Personajes decimonónicos y negocios de la calle Morelos
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Nuestro recorrido empieza por la primera cuadra de la antigua calle Huizache, hoy llamada Morelos. Nos situaremos en el tiempo de 1870 y en el espacio en la esquina de Morelos y Victoria, justo en el antiguo mercado El Parián, en la esquina opuesta estaba el cajón de ropa de don Florencio Llaguno llamado La Reynera. Años más tarde, el señor Llaguno abrió en la esquina S.E. de Morelos y Ramos Arizpe la botica a la que llamó Morelos.
Seguro alguno de nuestros antepasados compró en la tienda de abarrotes de don Sabás Gutiérrez, antiguo número 4, o en local C, en la abacería de don Esteban Villarreal. La antigua oficina de correos existió por un tiempo donde topa la calle Juárez. A un par de puertas, tuvieron sus respectivos despachos: Tomás Berlanga, abogado y autor de la Monografía de Saltillo y su colega Arnulfo García. Por la misma acera se situaba el consultorio del doctor estadounidense Santiago E. Smith y el templo de la iglesia presbiteriana.
En la esquina N.O., de Ramos y Morelos, existe hasta nuestros días una espléndida casona que data de mediados del 19, los muros del segundo se quedaron a la mitad, los firmes medios muros de resistente piedra caliza siguen a la espera de mejores tiempos. En la esquina de enfrente quedó la icónica Botica de Guadalupe de don Juan Martínez Villalobos, tiempo después fue la oficina de express, en la misma cuadra se hallaba el almacén del afamado comerciante Adelaido López y la agencia de ixtle de otro rico negociante Alberto Álvarez.
El libro Historia de la Ciudad de Saltillo de Pablo Cuéllar, nos dice que, en la esquina S.O. de Morelos y la antigua calle del Sabino, hoy Pípila: “existió una matanza de animales chicos, delante estuvo la tienda La Vaca, la cual dio nombre al barrio”. En contra esquina, S.E. residió Sebastián Rosán Bertrand, comerciante originario de La Fouillouse, Francia, dueño de la tienda de ropa Las Novedades, localizada en Aldama y Zaragoza.
Al pasar la calle de Pípila hacia el sur, se levantaba la casa del señor Valeriano Ancira Ibarra y su esposa Genoveva Sánchez Flores. El matrimonio arribó a la ciudad en 1870 procedentes de Sabinas Hidalgo, Nuevo León. La singular pareja, con base en muchos ahorros llegó a acumular una considerable riqueza, sin embargo, vivían con humildad y en la más estricta economía, a pesar de poder tener ropa de buena calidad ambos vestían de manera muy sencilla, con recia costumbre sus compras de alimentos eran del más bajo precio, don Valeriano constantemente le replicaba a su esposa Genoveva: “Ten cuidado con los gastos menores que los gastos grandes sólo se cuidan”.
Valeriano Ancira fundó de manera informal su propio banco, distintas personas acudían por préstamos sin fijarse en los réditos que se les cobraba, en poco tiempo se hizo de grandes cantidades de dinero por los ventajosos préstamos.
El Ayuntamiento vio con preocupación la actividad de aquel usurero. En sesión extraordinaria los regidores tomaron el acuerdo y dictaron una disposición con el objeto de frenar al prestamista, se comisionó al síndico del Ayuntamiento el señor don Luis García de Letona, para notificarle personalmente. La disposición marcaba un alto impuesto y una multa por cada préstamo que quisiera efectuar, don Valeriano acató sin objeción la orden de la autoridad.
A pesar de aquella carga tributaria, varias personas seguían pidiendo dinero al señor Ancira. Don Valeriano les decía: “No podemos hacerlo, ustedes saben la disposición del Ayuntamiento y no queremos dificultades”. Las urgidas personas que requerían de los préstamos, proponían pagarle el impuesto y la multa, por lo que don Valeriano accedía: “Pues así, si puede haber operación, pero les advierto que de la cantidad en efectivo qué les voy a prestar, además de descontar el premio, intereses adelantados, les cobro el impuesto y les voy a rebajar la posible multa que me lleguen a imponer”. Con tal de conseguir el efectivo, los solicitantes terminaban por acceder. Los síndicos del Ayuntamiento se dieron cuenta que la disposición dictada fue contraproducente, pues Valeriano y su esposa habían ganado muchísimo más dinero que el Ayuntamiento, al cobrar el rédito, el impuesto y las supuestas multas, de inmediato se convocó a otra sesión extraordinaria con el propósito de derogar la disposición.
La fortuna de don Valeriano llegó a sumar diez millones de pesos. Fernando, uno de los hijos de don Valeriano estudió en el Colegio de San Juan y después en Estados Unidos, se tituló como abogado en París, fue diplomático en Bruselas, de vuelta a nuestro país se estableció en Monterrey, trajo consigo los planos de un hermoso hotel de lujo de cinco pisos, el cual construyó entre 1907 y 1912. Fernando Ancira murió a los 43 años mientras presenciaba una corrida de toros, después de su muerte el hotel fue nombrado Gran Hotel Ancira. En su tumba se lee el epitafio: “¡En verdad os digo que vale más dar que recibir!”.
Saltillo1900@gmail.com