‘Lo encadenan a uno como ganado’: migrante coahuilense en EU narra redada de ICE
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Javier emigró buscando lo que millones: una mejor vida. Quería ayudar a sus hermanos, construir algo, formar una familia
El 19 de junio, a las afueras de una cafetería en Pasadena, California, el migrante coahuilense Javier Alba García se preparaba para comenzar un día más en el trabajo de construcción. No llegó.
Cuatro vehículos sin identificación frenaron en seco y de ellos descendieron agentes de ICE (Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de los Estados Unidos). En segundos, lo rodearon a él y a otros trabajadores migrantes que se disponían a emprender el viaje rumbo a la obra.
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“Nos agarraron de sorpresa. Yo ya no pude correr, porque no tengo mucha flexibilidad”, cuenta Javier, migrante originario de Torreón, Coahuila, quien lleva 26 años viviendo en Estados Unidos sin documentos. “Me amarraron con cinta, me subieron al carro y me pusieron las cadenas como si fuera un maleante, de pies y manos, no podías ni dar el paso completo”.
Javier tiene 56 años y cáncer en la columna desde hace dos años, platica vía telefónica con Vanguardia. Cuenta que lleva entre un 80 y 90 por ciento de recuperación. Asiste regularmente a quimioterapia, y carga con una carpeta de papeles médicos a donde va. Sobrevive con lo justo.
El día de su detención, no había tomado sus pastillas, esenciales para su tratamiento. Tampoco imaginaba que esa mañana terminaría esposado en una celda de detención migratoria en el centro de Los Ángeles, rodeado de más de 60 personas, muchas en condiciones similares.
“Nos metieron a un aula, como salón de clases. No servía el baño, todo cochino. No dormíamos. Nos daban un burrito pequeño, un paquete de galletas y unas chips. Solo una llamada, nada más”, relata con voz pausada, recordando el frío del piso manchado, el aire helado, y el miedo que no era miedo a la deportación, sino a no poder recibir su próxima dosis de quimioterapia.
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Dos días después, a las cuatro de la mañana, lo sacaron del lugar para trasladarlo a un centro de detención, junto a migrantes hondureños. Pero la salud de Javier no daba más. Otros dos enfermos, como él, fueron devueltos a Los Ángeles.
Lo esperaba su abogada, enviada por sus familiares tras conocer su detención. “Me dejaron libre por mi tratamiento, y por mi récord. Nunca he tenido tickets ni problemas con la policía”, explica.
Durante 15 años trabajó en el área de mantenimiento en un hotel. Ahora ya no puede trabajar: la espalda no le permite cargar nada pesado. “Cuando me dan la quimio, me inyectan para que mis huesos se hagan más fuertes, pero todavía no me recupero bien”.
Javier emigró buscando lo que millones: una mejor vida. Quería ayudar a sus hermanos, construir algo, formar una familia. Tuvo una hija con una ciudadana estadounidense, pero no la ve desde hace una década. “No la conozco”, dice. Aún guarda esperanza de poder estabilizarse, recuperar algo de salud, encontrar un trabajo que no lo agote, y tal vez reencontrarse con ella.
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“No les tengo miedo”, afirma sobre los agentes de ICE. “Yo tengo que salir a trabajar. Dos días voy al hospital. Si no me hago los exámenes de sangre, no me pueden dar la quimio”.
Lo que sí le indigna es la forma. “Te tratan como si fueras un criminal. Luego, luego te hacen montón. Lo encadenan a uno como si fuera ganado. ¿Cuál crimen?”, pregunta.
En la colonia Jacarandas de Torreón aún viven su familia. Su abuela y su papá murieron cuando él ya vivía en California. No pudo despedirse. “Ya a qué vamos allá”, dice resignado. “Ya ando trabajando, les ayudo con poco a mis hermanos”.
Hoy, su meta es sencilla: recuperarse, estabilizarse, no caer otra vez. “Ya que me recupere al 100%, estaría bien. Ya me dijeron que la quimio será más espaciada”.
Describe la detención del personal de ICE como “cruel” y considera que estas redadas tendrán que terminar. “Lo ven a uno color prieto... uno trabaja en el sol...”.
“Tiene que terminar esto”, dice, refiriéndose al hostigamiento contra los migrantes.