Saltillo: Más de dos décadas de altares y tradición colorida en la familia Sandoval

Saltillo
/ 1 noviembre 2025

Desde hace más de veinte años, Miguel Sandoval y su madre montan el altar de muertos en su casa, en Saltillo. Lo que comenzó como un homenaje íntimo se transformó en un ritual familiar que hoy reúne a todos, mezcla fe y tradición.

En la casa de los Sandoval el altar de muertos se levanta cada octubre. Miguel, de 29 años, dice que este año tendrá un significado distinto: será el primero que dedican a su hermano menor, fallecido en agosto. “Ahora todos participamos —mi mamá, mi papá, mi hermana y yo—. Antes lo ponía solo. Claro que es difícil, es doloroso, pero también es una forma de mantenernos cerca. Es una manera de honrar su vida y su memoria”, compartió. Preparan la comida, colocan las fotos y prenden las veladoras, como han hecho por más de dos décadas.

La costumbre nació tras una serie de pérdidas familiares. Su tío murió en 2002 y su abuelo en 2003. Su mamá, buscando una manera de recordarlos, propuso levantar una ofrenda en casa. “Ella decía: ‘es para hacerles un homenaje, para que vengan y estén aquí con nosotros un día y después se van’”. Durante años fueron los únicos en la colonia —La Madrid— que lo hacían.

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La referencia inicial vino de su tía, originaria de Cuernavaca, que desde siempre colocaba una mesa grande con flores, manteles bordados y calabazas cocidas, pero sin calaveras ni niveles. “Era más bien una ofrenda, no un altar. Tenía un Cristo tendido, mucha comida y veladoras”, recordó. Ese modelo fue el punto de partida que Miguel imitó de niño y que, con el tiempo, transformó junto a su madre.

MANTENER VIVA LA MEMORIA

Los primeros altares eran pequeños. Luego llegaron los escalones, el papel picado y las figuras de azúcar. “Al principio lo armábamos en un día, ahora nos lleva tres o cuatro. Lo terminamos para el 31 y lo quitamos el día 3”, dijo. Mientras lo montan, mantienen encendida una vela y ponen la música favorita de los difuntos. Y aunque han seguido la tradición por más de 20 años, fue desde el 2012 que Miguel intentó documentar cada altar: un archivo familiar que muestra cómo ha cambiado su forma, los colores y los significados.

En su altar no falta nada. “Son siete niveles, como manda la tradición”, dijo. Arriba colocan la imagen de la Dolorosa —la Virgen de los Dolores—, devoción de la familia. En los niveles siguientes, fotos, veladoras, agua, sal y ceniza “para recordar que del polvo somos”. El pan de muerto ocupa el centro, y junto a él van los dulces y la comida preferida de los difuntos. Más abajo se colocan las monedas “como símbolo del pago del viaje” y el espejo, que antes usaban “para espantar malos espíritus”.

$!Este año el altar tiene un significado especial: está dedicado al hermano menor de Miguel, fallecido en agosto.

En la base está la cruz de cal, “para purificar el camino”, y el perrito “que guía el alma hasta su destino”. También incluyen la ánima sola, imagen por las almas olvidadas. “Es para orar por quienes no tienen a nadie que rece por ellos”. A veces suman el arco, el camino de pétalos y la fruta, “que simboliza la vida por su carácter perecedero”. En otros años han puesto una máscara y una varilla de rosal “para alejar lo negativo”, además de velas azules y rojas que, según Miguel, “representan el río de la vida y el de la muerte”.

$!La tradición familiar comenzó como homenaje a otros fallecidos, incluyendo tíos y abuelos.

ALTAR QUE UNE GENERACIONES

El sentido religioso se mantiene firme. “Siempre lo vemos desde el punto de vista católico. La iglesia no lo prohíbe; lo entiende como un monumento a la vida y una forma de oración”, dijo. La familia reza dos rosarios: uno el 1 de noviembre, por los santos, y otro el día 2, por los difuntos. “Hacemos una lista con los nombres que nos piden los vecinos y los incluimos en la oración. Es nuestra manera de acompañarlos”.

$!Cada elemento del altar tiene un significado: velas, agua, sal, pan de muerto, monedas, espejo, cruz de cal, perrito y ánima sola.

Con los años, el altar también se ha vuelto punto de encuentro. Antes eran los únicos en el barrio; ahora hay más familias que lo hacen. Miguel conserva una caja con los elementos que reutilizan cada año: la cal, las monedas, las figuras del perro y las velas de colores. “Cada objeto tiene su historia; es parte de nuestra memoria”.

Para él, el Día de Muertos trasciende creencias. “Es una tradición tan amplia que le acomoda tanto al creyente como al no creyente”, reflexionó. Recordó cómo la celebración ha cambiado en todo el país —desde el desfile de James Bond hasta la película Coco— y afirmó que cada quien la vive a su modo. “Lo importante no es el sentido, sino el recuerdo. Porque cuando nos recuerdan, seguimos vivos. Y esa es la verdadera inmortalidad”.

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Reportera de Saltillo con experiencia en medios de radio, televisión y prensa digital desde el 2017. Ha sido reconocida con el Premio al Periodismo Cultural Armando Fuentes Aguirre y participado en diversas exposiciones, talleres y proyectos académicos relacionados con la comunicación, la historia y el arte.

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