Entre el frío, celebra Saltillo el 492 aniversario de las apariciones de la Virgen de Guadalupe
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Los peregrinos ofrecieron flores y veladoras en agradecimiento a los favores concedidos y las plegarias entregadas
Desde el cruce la calle Manuel Pérez Treviño con la calzada Emilio Carranza y la calle de Francisco Murguía se escuchaba retumbar el tambor a cuyo ritmo danzan los matlachines.
El sonido incrementaba conforme se acercaban los peregrinos al atrio del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. La llegada hasta ese punto era a paso lento. Una gruesa fila de personas contrastaba a la que se movía en sentido contrario, entre puestos de comida y de ropa de paca, bajo la tenue luz improvisada de los puestos.
Al pie de las escalinatas del atrio, improvisados puesteros de flores que ofrecían ramos eran sorteados por los peregrinos que buscaban ingresar al Santuario. En la entrada, sentados en sillas de madera, estaban los eternos abuelos que piden una caridad del prójimo.
Los danzantes entraban por las puertas y recorrían el pasillo principal que para la fiesta fue despejado de las bancas. Las sonajas amarradas a los tobillos sonaban al ritmo de los guaraches, mientras las plumas de colores de los penachos se movían al ritmo.
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Al centro, la Virgen de Guadalupe. Debajo de ella el altar era imperceptible ante las decenas de flores y arreglos que fueron llevados a la Morenita por el aniversario de los 492 años de su aparición en el cerro del Tepeyac a Juan Diego, hoy beato por la Iglesia Católica.
Decenas de velas aluzaban los pies de la Virgen Morena. Los peregrinos llegaban hasta el altar a dar gracias por los favores recibidos y a entregar plegarias. Tras persignarse, algunos tomaban fotos, otros se quedaban a presenciar la llegada de danzantes y otros salían directo a los puestos de comida.
Un sacerdote salió con agua bendita y esparció bienaventuranzas entre las personas que llegaban por la entrada principal al Santuario. El motivo, dijo, era para que todas las personas se llevaran una bendición.
Ninguno de los puestos de comidas o antojitos carecía de comensales, para llevar o para cenar en el lugar. Los tradicionales platillos como enchiladas rojas, tamales, gorditas y panes dulces se movían entre las mesas como si flotaran.
Los puestos de ropa, ropa para mascotas, enseres domésticos y artículos de belleza también se encontraban abarrotados. El que más clientela tuvo fue el señor de los cobertores, a quien el clima frío favoreció.