Tomarse un café con la tristeza
Esta emoción no es un signo de debilidad, sino de conexión. No se trata de taparla, compensarla o evitarla, sino de escucharla para ver qué nos quiere revelar.
¿Alguna vez te has puesto a pensar si en tu casa había emociones permitidas y emociones prohibidas? Tal vez creciste escuchando frases como: “No llores, no sirve de nada”, “llorar no arregla las cosas”, “mejor ponte a hacer algo”, o incluso un bien intencionado: “toma la tablet, no llores”.
Sin darte cuenta, fuiste creyendo que la tristeza era incómoda, poco práctica o hasta vergonzosa. Aprendiste que había que taparla, compensarla o evitarla. Entonces se volvió una emoción no permitida.
Pero lo cierto es que las emociones que no dejamos salir...se escapan disfrazadas de otras. La tristeza, por ejemplo, suele salir como enojo. Y en una cultura como la nuestra, donde llorar aún se asocia con debilidad, esto pasa más seguido de lo que creemos.
Muchas veces llegan mamás y papás a consulta queriendo que sus hijos “dejen de ser tan sensibles”. Como si la sensibilidad fuera un defecto. Como si llorar estuviera mal. Pero la sensibilidad no es debilidad, es capacidad de conexión.
Hoy quiero invitarte a tomarte un café con la tristeza. Sí, elige tu bebida favorita: ¿un cappuccino? ¿un matcha? ¿un espresso intenso? Siéntate con ella. Mírala. Escúchala.
La tristeza, cuando viene, no quiere exponerte ni hundirte. Solo quiere contarte algo importante: que hubo una pérdida. Y entonces, una pregunta clave es: ¿qué perdí?
Puede ser que hayas perdido tiempo, energía, atención, una ilusión, el reconocimiento de alguien que amas, o simplemente el momento que esperabas vivir. Al preguntarte eso, llegas a lo más importante: ¿qué me duele? ¿Qué me importa tanto que esto me duele?
La tristeza habla de lo valioso. Por eso no es un signo de fragilidad, sino de profundidad.
Cuando confundimos la tristeza con enojo, reaccionamos desde la defensa. Por ejemplo, estás en casa, tus hijos no recogen la mesa y tú explotas. Dices que estás harta. Que ya nadie te ayuda.
Si escuchamos al enojo, diría: “Se cruzó un límite, no siguieron una regla”. Pero si te sientas con la tristeza, te dice algo más profundo: “te sientes invisible. Te dolió que no pensaran en ti. Te duele que te den por sentado”. Eso no es enojo. Eso es dolor. Lo que necesitas no es castigo, sino conexión.
No accionamos igual con cada emoción. Con el enojo ponemos límites. Con la tristeza, necesitamos contención, expresión y acompañamiento. Y muchas veces vienen juntas. Porque cuando se viola un límite, muchas veces lo que sentimos en el fondo... es tristeza. Pero si no le damos espacio, solo gritamos. Y perdemos la oportunidad de sanar.
Tomarte un café con la tristeza es darte permiso. Es decirte: “tengo derecho a sentir esto. No tengo que esconderlo ni justificarlo”; y desde ahí puedes accionar distinto. Tal vez no desde la furia, sino desde la verdad: “necesito que me veas. Me duele sentirme sola. Me gustaría que me tomaras en cuenta”.
Esa es la fuerza real. Esa es la sensibilidad que transforma. Porque cuando te sientas con la tristeza, no estás cayendo, estás reconociendo. Desde ahí puedes levantarte con más claridad y dirección.
Recuerda que las emociones no son el enemigo, el enemigo es negarlas. Y cada vez que te tomas un café con ellas, ganas fuerza para elegir tu próxima acción.
Recuerda: somos un todavía. Todavía en camino, todavía aprendiendo, todavía sintiendo. Y eso... también está bien.
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