Fallece Gregory Rabassa, traductor de Cien años de soledad
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Para los lectores en inglés, Rabassa fue la puerta esencial de entrada al boom latinoamericano de la década de 1960, cuando escritores como García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar fueron reconocidos internacionalmente.
Gregory Rabassa, un traductor de trascendencia y reconocimiento mundial que ayudó a introducir a la literatura de habla inglesa la obra de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar, falleció. Tenía 94 años.
Profesor por muchos años en el Queens College, Rabassa murió el lunes en un hospicio en Branford, Connecticut, tras una breve enfermedad, de acuerdo con su hija, Kate Rabassa.
Para los lectores en inglés, Rabassa fue la puerta esencial de entrada al boom latinoamericano de la década de 1960, cuando escritores como García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar fueron reconocidos internacionalmente. Su traducción de "Rayuela" de Cortázar, una de las novelas que iniciaron este importante movimiento literario, le mereció el Premio Nacional de Traducción. También tradujo "Cien años de soledad", uno de los monumentos literarios más importantes del siglo XX.
García Márquez elogiaba constantemente el trabajo de Rabassa. Decía que la traducción de "Cien años de soledad" era una obra de arte por sí misma.
"Es el padrino de todos nosotros", dijo Edith Grossman, la aclamada traductora de "Don Quijote" y de varios libros de García Márquez, a The Associated Press el martes. "Él fue quien introdujo la literatura latinoamericana de una manera seria en el mundo de habla inglesa".
Rabassa también tradujo, entre otros, "El otoño del patriarca" de García Márquez, "Conversación en la Catedral" de Vargas Llosa y "Capitanes de arena" del brasileño Jorge Amado, este último del portugués. En el 2001 recibió el premio a la Vida y Obra del PEN American Center por su contribución a la literatura hispana. También le fue otorgada la Medalla Nacional de las Artes en 2006 por traducciones que nos ayudaron "a entender y a mejorar nuestros entendimiento cultural y a enriquecer nuestras vidas".
El uso del lenguaje era la fascinación vital de Rabassa, cuyo padre era cubano y su madre oriunda del tradicional barrio neoyorquino de Hell's Kitchen. Nació en el suburbio de Yonkers, Nueva York, en 1922, y creció en una finca en Hanover, New Hampshire, cerca del Dartmouth College, donde se graduó en Lenguas Romances. En un trabajo que lo ayudaría a forjarse como traductor, ofició como criptógrafo durante la Segunda Guerra Mundial. Luego bromeaba diciendo que descifrar mensajes secretos era un trabajo similar a traducir del inglés al inglés.
Luego de la guerra, Rabassa estudió español y portugués mientras cursaba un posgrado en la Universidad de Columbia y tradujo artículos en ambos idiomas al inglés para la revista Odyssey. Empezó a publicar en las grandes editoriales en la década de los 60, cuando el editor de Pantehon Books le pidió que tradujera "Rayuela" de Córtazar, que usa la técnica de narrar con el flujo de la consciencia.
Cuando ganó el premio nacional de traducción en 1967, García Márquez estaba terminando "Cien años de soledad", obra maestra del realismo mágico. La reputación de Rabassa estaba tan bien cimentada que el autor colombiano tuvo que esperar tres años para que "Cien años" fuera traducida al inglés, pues el traductor estaba copado de trabajo.
"Una buena traducción siempre es la recreación de otro lenguaje. Por eso es que tengo tanta admiración por Gregorio Rabassa", dijo el escritor colombiano a la revista Paris Review en 1981. "Mis libros se han traducido en más de 21 lenguas y Rabassa ha sido el único traductor que no ha pedido que algo fuera aclarado para poner una nota al pie. Creo que mi trabajo ha sido completamente recreado en inglés".
La contribución de Rabassa en la traducción de "Cien años de soledad" pudo palparse desde el mismo comienzo de la novela: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar la tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo".
Tal como el propio Rabassa lo recordó en sus memorias "If This Be Treason" ("Si esto es traición"), muchas de las novelas requerían de interpretación. "Pelotón de fusilamiento" pudo haberse traducido fácilmente como "grupo de fusilamiento", pero Rabassa creyó que pelotón era una palabra más certera para los lectores estadounidenses. También reconoce haber recibido críticas por traducir la palabra "conocer" como "descubrir".
"Lo qué pasó aquí es que se trataba de la primera vez, estaba aprendiendo", explicó Rabassa.
Incluso la traducción del título "Cien años de soledad" requería precisión y algo de poesía. Cien puede traducirse como "One Hundred" o "A Hundred". Rabassa se decidió por el primero porque creía que García Márquez tenía un lapso de tiempo en específico. Otra decisión fue cómo traducir "soledad", pues en inglés puede ser "loneliness" o "solitude".
"Decidí que 'solitude' era mejor, tiene un toque más definitivo pero también contiene el germen de la palabra 'loneliness' si se usa en ese contexto, como Billie Holiday tan elocuentemente lo demostró", recordó Rabassa.
Su manera de trabajar no era ortodoxa. Con frecuencia, aceptaba traducir libros sin leerlos antes y los traducía mientras los iba leyendo por primera vez. En sus memorias, Rabassa reconoció que la pereza tal vez fue una de las razones por las que no leyó un libro dos veces, pero también creía que "al hacer las cosas de esta manera estaba dando a luz a algo nuevo y natural".
Su trabajo con García Márquez lo hizo famoso, pero en lo personal era más cercano a Cortázar, el autor argentino y opositor del régimen de Juan Perón. Ambos compartían, según Rabassa, el gusto por "el jazz, el sentido del humor, las políticas de corte liberal, y la inventiva por el arte y la escritura".
La amistad significaba que Cortázar no solo pasaba por alto los errores ocasionales del traductor, sino que los acogía. Rabassa recordó que una vez, mientras trabajaba en una frase sobre un huevo que se había dejado fritando por mucho tiempo en una cacerola, intercambió dos palabras. La corrección era innecesaria, dijo Cortázar. El error implicó una mejoría.