Saltillo: coincidencias, sucesos y personajes olvidados en torno a la familia Rodríguez
El presente relato es sobre una callejuela de la ciudad de solo dos cuadras, que hasta no mucho tiempo llevó el nombre de Rodríguez, hoy llamada Miguel Alessio Robles
Cada pequeño espacio y rincón de las calles de Saltillo guarda recuerdos y acontecimientos de figuras públicas. Por desgracia, mucha de la rica memoria se ha perdido a través de los años. El presente relato es sobre una callejuela de la ciudad de solo dos cuadras, que hasta no mucho tiempo llevó el nombre de Rodríguez, hoy llamada Miguel Alessio Robles, y sobre la corta estancia en la ciudad de Francisco Villa en una elegante casona.
Entre las viejas familias de la ciudad, abundó el apellido Rodríguez, entre ellos: Los Rodríguez de arriba, la familia de don Dámaso Rodríguez; su casa se encontraba en la calle de Allende al sur, los Rodríguez de abajo, en Allende al norte, se encontraban: Pedro Rodríguez, Alfredo Rodríguez, el Dr. Jesús María Rodríguez, Agustín Rodríguez y Juan Rodríguez, casi todos con lazos familiares entre sí.
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CALLE RODRÍGUEZ
Las despistadas autoridades de aquel entonces omitieron poner el nombre de pila al señor Rodríguez. ¿Por qué ostentó dicho apellido esta peculiar vía? Hasta la primera década del siglo pasado, se le conoció como callejón de La Popa, ya que en la esquina sureste de la calle Allende y el estrecho callejón, se encontraba una cantina con tal nombre. Al hurgar en varios recortes de periódicos antiguos, encontramos que el predio perteneció a un señor llamado Pedro Rodríguez González.
Durante la administración del Gobernador de Coahuila Jesús Acuña Narro, comprendido del 24 de mayo de 1914 al 6 de enero de 1915, el señor Indalecio Rodríguez Morales, hijo de don Pedro Rodríguez, partió su propiedad y amplió el callejón de La Popa, para así dar paso a peatones y carretas. La nueva vía partía desde la hoy calle de Allende a Zaragoza, de igual manera, tiempo después se dio la apertura del tramo de enfrente, es decir, de Allende a Manuel Acuña. Todo por gestión del Gobernador Acuña.
En las décadas posteriores a la apertura de la nueva calle, muchos saltillenses ignoraron el origen que dio nombre a estos dos tramos. La costumbre y los años dejaron al callejón o calle de Rodríguez sin saber cuál de los Rodríguez se trataba, el padre o el hijo.
Al antiguo callejón de La Popa se impuso el nombre, mejor dicho, el apellido de Rodríguez, para perpetuar la memoria de un gran patriota, que empuñó el rifle con heroísmo y valentía al defender la plaza de Saltillo durante la Guerra México-Estados Unidos acaecida de 1846 a 1848.
EN MEMORIA
El soldado Pedro Rodríguez González defendió palmo a palmo su terruño, combatió con tesón a los invasores yanquis en las filas de los pocos valientes ciudadanos alistados en el Ejército Mexicano. Años más tarde del conflicto armado, en 1852 don Pedro contrajo matrimonio con Gertrudis Morales, la primera, oriunda de Ramos Arizpe.
LA MORADA DE UN GENERAL
En la segunda década del siglo pasado, el límite de la ciudad hacia el norte era la calle de Luz, hoy Ramón Corona. Una cuadra hacia el sur, en la esquina de las hoy calles de Allende, antes llamada Del Reventón, y Juan Álvarez, antes llamada Arco de San Juanito, se encontraba la residencia de un rico agricultor llamado Agustín Rodríguez y su esposa Gertrudis Morales Flores, la segunda, conocida como “Tulitas”. Una de las hijas de este matrimonio, Enriqueta, se casó con el licenciado Jesús Acuña Narro.
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Don Agustín fue un prominente agricultor y dueño de varias haciendas, entre ellas Cuautla, La Majada y La Tinaja. Las cosechas que ahí levantaban eran extraordinarias por su calidad; a diario llegaban a la ciudad más de cien burros cargados con costales de maíz para satisfacer el consumo de la población durante aquellos años previos a la Revolución Mexicana.
La casa de don Agustín y Gertrudis “Tulitas” estaba amueblada con muebles estilo francés de exquisito gusto. Elegantes vitrinas lucían vajillas de porcelana y fina cristalería, así como mantelería bordada por las laboriosas manos de mujeres saltillenses.
1914
Cuando las fuerzas que integraban la División del Norte arribaron a Saltillo al mando del general Francisco Villa, el famoso guerrillero se alojó en la casa de don Agustín Rodríguez y su esposa Gertrudis Morales. La invitación fue hecha por el licenciado Jesús Acuña, yerno de don Agustín Rodríguez, por sugerencia de Venustiano Carranza, primer Jefe del Ejército Constitucionalista, para que el general Villa estuviera bien atendido y gozara de todo tipo de comodidades. Tal vez como premio por haber vencido la Batalla de Paredón.
El licenciado Miguel Alessio Robles escribió un espléndido relato sobre la estadía del general Villa en la primera casa que ocupó en Saltillo. Aquí algo de lo escrito por Alessio Robles: “El general Villa llegó a Saltillo acompañado del señor licenciado Jesús Acuña, que iba a hacerse cargo de la Secretaría de Gobierno y encargado del Poder Ejecutivo del Estado, entretanto llegaba a esta ciudad el primer Jefe de la Revolución Constitucionalista, que en esos momentos se encontraba en Durango.
El licenciado Acuña llevó a alojar a Villa a la casa de doña Tulitas Morales, una mujer muy hacendosa, buena, caritativa y piadosa, suegra de este conocido abogado que iba a ocupar la primera magistratura de Coahuila.
Inmediatamente comenzó doña Tulitas a preparar las habitaciones para el célebre y feroz guerrillero durangueño. La mejor cama de la casa fue destinada para Villa; parecía que había llegado un obispo. Sábanas de lino, sarapes abrigadores de Saltillo, un flamante rodapié y una blanca colcha de las de nido de abeja tejida a mano. Todo lucía maravillosamente en este lecho que parecía destinado a un monarca. Doña Tulitas se dirigió a la cocina a disponer que un rico y sustancioso caldo, mandó preparar una fritada de cabrito, huevos rancheros, chile con queso y unas enchiladas adornadas apetitosamente.
Pocos momentos después, el general Villa estaba sentado a la mesa rodeado por todos los familiares de doña “Tulitas” Morales, que con sus ojos claros y húmedos, el cabello rubio partido a la mitad de la cabeza en trenzas y recogidas en forma de chongo, presidía la comida. Pero lo que más llamó la atención de Villa en esa espléndida mesa fue un soberbio plato de arroz con leche ricamente preparado, espolvoreado con canela y adornado con pasas de uva y almendras doradas. En el centro, una flor de geranio; las blancas orillas del plato ostentaban, de trecho en trecho, frescas y lustrosas hojas de naranjo con multicolores confites y una exquisita dedicatoria: “Al vencedor de Torreón”. El General Villa fue atendido en esta casa como un príncipe. Nada le faltaba; la famosa y temible escolta de Los Dorados permanecía en la acera de la calle custodiando a su jefe.
Después de haber permanecido el General Villa varios días en la casa de doña “Tulitas” y don Agustín Rodríguez, Villa manifestó su deseo de marcharse de ahí, para ir a visitar la casa de don Francisco Arizpe Ramos al lado norte de la Catedral de Santiago”.
Hasta aquí dejamos el relato que continuará el día once de febrero.
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