Relatos del Saltillo Antiguo: La Microhistoria, entre el Corazón y la Ciencia
Hace unos días recibí la visita de un viejo y entrañable amigo, Jesús Enrique Guerra. Me atrevo a decir “viejo” no por la edad, aunque los años no perdonan; sino por los más de 50 años de amistad que nos unen.
Jesús Enrique es un bibliófilo de corazón y oficio, un lector incansable cuya pasión por los libros ha marcado su vida. Actualmente colabora en la Coordinación Estatal de Bibliotecas Públicas del Estado de Coahuila, donde realiza reseñas de obras de diversos géneros para jóvenes y adultos. Sus textos, publicados en un blog ya ha alcanzado el millón de visitas, una guía confiable para quienes buscan en los libros compañía y conocimiento.
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Conozco bien su casa, y puedo decir sin exagerar que los libros han tomado posesión del lugar como inquilinos que llegaron para quedarse sin pagar renta. Hace unos año me tocó ayudarlo a organizar su biblioteca y diseñar un sistema de estanterías muy robustas que permitiera colocar no una, sino dos o tres filas de libros. Con todo este esfuerzo, los libros quedaron ordenados en sus respectivos estantes en el recibidor, sala, comedor, escalera... y ni hablemos del estudio, donde pareciera que ya no cabe uno más.
El amor de Jesús Enrique por los libros le viene de herencia. Su padre, el abogado e historiador Javier Guerra Escandón, quien es descendiente directo del Conde de Sierra Gorda José de Escandón y Helguera, noble y militar reconocido por fundar la provincia del Nuevo Santander en el Virreinato de Nueva España, (actual Tamaulipas, parte de Texas y Nuevo León), a quien se le otorgó el título nobiliario de I Conde de Sierra Gorda en reconocimiento a sus méritos colonizadores y militares en la región de la Sierra Gorda, en el hoy estado de Querétaro.
El licenciado Javier Guerra Escandón fue uno de los miembros fundadores del Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas, donde publicó importantes trabajos sobre la historia del noreste de México; este hombre de cultura sembró en sus hijos el gusto por la lectura y el cariño profundo por los libros.
Durante la visita, Jesús Enrique llegó con dos bolsas llenas de libros de historia que habían pertenecido a su padre y conociendo mi afición por este tema, decidió obsequiármelos.
Al revisar los títulos, uno captó especialmente mi atención: un volumen publicado en 1972 por la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística, bajo el sello editorial Alfonso Reyes. Se trata de Estudios de Historia del Noreste, una recopilación de trabajos presentados durante el Congreso de Historia del Noreste de México, celebrado del 17 al 19 de septiembre de 1971 en Monterrey, Nuevo León.
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En ese congreso participaron importantes investigadores. Entre los exponentes estuvieron el propio Luis González y González, el licenciado Rafael Montejano y Aguiñaga, Antonio Pompa y Pompa, el doctor José Franz, Peter Boyd Bowman, Isidro Vizcaya Canales, el doctor Charles Harris y Anthony Bryant, entre muchos otros. Sus trabajos quedaron plasmados en el libro arriba mencionado, en cuyas primeras páginas están publicadas varias fotografías del evento, donde se puede ver al único coahuilense que asistió al congreso: el profesor Ildefonso Villarello.
En el primer capítulo encontré un texto que merece una reflexión más amplia: el ensayo “Linaje, miseria y porvenir de la historia local”, escrito por el maestro Luis González y González, quien no solo distingue entre macro y microhistoria, sino que reivindica el valor de lo local, lo cotidiano y lo aparentemente pequeño como elementos fundamentales para entender los grandes procesos históricos. Dedico esta reflexión a su trabajo porque me identifico plenamente con la propuesta de González y González, y mucho de su enfoque lo he tratado de replicar en este espacio.
LA PROPUESTA DE LUIS GONZÁLEZ
Por décadas, la historia oficial de México se escribió desde el Poder. En septiembre de 1971, Luis González y González expuso una pregunta fundamental: ¿y si la verdadera historia estuviera guardada en los sótanos de las casas, en las conversaciones de los abuelos y en los baúles familiares olvidados?
González planteó una de las formas más humanas y accesibles de entender el pasado mexicano, al sostener que la historia no se construye únicamente a partir de grandes eventos o figuras ilustres, sino también en la vida cotidiana de millones de personas anónimas. Su propuesta, conocida como microhistoria, fue una respuesta a la visión uniforme y conveniente que, bajo un lente nacionalista, tergiversaba la complejidad de nuestro pasado.
Frente a esa visión, la microhistoria ofrece un camino más cercano, más honesto y profundamente humano. Es una historia que llega a la gente, que se narra con palabras sencillas, siempre comprensibles. Es una historia despojada del aparato académico que, con frecuencia, ahoga el relato entre citas, teorías y referencias inaccesibles para la mayoría.
ALGO SOBRE EL MÉTODO
“Los microhistoriadores caen en verdaderas mazmorras, en sótanos públicos o privados, en el cuarto de los tiliches”, escribió, describiendo una búsqueda que más parecía trabajo de detective que de académico tradicional.
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Esta aproximación no era casualidad. González había identificado una limitación fundamental en la historiografía mexicana: se concentraba tanto en los grandes procesos nacionales que perdía de vista cómo los vivía realmente la gente común. La microhistoria representaba una forma de democratización del conocimiento histórico, otorgando voz a quienes tradicionalmente habían sido silenciados e ignorados por la historia oficial.
DE LAS FUENTES
La propuesta de Luis González implicaba una revolución en las fuentes históricas. Los registros parroquiales, los diarios de amas de casa, las petacas familiares, las viejas fotografías y especialmente la tradición oral, se convertían en testimonios tan válidos como los documentos oficiales.
En México, esta aproximación tenía una base sólida que González documentó meticulosamente. La tradición de la historia local era muy antigua, remontándose a la época prehispánica, donde la historia precolombina era, en gran parte, “microhistoria”. Los pueblos indígenas, “careciendo del concepto de Historia General”, habían siempre consignado los sucesos de su comunidad, creando una tradición continua de registro local.
González demostró que la historiografía mexicana era “particularmente proclive” a la historiografía menuda, y que “el camino natural de la ciencia histórica mexicana es localista”. Esto indicaba que la microhistoria no era una importación académica, sino una forma inherente y natural de abordar la historia en México.
LOS OBSTÁCULOS DEL ESTABLISHMENT
Estos desafíos no eran solo institucionales. La microhistoria cuestionaba implícitamente las jerarquías del conocimiento histórico al sugerir que la experiencia del individuo común podía ser tan reveladora como los grandes procesos estructurales. Pero González había identificado ventajas únicas en su enfoque que revolucionarían la comprensión del pasado mexicano.
La microhistoria se distinguía por nacer “del corazón y no de la cabeza”, lo que le confería un alto grado de emotividad y particularismo. Se ocupaba de lo típico y lo cotidiano: nacimientos, matrimonios, muertes, enfermedades, tareas agrícolas, comercio minorista, delitos comunes, creencias y prácticas religiosas.
Sus protagonistas eran el individuo humilde y los vecinos comunes. González llamaba a esto una “historia del hombre entero” o “historia integral”, que conducía a una mayor aproximación a la realidad humana y mejoraba la “verdad humana” a través de la historiografía microscópica.
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Esta era una “historia actual” con una “presencia del presente” más clara, que se proyectaba hacia el futuro como “historia para la acción”. No solo miraba al pasado, sino que tenía implicaciones directas para el presente y el futuro de las comunidades.
La microhistoria podía pasar del “tiempo lentísimo de la geografía” al “tiempo rapidísimo de la anécdota”, evitando el “tiempo moderado de las estructuras”, lo que la hacía dinámica y relevante.
EL POTENCIAL INEXPLORADO
González identificó “enormes posibilidades” en diversos sectores de la vida: economía, demografía, sociedad, religión, política, ideas, creencias, actitudes, arte, ciencia y literatura popular. La “curiosidad que impulsa la microhistoria en México es inconmensurable para la emoción, el pensamiento y la moción”, escribió, sugiriendo un profundo compromiso y una abundancia de temas atractivos.
La riqueza de fuentes disponibles era extraordinaria. Existía una “rica y múltiple variedad de fuentes locales”, y había “muchas posibilidades” para la investigación de lugares pequeños. En México, la tradición oral estaba “muy viva entre lugareños” y constituía un “tipo de testimonio notablemente fecundo” cuando se trabajaba con métodos adecuados de entrevista.
La propuesta de González no era una competencia con la historia tradicional, sino una complementación. Su llamado a una historia “del corazón” no implicaba abandonar la rigurosidad, sino ampliar las concepciones sobre lo que constituye evidencia histórica válida.
EL LEGADO VIGENTE
Décadas después de su propuesta original, la microhistoria cobra nueva relevancia en un México que busca entender su complejidad interna. En un país donde coexisten múltiples culturas, tradiciones y formas de vida, la aproximación de González ofrece herramientas para comprender esta diversidad.
Su visión de una historia más humana, más completa y cercana a la experiencia real de las personas sigue siendo revolucionaria. En un mundo globalizado, pero simultáneamente fragmentado, la microhistoria proporciona claves para entender cómo los procesos históricos se viven y se resignifican en el nivel más inmediato de la experiencia humana.
UNA INVITACIÓN PERMANENTE
Al final, la microhistoria representa una invitación permanente a la curiosidad. Una llamada a buscar en los baúles familiares, a preguntar a los mayores, a entender que todos somos parte de la historia y que nuestras historias locales y familiares también importan.
La propuesta de González no solo cambió la forma de hacer historia en México. Planteó una pregunta fundamental que sigue vigente: ¿cómo podemos contar el pasado de manera que todos nos reconozcamos en él?
¿QUIÉN ERA LUIS GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ?
Fue historiador, escritor y académico mexicano, reconocido como uno de los fundadores de la microhistoria en México. Estudió Historia en El Colegio de México (Colmex), donde también fue catedrático y director del Centro de Estudios Históricos en dos ocasiones. Posteriormente, fundó y dirigió El Colegio de Michoacán, institución pionera en la investigación histórica regional y social.
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Se especializó en la historia de la Revolución Mexicana, el presidencialismo y la historia local, especialmente su pueblo natal, San José de Gracia, Michoacán, sobre el que escribió su obra más famosa ”Pueblo en Vilo”. Realizó estudios de posgrado en la Sorbona de París y fue discípulo de historiadores como Ferdinand Braudel.
Recibió numerosos reconocimientos, entre ellos, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio de España y la Medalla Belisario Domínguez otorgada por el Senado de México.
SU OBRA PIONERA
”Pueblo en Vilo” (1968) es una obra pionera de la microhistoria mexicana que narra la historia de San José de Gracia, Michoacán, desde la Conquista hasta mediados del siglo XX. El autor utilizó fuentes diversas, documentos particulares, testimonios orales, archivos familiares y sus propios recuerdos, para reconstruir la vida de esta pequeña localidad que considera representativa de la verdadera realidad mexicana.
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