El muro y la grieta: Miseria de la poesía
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La semana pasada un hecho inusitado sacudió a la comunidad artística nacional: cientos de denuncias que agrupadas en torno al hashtag #metooescritoresmexicanos evidenciaron una epidemia de abuso machista. La escena local no se quedó atrás. Al contrario: se visibilizó una problemática de décadas, y lo más grave: amparada casi siempre a la sombra del poder de las instituciones de cultura.
El síndrome
Empecemos por especificar: más que acoso sexual, o en su vertiente más radical de violación, lo grave es donde esto ocurre: en un campo de relaciones asimétricas de poder. Y contradeciré a cierto escritor, quien un tono fallidamente jocoso se refirió a los casos como “secretos sexuales”: No amigo, el acoso y la violación no tratan de sexo: tratan de poder. De poder mal entendido y peor ejercido. De imposición, ventaja, violencia y aprovechamiento de la vulnerabilidad del otro.
Entonces, la pregunta central es ¿Cómo, por qué y desde cuándo se normalizó todo esto?
Por ejemplo ¿Por qué un funcionario -uno que se vendía como “intelectual” y “crítico de cine- con sobradas denuncias y casos publicados en un lapso de casi veinte años, fue solapado por las instituciones de gobierno?
Otra cuestión: ¿Con qué sentido se dispersó esta idea de la forzosa cercanía y promiscuidad extra artística entre funcionarios, artistas y sus novias, promotores, curadoras y periodistas?
Porque hay que decirlo también: muchos y muchas hicieron -y aprovecharon- a través de estas dinámicas, la construcción una carrera laboral o “artística”.
Orígenes
El surgimiento de una casta burocrática y el entre juego de componendas y favores se remontan al nacimiento del entonces Icocult, hoy SEC (a principios-mediados de los noventa). Muchos artistas recuerdan todavía el escandaloso caso de aquel curador sorprendido en plena galería besándose en la boca con el joven pintor que apenas iba a exponer. No es chisme: es un momento símbolo de aquellas prácticas, que desde entonces se volvieron recurrentes. Por otro lado, el sistema de publicaciones y becas, de alguna manera gestó una mitología en la que estar del lado de los funcionarios era “conveniente”. Así empezó la aquiescencia, la cercanía, la codependencia, y -en muchos casos- la promiscuidad. A mi nadie me lo contó, yo lo vi: un funcionario al que le gustaban los muchachitos, y literalmente los perseguía. El acoso homosexual que tantos padecieron: un coordinador tocándole “sin querer” la entrepierna a un amigo en la barra de un bar. El especialista en ópera que, para allegarse prospectos, invitaba rondas y rondas de cerveza. Otro, rodeado de puras “amigas” jóvenes: personajes que ante la evidente ingenuidad de l@s artistas en ascenso, vieron “el mundo de la cultura” como coto de caza o posibilidad de un harem personal.
Urgencias y preguntas
También hay que delimitar: aunque un medio de cultura local –con evidentes implicaciones en uno de los casos – quiso involucrar a toda “la comunidad artística de Saltillo” en el escándalo, sabemos que no es así, porque se trata de personajes de un mismo colectivo, y de muchas maneras ligados –incluso de manera laboral, afectiva y directa- a la Secretaría de Cultura o sus programas patrocinados.
¿Quiénes son (somos) “el círculo literario”? ¿Los de las eternas fiestas sobre el manido cliché de las adicciones o el patrón autodestructivo? ¿O los que publican, debaten, discuten, se capacitan y generan obra: es decir, los que sí crean? Porque esa es otra de las cuestiones: a nivel nacional y local, muchos de los indiciados adolecen de una obra sólida o por lo menos visible. Parecieran menesterosos afectivos aprovechando el caos, sintomatizados en un perfil: sujetos incapaces de relacionarse de manera natural con el otro sexo, fuera de un marco de poder o ventaja: artistas o personas con pretensiones de serlo, presas de una profunda miseria vital.
Es por ello que urge un pronunciamiento de las instituciones y la articulación de un protocolo de prevención ante más casos así. Porque en un estado donde incluso dos policías de élite acusados de violación están prófugos, lo último que precisamos es un colectivo de “artistas” del abuso. Urge, por encima de todo, que se escuche y se atienda a las verdaderas víctimas. Y que la atención a ellas no se resuma a un indolente tuit u obligada disculpa. Y mucho menos, que pretendan enarbolar estas causas seudo feministas o personajes en busca de fama gratuita y mediatización. Urge apoyo real, comprometido e integral.
Por otra parte, hay más preguntas ¿Por qué un coordinador de literatura, retirado de su cargo por acusaciones de este tipo, siguió colaborando de manera indirecta para la SEC?
Más allá de las responsabilidades específicas de cada persona ¿Qué hacía la alumna de un diplomado de literatura auspiciado por la SEC -dormida y ebria en una recámara- en el domicilio del coordinador de dicho taller?
Finalmente: el abuso no se limita al género masculino. Hay sobrados testimonios –yo tengo por lo menos tres, y es un secreto a voces en el medio local– de artistas visuales hombres acosados y condicionados a favores sexuales con tal de participar en actividades artísticas o la difusión de su obra por medio de proyectos institucionales. Con lo que se reitera: el asunto no es el sexo, ni el género. El abuso es una cuestión de poder. Un ejercicio de violencia en una relación asimétrica de poder.
Entonces, si no se van a atraer y atender tantos y tantos casos ¿Para qué un Instituto Estatal de la Mujer, un Centro de Empoderamiento, una CEDH, una Fiscalía, una Academia Interamericana de Derechos Humanos con un presupuesto millonario? ¿En su pasividad, optaran ser percibidos sólo como espacios de simulación? Instituciones que servirían sólo al fingimiento de una posibilidad real de justicia.
Como se ve, a título personal, profesional e institucional, los (co)rresponsables nos deben muchas, demasiadas, todas las respuestas.
Ya basta.
alejandroperezcervantes@hotmail.com
Twitter: @perezcervantes7