El árbol de Navidad, la estrella de las fiestas
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Es considerada la tradición más popular y un adorno universal que nació en el siglo XV. Su autoría se atribuye a Martín Lutero.
BERLÍN.- Alemania es un país que adora las tradiciones, un hábito casi religioso y milenario que hace posible, por ejemplo, que la nación sea capaz de recluirse en un raro ambiente de paz y armonía cuando el calendario marca la llegada de las fiestas navideñas. Este año no será una excepción.
La tradición más popular es el árbol de Navidad, un adorno universal que nació en el siglo XV y cuya autoría se le atribuye a Martín Lutero, el fraile católico que cuestionó la autoridad papal en el siglo XV y dio vida a la reforma religiosa en Alemania.
La leyenda relata que Lutero, cuando regresaba a su casa, observó que la luz de las estrellas se reflejaba en las ramas de los árboles cubiertos de nieve.
El fenómeno luminoso le hizo recordar la famosa estrella de Belén que guió a los tres Reyes Magos la noche en que nació Jesús. Con esa imagen dando vueltas en su cabeza, Lutero taló un árbol, lo llevó a su casa y lo decoró con velas, nueces y manzanas.
¿Verdad, o sólo una leyenda?. Los libros de historia, en cambio, relatan que la primera aparición documentada del famoso Weihnachtsbaum tiene una fecha y un lugar: 1605 y Estrasburgo, cuando la ciudad aún pertenecía al reino de Germania.
El árbol de Navidad inventado en Alemania, quizás por Lutero, conquistó al mundo. Y la Unesco no cometería un error y nadie protestaría si lo convierte en Patrimonio Cultural de la Humanidad. En las fiestas navideñas pasadas, el Weihnachtsbaum brilló en la casi todos los hogares germanos, adornó plazas públicas y oficinas y sus luces también alumbraron edificios tan emblemáticos como la Cancillería y el Reichstag, sede del Parlamento Federal. Por supuesto, la emblemática Puerta de Brandeburgo también recibe su árbol.
Tradición obligada, dicen los alemanes, que también reviven cada año, con ocasión de las fiestas navideñas, una tradición más bien pagana y que es cultivada por todos: la visita obligada a los mercadillos de Navidad, otro invento alemán que nació en el siglo XV en la ciudad de Dresde. Cada ciudad se adorna a partir del último día de noviembre hasta el último domingo de diciembre con estos mercadillos donde la gente bebe vino tinto caliente con especias (Glühwein), come salchichas y compra regalos.
Pero los ciudadanos con dinero en los bolsillos, optan por abandonar el país para buscar la calma y la paz en balnearios tropicales o, como es el caso de la canciller alemana, Angela Merkel, en la soledad y majestuosidad de un famoso valle en los Alpes suizos.
La tradición señala que Alemania se paraliza, políticamente hablando, con la llegada de las fiestas. Los principales actores políticos del país huyen de la capital para recluirse en refugios protegidos.
Una ley no escrita de esa nación, que se ha convertido en otra interesante tradición, recomienda a los periodistas alemanes no inmiscuirse en la vida privada de los políticos.
La prensa sabe, por ejemplo, que Merkel después de participar en la última cumbre europea del año viaja, junto a su esposo, el profesor de química Joachim Sauer, al valle de Engadin en los Alpes suizos, donde practica su deporte de invierno favorito, el esquí de fondo.
Pero ningún medio ha querido revelar que la canciller y su marido visitan todos los años al pintoresco pueblo de Pontresina.
Los medios conocen también la dirección y el nombre del hotel donde se aloja la jefa del gobierno, pero nadie ha querido publicar fotos de la canciller esquiando, ni tampoco su visita a la iglesia local el 24 de diciembre.
Pero todo el país sabe que, después de las fiestas, Merkel viaja a su pequeña “dacha” en Uckermark, en el Land de Mecklenburgo Pomerania Anterior, para cumplir con una tradición que se repite todos los años. La canciller se aísla en su cocina para preparar un ganso al horno, para su madre y su esposo.
El respeto a la intimidad también impide saber si Merkel y su marido adornan su hogar con una Corona de Adviento, una tradición casi sagrada en el país y que anuncia la llegada del Niño Dios, con cuatro semanas de antelación. Pero los lectores del periódico Bild saben que una tradicional corona de adviento adorna la mesa de conferencias en la oficina de la canciller.
El periodo navideño inicia “oficialmente“ con el primer domingo de adviento, cuando las familias colocan en un lugar visible del hogar una corona con cuatro velas. Cada domingo se enciende una y la tradición contempla hornear galletas y beber té o café.
La fiesta navideña como tal comienza el 24 de diciembre, cuando celebramos la “Heiligabend” (Noche Santa), dijo Christian Petersen, un cirujano de 55 años, casado con una colombiana y padre de dos adolescentes, que ama las tradiciones de su país y respeta todos los años el ritual de comprar un árbol de Navidad.
El médico y sus dos hijos compran un abeto importado de Dinamarca y dedican gran parte de la tarde a decorarlo. “Siempre celebramos la Noche Santa en casa, porque es una fiesta familiar”, dijo el médico a este periódico, y confesó que su esposa, al igual que Angela Merkel, prepara como todos los años un hermoso ganso al horno, una costumbre que no comparten todos los alemanes.
En Berlín, por ejemplo, el plato preferido para la cena del 24 de diciembre sigue siendo un par de salchichas acompañadas de ensalada de papas y cerveza. Pero todos los alemanes, incluidos la familia Petersen, la canciller y su marido y millones de ciudadanos anónimos, modernidad obliga, casi ya no respetan otra tradición germana que alegraba la vida a los niños el 6 de diciembre, cuando San Nicolás llegaba a los hogares para repartir dulces.
Ahora, los regalos llegan el 24 de diciembre por la noche, gracias a la visita que hicieron al Niño Jesús los Reyes Magos, los famosos Melchor, Gaspar y Baltasar, cuyos restos mortales descansan en un espléndido sarcófago de oro y piedras preciosas, el tesoro religioso más importante de la milenaria catedral de Colonia.