El edificio de Saltillo que pasó del éxito... a tener un gran agujero en la pared
Molinos De La Colmena llegó a ser el más grande al norte de México, hoy el inmueble se cae a pedazos; ¿vale la pena rescatar este espacio? hay quienes opinan que sí
Es común escuchar: “aaay si las paredes hablaran, todo lo que contarían” (suspiro). Pero en esta historia, de hecho las paredes ni siquiera están completas.
Podría parecer una típica postal de zona de guerra, aunque solo es un espacio abandonado en el centro de Saltillo.
Si lo buscas en Google Maps, todavía lo encuentras con el nombre “Molinos De La Colmena”. Y si vas a la esquina del bulevar Emilio Carranza y la calle Pérez Treviño, lo que encontrarás es un letrero que dice: “se vende como terreno”.
El perímetro es de poco más de 400 metros. Sus bardas, al igual que el edificio principal, son de ladrillos cafés. Los silos de concreto, los cuartos con vidrios rotos y la maleza despeinada, completan el panorama ruinoso.
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Este lugar es vecino del Santuario de Guadalupe, construido a finales del siglo XIX. Tremendo contraste tienen en su imagen actual este par de vecinos. Aunque no siempre fue así.
Los orígenes de Molinos De La Colmena datan desde 1856. Ahí se llegó a moler trigo producido en la Sierra de Arteaga, mismo que se transportaba por carretas a través del cruce conocido como “del Cuatro”.
¿Por qué el trigo? Es el principal cereal que desde siempre se ha cultivado aquí. Así lo han permitido las condiciones del suelo y el clima semiárido.
Fue hasta 1906 cuando a la administración de los molinos llegaron dos hermanos saltillenses que revolucionaron el negocio: Genaro y José De La Fuente.
Se trató de los molinos más modernos de la región, tenían maquinaria traída desde Francia. Eso les permitía producir al día de 35 a 40 toneladas de trigo, convirtiendo a la compañía en una de las más importantes en el norte de México.
Principalmente trabajaban con las marcas: “La Saltillera”; “Estándar”; “Maravilla” y “Patente y Semita”.
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Los siguientes 19 años tras la apertura las labores se llevaron a cabo sin mayores dificultades. Hasta que el 13 de marzo de 1925, un incendio del que se desconocen las causas, acabó con el lugar.
Las actividades se retomaron seis años después del siniestro. Luego, en 1934, el molino fue vendido a un grupo de inversionistas conformado por: Segundo Rodríguez Narro, Ramiro y Evento Guajardo Rodríguez, Alfredo Flores Heiss y Jesús Rodríguez Álvarez.
Introdujeron la marca “El Diluvio”, una harina de trigo que se ganó un alto nivel de aceptación comercial. Además, vendían harinas para reconocidas panaderías como “La Reina”.
Una narración popular cuenta, que tanto era la demanda, que los molinos saltillenses optaron por comprar harinas a otros comercios y las empacaban en las bolsas de su marca. Aunque eso más que comprobable, queda como un dicharacho.
Pero sí era tal el éxito de los molinos, que una compañía líder en la producción de harina de maíz, tortillas y wraps adquirió el negocio.
Seguro la conoces, me refiero a Grupo Maseca (Gruma), fundado en 1949 por el empresario y banquero Roberto Gonzáles Barrera.
El neolonés es reconocido por haber forjado la industria del maíz en México, y por haber sido presidente vitalicio del Consejo de Administración de Grupo Financiero Banorte.
Ese gigante productor que actualmente maneja las marcas internacionales Maseca y Mission, estuvo al frente de la compañía saltillense hasta que ésta cerró sus instalaciones. Hoy sigue viéndose en uno de los portones los logos de la marca.
Sobre las razones de clausura se sabe muy poco y las versiones fueron varias. Como que la producción era insostenible o que ya no era rentable el negocio.
No se trata del único molino que ha desaparecido en Saltillo. También lo hicieron otros como el de “Belem”, “Eureka” y “La Goleta”. Hoy, sobrevive uno de tradición conocido como “El Fénix”, ubicado en también en bulevar Emilio Carranza.
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Sobre La Colmena, el repentino abandono hace décadas, muestra una pausa en el tiempo. Los vestigios y objetos que sobreviven en el lugar, indican cómo todo terminó un día normal de trabajo.
Los ladrillos se desprenden de las paredes y del techo uno tras otro. Es inevitable pasar por la acera de Emilio Carranza y no percatarse del gran agujero en el edificio principal.
Hay quienes dicen, ciudadanos en su mayoría, que temen que en este espacio ocurra lo mismo que con el extinto Cine Palacio, una demolición.
Se han llegado a proponer, sólo como ideas que rondan en redes sociales, proyectos para que el lugar sea habilitado como un museo que reconozca la trayectoria local en giro del maíz.
Otros dicen que puede dar vida a un área similar al Parque Fundidora, en Monterrey, donde se aprovechó la vieja fábrica para construir un parque recreativo.
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Pero mientras no sea la humanidad quien decida qué hacer con este espacio, será el tiempo quien siga haciendo de las suyas. Y difícilmente alguna ocasión lo hará a favor de los inmuebles.
*Con información de Carlos Recio y Ariel Gutiérrez.
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