Bashar al Assad, el joven 'León de Damasco' (Perfil)
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El mandatario sirio ha mostrado en las últimas semanas su semejanza con su padre y ex presidente, un férreo represor de la oposición en el país
Damasco. El presidente de Siria Bashar al Assad, que se enfrenta a las mayores protestas populares desde que llegó al poder en el año 2000, ha pasado de mostrarse como un tecnócrata con aires de reformista a convertirse en un clon de su férreo padre, Hafez al Assad.
Llegado al poder tras la repentina muerte de su progenitor, Bashar con sólo 34 años y casado con Asma, otra joven de estilo muy europeo, hizo creer que quería acabar con el régimen de mano de hierro de su padre durante tres décadas y que pretendía introducir reformas democráticas y poner freno a la corrupción.
Sin embargo, once años después, la imagen de Bashar está omnipresente en Damasco, como antaño estuvo la de su padre y en varias ciudades del norte, centro y sur del país han estallado unas protestas para condenar la corrupción y exigir las reformas democráticas que nunca llegaron.
Aunque, en un principio, sus ambiciones parecían apuntar hacia la medicina, y en concreto a la oftalmología, pronto abandonó esa carrera para volver precipitadamente a Damasco en 1994, cuando su hermano Basel, el considerado heredero natural del trono republicano del viejo Hafez, murió en un accidente de tráfico.
Al morir su padre, "el león de Damasco", Bashar ya había completado su curso de política y conocido los arcanos de un régimen cerrado como pocos. Su ascenso al poder fue todo menos sorprendente, y se convirtió en el presidente número 16 del país desde su independencia en 1946.
En sus casi once años en el poder, Bashar demostró ser algo más que un dócil hijo de Hafez y, con una discreción notable, fue apartando a la llamada "vieja guardia" para sustituirla por sus propios fieles en los que ha puesto las riendas del estado y entre los que se cuentan algunos familiares cercanos.
Al principio de su mandato, cuando todavía no contaba con los apoyos necesarios dentro de las filas del régimen, hizo creer que llegaba a Siria acompañado de aires de democracia cuando permitió una leve apertura que se conoció como "la primavera de Damasco".
No obstante, pocos meses después, la maquinaria del partido único Baaz, con vieja o nueva guardia, y con Bashar a la cabeza, acabó asfixiando los escasos brotes democráticos de la efímera primavera siria.
Desde entonces y escalonadamente fue desmontando los foros políticos y las ONG de defensa de derechos humanos que surgieron a la luz de la apertura y puso entre rejas a todo el plantel de activistas por la democracia: Anuar al Bunni, Kamal Labuani, Michel Kilo, Mahmud Isa, Suleiman Shumar, Jalil Husein o Haizam Maleh.
A pesar de que el estilo del padre y el del hijo parecían converger cada vez con el discurrir de los años, hasta ahora continuaba existiendo una gran abismo entre ambos líderes políticos.
Bashar nunca tuvo las manos manchadas de sangre y no se le podía culpar de matanzas como la de Hama, en 1982, donde más de 10 mil personas murieron en la represión de un levantamiento armado encabezado por los Hermanos Musulmanes.
Sin embargo, los más de 70 muertos en las represiones de las últimas protestas pro-democráticas en Deraa, Latakia o Damasco, según han denunciado varias ONG, han acabado por identificar a ambos líderes como dos caras de un mismo régimen, por más que las autoridades hayan insistido en responsabilizar de lo sucedido a opacos grupos armados, supuestamente incitados desde el exterior.
Bashar al Assad, con maneras de terciopelo, está resultando tan duro como su propio padre y en Damasco ya sólo queda sitio para los aduladores.