‘La tercera mujer’ necesita atención
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Durante los últimos meses mi feminista interna se sentía perdida. No que no crea en lo (aún) necesaria que es la igualdad de géneros en la sociedad mexicana. Era sólo que los discursos que escuchaba de las militantes feministas recientemente no me hacían sentir identificada con esta lucha, ni en sus argumentos ni en sus acciones. Antes de su conferencia, Gilles Lipovetsky tuvo un encuentro con los medios de comunicación donde dijo lo importante que es recordar que América Latina es el Nuevo Mundo, uno que aún padece grandes disparidades con Francia, su país natal, superándose en corrupción, desigualdad e injusticias, y que sin embargo, se las arregla para entrar en la gran evolución del mundo. Lipovetsky dijo en su conferencia que la mujer actual es una que no sólo tiene que enfrentarse a los retos de la posmodernidad, sino a su innegable biología y los estigmas de los roles sociales que carga el género femenino de antaño. Me recordó a lo que hoy en día nos gusta llamar como una ‘mamá luchona’: mujeres que trabajan, atienden a sus familias, hacen las tareas de la casa y todas esas cosas de siempre.
Encontré en el discurso de Lipovetsky un alivio que necesitaba, temía estar siendo injusta con las de mi manada pero no: los retos de la mujer hoy en día están justo ahí, en el hoy, a la espera de que dejemos de voltear al pasado para atenderlos. Me pregunto por qué no hay un grupo feminista que vaya a las secundarias para hacer seminarios de plan de vida o que en lugar de pelear con alguien que no comprende sus argumentos se atreva a invertir su tiempo en educarle.
Frente a un auditorio casi lleno Lipovetsky dijo claramente este lunes que son tres los puntos que nos otorgan mayor libertad: una mayor escolarización (incluso por encima de la población masculina), el control sobre nuestra fecundidad con anticonceptivos y nuestro acceso a la sociedad del consumo y la información.
Es verdad, los retos son grandes y como él mismo mencionó, estamos lejos de poder hablar sobre una equidad, pero sin duda, de ninguna manera preferiría ser una mujer de la primera mitad del siglo XIX o antes, e incluso si hubiera podido escoger, de antes del 2000.
Es tiempo de tomar los hechos y trabajar sobre ellos, hacer de la revolución cultural un hecho más allá de la opresión de la vestimenta o el maquillaje, de lo que cualquier persona nos puede decir en la calle y dejar de luchar por problemas que más que tomar en serio las dificultades de las mujeres, les suman adversarios.
Quizá hablo desde mi posición privilegiada, pero basta tener tres dedos de frente para saber que hay una nueva generación de mujeres pobres, que existen leyes que nos defienden pero que por algún motivo nosotras mismas no queremos y/o no sabemos cómo denunciar y que necesitamos concentrarnos en hacer llegar la información.
No podemos seguir esperando que ellos cambien (porque eso es contradictorio) ni que nadie nos defienda cuando claramente tenemos las herramientas necesarias para salir de nuestros problemas y la capacidad de entender cómo hacérselas llegar a aquellas que las necesitan.