Un presidente mexicano: la novela negra

Vida
/ 26 septiembre 2017

     

    Desesperado el presidente, sus ojos y su sonrisa a medio encajar en el rostro. Detrás, un escenario devastado pero controlado para que ande a sus anchas, sin gente que le reclame. El presidente quiere que le pasen cajas que pesen. ¿Qué habrá en esas cajas que le pasan y no pesan? Quiere que le maquillen ya no la fotografía luego de los terremotos, porque ya no le urgen solo fotos, videos, tuits donde aparece su rostro, ese que dicen, es el de un hombre guapo. No. Quiere más, quiere comparsa que ofrezca evidencia visual de que no es el presidente mediático. Así, insta para que se maquille la escena. Que traigan gente, que se vea ese mano con mano a un lado del presidente. Nada. Nadie. No es evento del partido.

    La novela que inició con sangre derramada en las protestas del primer día de su mandato, tiene ahora la sangre de terremotos en donde como política generalizada ha instaurado el robo de los donativos de los ciudadanos, para ser etiquetados como recursos de instancias del estado. Sí, se llama robo. Es el presidente quien autoriza este robo que sufren quienes prometió obedecer. Y manda instrucciones o permite que se den instrucciones donde los donativos se concentran en bodegas o espacios para ser entregados de acuerdo a los designios de las estructuras jerarquizadas, vetustas y ulceradas de este sistema mexicano famoso por pisotear la voluntad de sus habitantes.

    Ante esto, hay ciudadanos que tejen redes, que se ponen de acuerdo para no decir que los transportes llevan donativos y evitar precisamente esto: el robo. Se tejen aterrizajes donde no haya vigilancia. Se mandan whatsapp con las rutas seguras, las que no están vigiladas. ¿Qué le hubiera costado al presidente sumarse y ser facilitador? Nada. Solo los argumentos de sus asesores que alegarían pérdida de autoridad: que se gobierne con mano firme, que sepan quién manda y quién dirige el destino de lo robado. Así se ha hecho, que así siga.

    En este momento, al presidente no le funcionan los spots pagados con el dinero de nuestros impuestos, aunque se gaste los miles de millones que se requieren para salud o educación. A los únicos que he escuchado defender al presidente de la República y a su régimen, es al coro, es decir, a sus allegados, quienes de forma equivocada piensan que el presidente o el partido del presidente –al que ellos pertenecen- es el que les otorga las dádivas o los recursos para operar programas que tristemente al final, siempre tienen fines electoreros. Sí, solo a quienes se reparten los recursos en salarios que les permiten mantenerse en una burbuja que no aterriza nunca en la realidad, y a sus segundos de a bordo, quienes atemorizados u obligados por esos jefes, organizan reuniones para probar la popularidad de un régimen impuesto a base de corrupción. Son todos ellos, dentro de su universo, los que no conciben el derecho al disenso, ni el cuestionamiento como parte del ejercicio democrático del que pueden y deben surgir las políticas públicas. ¡Qué peligro escuchar a la gente, sumarla!

    El presidente y con él, todos los partidos que, arrinconados por las siguientes elecciones, de pronto dicen que donarán “sus” recursos, se suman a esta novela que tiene por segundo capítulo, las elecciones de 2018. Es a todos estos políticos para quienes el sentido de servicio solo incluye servirse o sacar una buena tajada en el ajedrez de lo que sea. Es a ellos a quienes les parecen estulticias, actitudes como la compasión, el amor y la solidaridad.

    De los vivales que roban víveres en forma solitaria, por hambre; los vivales que surgen en las estructuras oficiales son los peores. Saben que esta desgracia todavía puede ser articulada, están tejiendo sus guiones a través de televisoras pagadas, de plumas de articulistas, de hackers y expertos en redes.

    Este gobierno y el que le antecedió son un retorno al medioevo: herramientas hacendarias para despojar a los ciudadanos de sus recursos. Pero no solo estos gobiernos, cualquier régimen es un oprobio con gente de oído y corazón cerrados, sea de izquierda, centro o derecha. Y tal vez esta novela negra acaba con el desfalco del dinero público, para que quien venga, gobierne con las sobras. Frente a esto, se seguirá con el trabajo ciudadano, haciendo comunidad, solicitando audiencias y reuniones, obligado a las autoridades a escuchar, es decir, insistiendo, ayudando a que recuperen su dignidad.

    claudiadesierto@gmail.com

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