Cuando los estándares de belleza y la positividad corporal chocan

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El nuevo ideal cultural para las mujeres es ser ultradelgadas y estar envueltas en un lenguaje de inclusión y autoaceptación.
Por: Amanda Hess
Hace poco, Instagram me llevó a la cuenta de una influente muy delgada en las redes sociales. Normalmente no empezaría un artículo con una descripción del cuerpo del sujeto, pero en este caso se trata también de su marca personal. A menudo sale en apartamentos u hoteles de lujo, luciendo ropa para ir a bares mientras graba escenas cómicas sobre cómo deben relacionarse los hombres y las mujeres heterosexuales, algo bastante habitual para una modelo de Instagram en 2025.
¿Lo curioso? Se identifica como desfavorecida, una superviviente del acoso en la adolescencia por su delgadez que se ha convertido en defensora de la “positividad corporal” para las ultradelgadas. En un video, pone su estatura y peso en la esquina de la imagen mientras se graba haciendo estiramientos con ropa deportiva; en otro, trabaja para “aumentar la confianza de las chicas con un tipo de cuerpo delgado” celebrando su propia “cintura pequeña”, mandíbula afilada y clavícula prominente.
Mientras me desplazaba, hipnotizada, por su cuenta, observé cómo entretejía dos fuerzas culturales aparentemente irreconciliables. Encarna un estrecho ideal de belleza para las mujeres y lo envuelve en el lenguaje de la inclusividad. Su canal es una combinación inteligente de métodos para captar la atención en Internet: parecer una modelo, hablar como una activista, comportarse como un troll. Y representa un nuevo acto de equilibrio para las mujeres en el ojo público, y para quienes las observan.
Una influente ahora puede moldear su cuerpo según una norma punitiva, negando al mismo tiempo que exista norma alguna, o incluso que haya algo punitivo en ello. La mujer misma parece resolver todas estas contradicciones bajo la bandera del amor propio. Es la disonancia cognitiva como una estrategia de contenido, y está en todas partes.
Lo veo en Clara Dao, la influente que acumuló 2,9 millones de seguidores en TikTok animando a las mujeres con el pecho plano a aceptar su aspecto, y que después se puso implantes de seno y creó una nueva marca en torno a la inquebrantable aceptación de su nuevo cuerpo. Lo veo reproducido en las redes sociales, donde modelos delgadas publican fotos sin filtro, sin posar y #relacionables que revelan alguna imperfección absurdamente menor, como un solo pliegue en el abdomen o una panza apenas perceptible.
Lo vi en “La vida secreta de las esposas mormonas” la temporada pasada, cuando una mujer celebró su próxima operación de vaginoplastia reuniendo a sus amigas para que pintaran sus vulvas ideales, una extraña perversión de un ejercicio feminista de concienciación destinado a desterrar la vergüenza. Incluso vi un atisbo de ello durante la gira de prensa de “Wicked”, cuando los fans expresaron su preocupación por la aparente pérdida de peso de las estrellas de la película, lo que llevó a una de ellas, Ariana Grande, a advertir de que hablar de los cuerpos de otras personas es “peligroso para todos los implicados”.
En 2025, ha regresado un ideal corporal de principios de la década de 2000, filtrado a través de un discurso de positividad corporal de mediados de la década de 2010. En la primera década del milenio, una nueva y vigorizada cultura sensacionalista hizo ultrafamosas a estrellas como Paris Hilton y Amy Winehouse, con imágenes de caderas y clavículas puntiagudas que adornaban la fascinación morbosa de los primeros blogs sobre los famosos.
En la década siguiente, cuando millones de mujeres jóvenes empezaron a documentarse en las redes sociales —y a lidiar, hora a hora, con cómo se presentaban—, la “positividad corporal” se convirtió en un término de moda en Instagram y el tamaño de las modelos de trajes de baño de Sports Illustrated y de las muñecas Barbie se amplió para reflejar una variedad más inclusiva.
Ahora se está reafirmando una norma más estricta. El otoño pasado, la Sociedad Americana de Cirujanos Plásticos anunció que el “cuerpo de ballet” era el nuevo ideal estético, mientras que Vogue Business publicó un informe sobre la “inclusividad de tallas” que mostraba que “el péndulo ha vuelto a la glamurización de la delgadez”.
En las pasarelas de moda que presagian las tendencias venideras en algo más que ropa, los cuerpos de las modelos vuelven a encogerse. Las revistas femeninas conservadoras, como The Conservateur y Evie, defienden el retorno de lo que llaman un ideal femenino “objetivo” y “convencional”, que aparece en sus páginas como una mujer blanca y delgada, con pelo largo, escote prominente y mucho maquillaje. Y el auge de fármacos como el Ozempic —que ha ayudado a millones de personas a tratar enfermedades crónicas, y también ha ayudado a los famosos delgados a ser aún más delgados— ha formalizado la relación entre delgadez, estatus y riqueza.
El lenguaje de la positividad corporal no ha desaparecido. Pero se ha aplanado y cooptado. El movimiento de positividad corporal nos insta a abrazar todos los cuerpos independientemente de su forma y tamaño, pero no se detiene ahí. Condena las estructuras sociales que confieren poder y deseabilidad a algunos cuerpos y estigmatizan a otros.
Cuando la influente flaca de Instagram aplica las etiquetas #skinnygirl (chicaflaca) y #bodypositive (positividadcorporal) a la misma imagen, está buscando un público para su apariencia de alto estatus al tiempo que hace un gesto hacia un movimiento inclusivo. Luego le pone un pie de foto con un mensaje que anticipa y neutraliza las críticas afirmando que por fin ha conseguido el #amorpropio tras una infancia en la que se “avergonzaba de la delgadez”. El mensaje es que cualquier tendencia cultural hacia la valoración de la delgadez femenina debe aceptarse bajo la bandera del empoderamiento de las mujeres delgadas; lo que debe suprimirse es la crítica o incluso la observación de la tendencia.
En su nuevo libro, “Girl on Girl: How Pop Culture Turned a Generation of Women Against Themselves”, la periodista Sophie Gilbert examina el ideal de delgadez promovido en los albores del siglo, y la nueva forma en que ha regresado. “Creo que ciertamente ahora no tenemos la misma gordofobia que entonces. Nadie va a publicar un libro titulado ‘Perra flaca’ en el que arremeta contra el lector por ser un asqueroso cerdo gordo”, dijo Gilbert recientemente a Emily Gould en The Cut. “Pero es diferente. Creo que lo que ocurre ahora es más furtivo”.
¿Sabe lo que hace la influente de positividad corporal que crea contenido en torno a su cuerpo de alto estatus? Hay una dosis de troleo en estas representaciones. La editora de The Conservateur dijo recientemente que, al reinscribir un estándar “objetivamente bello” para el aspecto de las mujeres, estaba dando “su merecido a las mujeres no reconocidas en la cultura”.
Las representaciones contrapuestas de superioridad y desventaja, de amor propio y optimización de uno mismo, constituyen un espectáculo desconcertante, y está claro que tales contradicciones impulsan el interés. Las secciones de comentarios de sus cuentas acogen ciclos interminables de desilusión, rabia, debate y afirmación. Pero también hay una cierta sinceridad en estas influentes, una creencia duradera de que una mujer quizá logre tenerlo todo. Si se coloca en la posición adecuada conseguirá la autoaceptación y la aprobación social al mismo tiempo.