Los ratones hacen fiesta cuando Geroca no está

Vida
/ 7 diciembre 2017

En su exposición ‘Los Ratones Bicicleteros’, el ‘monero’ Geroca se imagina un Saltillo donde los ratas son una constante

En el centro histórico de Saltillo se desarrolla una narrativa peculiar. Su arquitectura se presenta retorcida y el paisaje psicodélico. A la Catedral de Santiago le falta su campanario, pero no es necesario desviar mucho la vista para encontrarlo; a mitad de la plaza de armas, en fuga, un ratón sonriente se la está llevando en su bicicleta.

Así se desarrolla “Los ratones bicicleteros” de Geroca, exposición en la que estos roedores tienen un indudable parecido con la mascota de Disney, aunque aquí se pasean desacaradamente sobre sus vehículos, robando y tomando hasta lo que no de la ciudad, riendo grotescamente y pintados con colores vivos y trazos sueltos, muy al estilo del tímido artista.

La muestra anual que Gerardo Rodríguez Canales presenta en el Cerdo de Babel, de manera similar a sus series pasadas, continúa con la crítica social que él muy bien sabe hacer, representando algunos de los aspectos más nefastos de la sociedad a través de su particular perspectiva satírica y en esta ocasión, muy lúdica.

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“Con esta serie está cerrando un grupo de series que incluían un cuadro grande, aunque la razón real es que tenía muchos bastidores grandes y pues ya se le acabaron”, comentó entre risas Sergio Castillo, socio de la Taberna El Cerdo de Babel. “Lo de ratones bicicleteros hace referencia a los ladrones, tanto los callejeros como los de cuello blanco y los personifica con un Mickey Mouse horrible, mal hecho y descarado”.

La riqueza visual de la obra de Geroca radica en dos aspectos de su estilo: la cantidad de elementos en cada obra y su acomodo en la composición y su estilo libre para plasmarlos en las piezas.

Sus pinceladas y el producto mismo demuestran que conoce lo que pinta, y que cada trazo es intencional. Si las calles están chuecas, si la perspectiva no es perfecta, si las extremidades de sus personajes no están proporcionadas no es por falta de pericia técnica, sino por decisión consciente.

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Es cuestión de mirar la importancia que le da al detalle en sus paisajes urbanos, donde, por ejemplo, aunque la torre de Catedral esté chueca, posee cada una de sus columnas falsas en su respectivo nivel, las cornisas adecuadas y hasta el entramado en la punta. O también en sus autorretratos, donde se puede identificar su imagen, aunque distorsionada.

Su “art brut” no se concentra en capturar a la perfección la realidad visible y física, sino en representar la realidad que se esconde en los trajines del día a día y con sus ratones bicicleteros, que él observa desde su posición de transeúnte y civil, una realidad de ladrones de muy variado origen.

Porque así como en el cuadro principal un ratón se llevó el campanario y en otro un grupo de estos mismos seres antropomorfos saquea su estudio y roban sus pinturas, también hay uno donde una rata gigante resguarda entre sus brazos el Palacio de Gobierno, con gente protestando en la plaza, y en otro más, una rata similar está cargando el Ayuntamiento.

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37 piezas han mantenido ocupado al artista durante el pasado año, desde que entregó su serie pasada, en la que convirtió a Saltillo en un paraíso terrenal y carnal. “Él dice que si no pinta se muere”, añadió Castillo, “está constantemente pintando, no para, es su disciplina. Todos los días en la tarde se siente a pintar y dice que si no pinta no se siente a gusto consigo mismo, y por eso es tan prolífico”.

Y aunque las escenas y sus protagonistas parecen sacadas de alguna canción de Cri Cri o de los viejos cuentos de los libros de texto gratuito para primaria, distan mucho de ser para niños al ver pasear también en bicicleta a señoras gordas y desnudas o a un grupo de monjes quienes, en fila, pasan de orar en el cementerio a visitar el Cerdo de Babel, para luego salir con la nariz sonrojada a tiempo de llegar a misa en San Esteban.

Ahora, durante dos meses, las paredes de la popular taberna presentarán este viaje donde los curiosos e irreverentes ratoncitos harán de las suyas y será cuestión del público descubrir sus travesuras, divertirse con la escena y preguntarse a lo que se estará refiriendo el pintor.

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