China refuerza su control de los medios y exige lealtad absoluta

Internacional
/ 12 marzo 2016

La revista independiente 'Caixin' ha denunciado esta semana la censura de uno de sus artículos

“Informen exhaustivamente sobre la participación de [el presidente chino] Xi Jinping en la Asamblea Consultiva y enfaticen las reacciones”. “No informen sobre el crecimiento del presupuesto de Defensa”. “No hablen sobre el dinero que tienen los diputados”. “Cíñanse a los cables de Xinhua para informaciones relacionadas con la corrupción”. Estas son, según la página China Digital Times, algunas de las 21 instrucciones que ha recibido la prensa china para la cobertura de la sesión parlamentaria anual que se celebra estos días.

Los medios de comunicación chinos nunca han estado libres de la censura, ni siquiera el puñado de publicaciones verdaderamente independientes. Continuamente reciben instrucciones acerca de lo que se puede o no cubrir, y cómo deben hacerlo. Pero en las últimas semanas, coincidiendo con llamamientos del régimen cada vez más enfáticos sobre la necesidad de una “lealtad absoluta” hacia Xi y el Partido Comunista —y con una ralentización del crecimiento económico que anticipa una caída del empleo y un aumento del malestar social—, el Gobierno ha dejado claro que intensifica aún más su escrutinio sobre lo que se divulga al público.

El propio Xi ha visitado los medios de comunicación estatales para comunicar ese mensaje. Medios más liberales, como el hongkonés South China Morning Post —recientemente adquirido por el millonario chino Jack Ma, fundador de la empresa de comercio electrónico Alibaba— han visto canceladas sus cuentas en las redes sociales del país. Las VPN, los programas que permiten esquivar la censura en Internet, se encuentran bajo ataque y algunas de las más populares están inutilizadas o funcionan con dificultades.

“La tendencia es clara: la censura está en aumento”, declara William Nee, de Amnistía Internacional en Hong Kong. “Siempre ha estado ahí, pero pasos como la visita de Xi representan un impulso mucho más asertivo para controlar a los medios”.

El último ejemplo conocido de presión lo ha dado la revista económica independiente Caixin. Esta semana ha denunciado la censura de una entrevista a un asesor económico del Gobierno, el profesor Jiang Hong, en la que el experto opinaba que los asesores gubernamentales deben tener libertad para ofrecer al poder las sugerencias que crean necesarias. “No obstante, influida por ciertos acontecimientos, la gente está un poco conmocionada y no quiere hablar demasiado”, declaraba. Jiang también añadía que “hay que proteger el derecho a hablar libremente”. El día 5 la Administración China del Ciberespacio, responsable de la censura, bloqueaba la pieza por incluir “contenido ilegal”.

El que Caixin se haya atrevido a denunciar el caso representa un acto de rebeldía muy poco frecuente en los medios chinos, e impensable en los oficiales. En su visita a los grandes medios del régimen -la agencia Xinhua, la emisora estatal CCTV y el “Diario del Pueblo”, del Partido Comunista- hace tres semanas, Xi fue acogido con un recibimiento generalmente asociado a los líderes norcoreanos: aplausos fervorosos, vítores y promesas de lealtad inquebrantable. “CCTV se apellida Partido Comunista”, proclamaba una pancarta en la sede de la televisión. Xinhua describía cómo los periodistas se sintieron “inspirados y alentados por la visita de Xi a los medios”.

Aunque la visita no tenía como objetivo dar una palmadita en el hombro a los esforzados reporteros, exactamente. Xi dejó claro que quería asegurarse de que los medios cumplen las instrucciones del partido: “Deben amar el partido, protegerlo y alinearse estrechamente con el liderazgo del partido en pensamiento, política y obra”, afirmó.

“Parece que los líderes piensan que durante los últimos cinco o 10 años han perdido el control sobre la opinión pública y están preocupados acerca de que lo que llaman valores occidentales —ideas de democracia, libertad, derechos humanos— sean cada vez más populares, así que tratan de reafirmar su control”, opina Nee.

Según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), China es el país que tiene encarcelados más periodistas en el mundo, 44, y el octavo con mayor censura, solo por detrás de naciones como Corea del Norte, Arabia Saudí o Eritrea.

Quienes expresen su desacuerdo con el sistema pueden recibir desagradables sorpresas, por poderosos que sean. Inmediatamente después de la visita de Xi, el muy adinerado promotor inmobiliario Ren Zhiqiang se atrevió a comentar en las redes sociales —donde contaba con millones de seguidores— que la misión de la prensa debe ser “servir al pueblo”, que paga esos medios con sus impuestos, y no al partido. El comentario fue eliminado de inmediato y su cuenta, cerrada.

Los medios extranjeros tampoco se libran: a las enormes limitaciones que ya sufren—-muchos de ellos, incluido EL PAÍS, están bloqueados en China— se añade desde este jueves una nueva ley que puede hacer más difícil difundir sus contenidos en la República Popular. Aunque la normativa del Ministerio de Industria simplemente formaliza regulaciones y prácticas ya existentes, en su mayor parte sirve para dejar claro que el escrutinio será más estricto.

Hasta tal punto llega la presión y la intolerancia de las voces disonantes que incluso en los medios públicos se han empezado a publicar llamamientos hacia una mayor flexibilidad hacia la diversidad de opiniones. Hu Xijin, director del Global Times —propiedad del Diario del Pueblo y uno de los periódicos más incendiarios del régimen—, ha pedido en un comentario en las redes sociales “mayor tolerancia” de las críticas.

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