La dicotómica realidad Ferlosiana

Vida
/ 18 mayo 2017

En su nueva publicación el español resume prácticamente todos los temas que le interesan sin renegar del ‘yo contra yo’ que inevitablemente invade a todo ser humano

Por Javier Rodíguez Marcos para EL PAÍS

Los libros de Rafael Sánchez Ferlosio no acaban ni siquiera cuando acaban. Como pasa en los títulos de crédito de algunas películas, en cualquier esquina de sus ensayos puede saltar un aviso contra ciertas ideas o contra ciertas formas de pensar. Incluida la suya. Así, en el índice de nombres y conceptos que cerraba la primera edición de “God & Gun” (Destino, 2008), Ferlosio añadió una nota de 300 palabras en cuerpo 8 que decía: “Lo que me hace desconfiar de estas filosofías o teodiceas mías es la recurrencia general y sistemática —que muchos pueden encontrar fatigosa y hasta fastidiosa— de la binariedad, no solo en parejas aisladas, sino, más a menudo, combinadas en grupos de opuestos y afines, como aquellas seis muchachas andaluzas que formaban dos grupos de tres hermanas cada uno, en que las del primero se llamaban Dolores, Angustias, Martirio y las del otro Remedios, Consuelo, Socorro”.

El autor de “Vendrán más años malos y nos harán más ciegos” se refiere a oposiciones tan recurrentes en su obra como satisfacción y felicidad, educación e instrucción, deporte y juego, moral de identidad y moral de perfección, acatamiento y conocimiento, consecuencia y contingencia, datos de la historia y hechos de la vida, tiempo adquisitivo y tiempo consuntivo o la que —siguiendo la estela de Walter Benjamin— le sirvió para titular su discurso de recepción del Premio Cervantes el 23 de abril de 2005: carácter y destino. Mientras los primeros términos de cada dicotomía sacrifican el presente a un futuro —“el nuevo opio del pueblo”— que lo supedita todo a su sentido histórico final, los segundos nacen de una prosaica certeza: la felicidad no se pregunta por su sentido y la historia, lo advirtió Hegel, no es suelo en el que crezca la felicidad. Según el propio Ferlosio, la oposición binaria es, ya desde el sistema fonológico, algo así como la célula elemental del pensar humano.

“De manera que”, dice, “una forma de razonar tan explícitamente dicotómica como la mía no puede dejar de hacerse sospechosa de inercia mental”. Hecho el aviso, añade un matiz: la anterior es una “observación formal”. Atendiendo al contenido, el significado y el sentido le siguen pareciendo correctos: “Debe de ser que el pensamiento carece de humildad; y si se le hace violencia para que sea humilde — el sacrificium intellectus, que los propios creyentes estiman necesario para sustentar la fe—, lo siente como una extorsión insoportable y absolutamente deshonesta”.

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Lo paradójico es que a Ferlosio se le puede acusar de cualquier cosa menos de inercia mental. De hecho, sus textos parecen nacidos para romper la rutina que nos lleva a emplear acríticamente sintagmas como “creación de riqueza” o “países en vías de desarrollo”, “merecido descanso” o “sana alegría”. La misma que sustituyó la antigua —y activa, explica— “concordia social” por la hoy triunfante —y pasiva— “cohesión social”.

La trayectoria editorial de Rafael Sánchez Ferlosio, que el próximo diciembre cumplirá 90 años, arrancó en 1951 cuando los Talleres Gráficos Cíes imprimieron, autoeditada, Industrias y andanzas de Alfanhuí. Cinco años más tarde, El Jarama, Premio Nadal, cerraría su vida editorial hasta la aparición en 1974 de Las semanas del jardín. Tras dos relatos publicados en colecciones juveniles —El huésped de las nieves y El escudo de Jotán—, 1986 fue todo un hito. Ese año aparecieron la novela El testimonio de Yarfoz, los ensayos Campo de Marte y Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado y una recopilación de artículos de EL PAÍS, La homilía del ratón.

Buena parte de sus textos de no ficción —más los muchos que Ferlosio continuó publicando en los periódicos— engrosarían en 1992 los dos volúmenes de Ensayos y artículos lanzados por Destino en la sobria colección que dirigían Eugenio Trías, Fernando Savater, Rafael Argullol y Enrique Lynch.

Más de una vez ha dicho Ferlosio que las cuestiones por las que se interesa no pasan de seis o siete. Todas ellas están en este tomo de cierre, el menos unitario pero no el menos importante. Qwertyuiop, que se abre (literalmente) con un artículo publicado en el diario Informaciones en 1974 y llega (cronológicamente) hasta uno publicado
en EL PAÍS 40 años después, incluye también los ensayos sobre tema económico —ocio y negocio— recopilados en “Non olet” (2003), entre ellos el clarividente ‘Homo emptor’, una reflexión sobre la “creación de la necesidad de comprar”, el consumo como fin en sí mismo y la universalización rampante del hombre comprador (emere es comprar en latín): “La función de servicio a los consumidores, de aumento del bienestar”, escribe, “es la quincalla tras la que se escuda el imperio absoluto de la producción”.

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A pesar de la variedad de asuntos sobre la que ironiza el propio título de Qwertyuiop —o justamente por ella—, este volumen cuarto de los ensayos de Ferlosio contiene uno de sus libros más unitarios y, tal vez, el que mejor sintetiza esa media docena de temas que le interesan.

Lo cual no es más que una manera de hablar tratándose de un pensador capaz de detenerse tanto en la Filosofía de la Historia de Polibio de Megalópolis como en el feminismo astrológico de “una tal Kylie Minogue” (géminis de pura cepa según un suplemento dominical). Ese libro es Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado. Sus 150 páginas son, por cierto, un Ferlosio de pura cepa desde la primera página: el accidente del transbordador espacial Challenger el 28 de enero de 1986 — murieron sus siete tripulantes— da lugar a una diatriba contra la sentimentalina del sacrificio, la idolatría del Progreso (de la Historia, el Futuro, la Revolución, el Desarrollo y la Tecnología) y la “execrable jerga pedagógica” que ha introducido en el vocabulario moderno la “horrísona palabra motivar”. Todo sea por nuestros “borriquitos con chándal”.

Es el sacrificio el que crea a los dioses y no al revés (como es el ejército el que crea al enemigo), el progreso es una coartada para el lucro, la guerra es la creadora de la patria, y el deporte, la guerra por otros medios. Tales son las sospechas que va sembrando un autor que sabe la importancia que tienen las palabras — el discurso, el relato— porque “los aviones que van cargados de bombas quieren ir también cargados de razón”.

Publicado en el mismo año 1986, la relación de ese ensayo seminal con textos posteriores como God & Gun, La hija de la guerra y la madre de la patria o Esas Yndias equivocadas y malditas es evidente.

Además de esa suerte de caja negra del pensamiento ferlosiano que es Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado, Qwertyuiop incluye su mejor complemento posible, ‘La forja de un plumífero’, un texto autobiográfico publicado en la revista Archipiélago en 1997 y que, por venir de un autor pudorosamente reacio al exhibicionismo, se convirtió en fuente inagotable de datos e ideas sobre su vida familiar, su abandono del “grotesco papelón de literato” tras el éxito de El Jarama, las etapas de su obra (de la prosa al habla y del habla a la lengua) y sus años dedicado, con rigor anfetamínico, a la gramática y al cultivo de la hipotaxis. Los libros de Rafael Sánchez Ferlosio nunca terminan de acabar. 

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