

Tech
/ 29 septiembre 2015

Con el libre acceso a timelines, perfiles y muros, las redes sociales permiten indagar en vidas ajenas hasta puntos... insospechados

Averiguar la mayor cantidad de datos posibles sobre una persona que nos quieren presentar. Repasar la última semana del timeline de un jefe. Chequear el muro de una pareja para controlar que no haya nada raro. Entrar desde otra casilla al perfil de un ex. Hoy en día, todos espiamos y somos espiados, con datos que nosotros mismos damos a conocer en nuestros perfiles. Stalkear, el nombre de lo que, en distinta medida y con distintos grados, hace la mayoría de la gente en las redes sociales.

"Stalkeo a los chicos que me interesan, o a alguien que me quieren presentar, averiguo todo, pero después, cuando conozco a la persona, ya se lo que me está contando y tengo que disimular. Muchas veces me piso sola, tengo datos que no tendría por qué tener", confiesa Micaela F., locutora de 26 años.

Elena S., socióloga de 29, también se adelanta a lo espontáneo del encuentro: "Si me quieren presentar a alguien, lo facebookeo. Y ahí empiezan las deducciones: si lo ves en una foto en una casa, pensás que vive en tal barrio; si lo ves haciendo algo, pensás que se dedica a tal cosa, y con todo eso te armás un preconcepto", lo cual puede influir a la hora de comenzar un vínculo...

Precisamente, una de las implicancias inherentes a esto es la deducción. "Te gusta alguien, y una mujer le postea en el muro: eso ya tiene un significado. Después entrás cada un minuto, para ver si le contestó, si está online, si posteó, qué posteó, empieza toda una filosofía de la interpretación", dice Elena.

Daniel Monastersky, abogado, especialista en delitos informáticos y director de Identidad Robada, explica que lo que entendemos como stalkear se llama técnicamente Open Source Intelligence (búsqueda en fuentes abiertas), lo que significa que no se comete ningún delito, sino que se recolectan datos que los usuarios mismos brindan voluntariamente. Así, asesora a empresas y particulares que buscan orientar los resultados de las búsquedas cibernéticas que los implican: "Ultimamente se ha convertido en un riesgo y en una preocupación para empresas y para personas, todo lo que se pone en Internet sobre uno, porque uno es lo que Google dice que sos. Uno no puede manejar la reputación de alguien, pero puede intentar construir una identidad digital sobre la base de lo que quiere transmitir".

Por lo visto, es muy probable que lo que vemos esté más ligado a la imagen que esa persona quiere dar que a la persona misma. Igualmente, por una extraña razón, lo hacemos: "Antes de irme a dormir me hago un update de distinta gente que no veo hace mucho. La fija, son las chicas del secundario que no veo más. Miro si están casadas, si tienen hijos lindos, si están gordas. También tengo un amigo con el que me peleé, y entro a ver en qué anda", relata Carla W, consultora, de 31 años.


El placer vouyerista

¿Por qué tenemos la necesidad de saber qué hace la gente que ya no vemos? Según Ricardo Rubinstein, médico psicoanalista de APA, "la proliferaciónde las redes sociales nos mete en la era de la imagen, donde se exacerba lo escópico [lo vinculado a la estimulación de lo visual, el placer de ver y ser visto] y genera un tipo de satisfacción que puede derivar en lo que es el voyeurismo, el placer de espiar. Pispear la vida de los demás da la satisfacción de mirar sin ser visto".

Según Rubinstein, estos comportamientos "se articulan desde el punto de vista psicológico con lo que es la curiosidad infantil. Hay gente que espía por curiosidad, sin ser un voyeurista, eso excita, y otra gente que lo hace con personas con las que tiene un vínculo afectivo o amoroso, y ahí lo que se juega es la necesidad de controlar a la otra persona, lo que está movido por situaciones de temor y de inseguridad".

Es el caso de Valentina M., publicista, de 30 años: "Una vez por semana, entro al muro y al timeline de mi novio. No busco algo en particular, sólo me fijo que no haya nada desubicado, al ser público, siento que tengo el derecho a que no haya nada sospechoso. Si le responde a alguien en Twitter, miro la conversación, miro a quién le respondió. Si veo algo que me genera dudas, le pido explicaciones". Carla W. también usa otra cuenta para tener noticias actualizadas de su ex pareja: ella ya no lo tiene como amigo, pero su mamá sí. Cada vez que la visita pispea si dejó el Facebook abierto, para ponerse al tanto.

A su vez, ella ejerce lo que llama un stalkeo profesional: "Cuando me dicen el nombre de un cliente nuevo, lo busco en redes, para saber con qué me voy a encontrar. La idea es empatizar, sentir que tenés un poco de ventaja sobre el otro. Cuando voy a la reunión, ya sé con qué me voy a encontrar".

Sea por cuestiones profesionales, o para tener la ventaja por saber cosas del otro, hay cierta inseguridad que se aplaca con el hecho de sentir que contamos con información. "A veces me arrepiento y me gustaría hacerlo menos, porque cuando conozco a alguien, a veces se pierde la chispa de lo espontáneo, pero también me aviva de muchas cosas", se justifica Micaela F.

Lo que también es cierto es que circula mucha información acerca de nuestra privacidad y a veces no somos del todo conscientes. Muchas veces, negociamos nuestra intimidad, como explica Beatriz Busaniche, miembro de Vía Libre. "Hay asuntos naturalizados que hay que poner en cuestión. Lo que está en Facebook no es privado, por más que uno ponga los recaudos de que lo pueden ver sólo ciertos círculos, pero la realidad es que la empresa está lucrando con esa información, y es fácilmente accesible, porque una vez que está digitalizada circula con facilidad, por lo cual es importante que la gente tome más en cuenta lo que hace en Internet."

Efectivamente, las redes sociales forman parte de nuestra realidad y convivimos con ellas: precisamente para mostrarnos y mirar a los demás es que existen.

Sin embargo, no estaría mal repensar qué estamos resignando al proporcionar y tener tanta información sobre los demás: un encuentro, la magia de la espontaneidad, o nuestro mundo privado..

Por Ludmila Moscato para LA NACION

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