Cientos de migrantes deportados por Trump ahora están atrapados en un hotel en Panamá
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Estas personas dijeron que les quitaron sus pasaportes, la mayoría de sus celulares y después los encerraron en un hotel
Por Julie Turkewitz, Hamed Aleaziz, Farnaz Fassihi, Annie Correal and Federico Rios
Llegaron a la frontera de Estados Unidos procedentes de todo el mundo, con la esperanza de solicitar asilo. En vez de eso, el ejército estadounidense los detuvo y los encadenó para trasladarlos en avión hasta Panamá.
Estas personas dijeron que les quitaron sus pasaportes, la mayoría de sus celulares y después los encerraron en un hotel. Además, les prohibieron ver a sus abogados y les dijeron que pronto los enviarían a un campamento improvisado cerca de la selva panameña.
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En el hotel, al menos una persona trató de suicidarse, según dijeron varios migrantes. Otro se rompió una pierna intentando escapar. Una mujer envió un mensaje triste desde un teléfono celular oculto: “Solo un milagro puede salvarnos”.
Cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, asumió el cargo en enero, su plan de deportaciones masivas se enfrentó a un gran desafío: qué hacer con los migrantes de países como Afganistán, Irán y China, donde el país no puede enviar fácilmente a los deportados porque esas naciones no aceptan migrantes o por otras razones.
La semana pasada, el nuevo gobierno encontró una solución: exportarlos a un país dispuesto a acogerlos.
El miércoles, funcionarios estadounidenses comenzaron a trasladar por avión a cientos de personas migrantes, incluidas las de países asiáticos, de Medio Oriente y africanos, a Panamá, que está bajo intensa presión para apaciguar a Trump, quien ha amenazado con tomar el control del canal de Panamá.
Ahora serán los funcionarios panameños quienes decidan qué ocurre con ellos. Como los migrantes deportados ya no están en suelo estadounidense, Washington no está legalmente obligado a asegurarse de que reciban un trato humano o que tengan la oportunidad de solicitar asilo.
Costa Rica anunció el lunes que también recibiría un vuelo de Estados Unidos con 200 deportados de Asia e India. Tanto Panamá como Costa Rica han dicho que la operación sería supervisada por organismos de las Naciones Unidas y financiada por Estados Unidos.
El presidente de Panamá ha dicho que el plan es enviar a la gente de vuelta a sus países de origen. Pero si Estados Unidos ya ha encontrado obstáculos para devolver a los deportados a determinados países, no está claro cómo lo hará Panamá.
Muzaffar Chishti, investigador principal del Migration Policy Institute, un grupo de investigación no partidista, calificó el plan de Panamá como parte de “una era totalmente nueva de aplicación de la ley”, en la que Washington está coaccionando a otros países para que formen parte de su “maquinaria de deportación”.
El vicecanciller de Panamá, Carlos Ruiz-Hernández, afirmó el jueves en rueda de prensa que Panamá y Estados Unidos se atienen a los protocolos internacionales en su trato con los migrantes.
Los abogados de Panamá afirman que es ilegal detener a personas sin una orden judicial durante más de 24 horas. Sin embargo, cerca de 350 migrantes deportados por Estados Unidos en tres aviones militares llevan casi una semana encerrados en un hotel de Ciudad de Panamá llamado Decápolis, con grandes ventanales, mientras las autoridades preparan un campamento cerca de la selva.
Guardias armados impiden que los deportados salgan del hotel. Varios de ellos son niños.
En un comunicado, el Departamento de Seguridad Nacional dijo que los migrantes deportados a Panamá estaban en Estados Unidos de manera ilegal. “Ni uno solo de estos extranjeros afirmó tener temor de regresar a su país de origen en ningún momento durante el procesamiento o la custodia”, dijo Tricia McLaughlin, portavoz de la agencia. “Fueron debidamente expulsados del país”.
El gobierno panameño ha prohibido que los periodistas puedan visitar a los migrantes. Pero The New York Times logró entrevistar a varias personas en el interior del hotel, y todas afirmaron ser solicitantes de asilo retenidos contra su voluntad.
En una ventana visible desde una acera situada debajo del hotel, una mujer arañó un cristal sin seguro en un intento de escapar. Cuando se dio cuenta de que había periodistas abajo, levantó un papel en el que se leía “afgana”.
Hizo movimientos con las manos que simulaban un avión y luego su cabeza cayendo. El mensaje parecía claro: un vuelo a casa significaba la muerte.
En otra ventana, Artemis Ghasemzadeh, de 27 años, migrante de Irán, escribió “ayuda” con pintalabios en el cristal. El Times pudo contactar a Ghasemzadeh a través de su celular, y realizó entrevistas con ella, con otros deportados iraníes y con un migrante de China. Muchos de los deportados solo querían que se utilizaran sus nombres o apellidos por miedo a sufrir represalias si regresaban a sus países.
Fue Ghasemzadeh quien le envió a un reportero el mensaje de texto que decía “Solo un milagro puede salvarnos”.
Dijo que era profesora de inglés y que, en Irán, se había convertido al cristianismo en una iglesia clandestina. Según la ley islámica iraní, abandonar el Islam se considera apostasía y es un delito castigado con la muerte.
Dijo que abandonó Irán en diciembre, con la esperanza de construir una nueva vida en Estados Unidos. Sabía que Trump estaba deportando a migrantes, añadió, pero pensó: “No soy una delincuente, tengo estudios, les mostraré mis cualificaciones, mis papeles de conversión al cristianismo”.
Ghasemzadeh dijo que tomó una serie de vuelos hasta México, y luego se dirigió a la frontera sur de Estados Unidos pagándole a un contrabandista unos 3000 dólares para que la ayudara a saltar el muro fronterizo. Pronto fue detenida por los agentes fronterizos.
Tras pasar cinco días bajo custodia federal, según Ghasemzadeh, las autoridades estadounidenses ataron las manos y los pies a todos los deportados, excepto a los niños.
Su grupo fue llevado a un avión militar gris: más de 100 personas procedentes de Irán, Pakistán, Afganistán, Turquía, Uzbekistán, China y otros países, según el gobierno panameño.
Una vez a bordo, una mujer uzbeka que estaba con sus dos hijos pequeños se desmayó, según Ghasemzadeh y una pareja que estaba sentada junto a ellos. Los niños lloraban.
Un miembro del ejército estadounidense que estaba a bordo se acercó a Ghasemzadeh y le pidió ayuda para traducir, porque ella hacía preguntas en inglés. Le preguntó por qué la mujer uzbeka estaba tan asustada.
“Dije que era porque no teníamos ni idea de adónde nos llevaban, ¿podrían decírnoslo, por favor?”, dijo Ghasemzadeh.
“Me abrazó suavemente”, continuó, “me susurró al oído que nos íbamos a Panamá y me pidió que no se lo contara a nadie”.
El domingo por la mañana, en el hotel de Ciudad de Panamá, tras otro intento de suicidio, Ghasemzadeh dijo que se habían confiscado todos los cristales y objetos punzantes de las habitaciones.
Ghasemzadeh dijo que ella y otros nueve cristianos iraníes, entre ellos tres niños de 8, 10 y 11 años, habían pasado los días en el hotel tratando frenéticamente de conseguir ayuda del exterior. Por la noche leían en un ejemplar de la Biblia que tenía en el teléfono.
El vicecanciller Ruiz-Hernández dijo que los migrantes estaban siendo retenidos en el hotel como una medida provisional porque el gobierno de Trump le pidió a Panamá que aceptara a los migrantes rápidamente y todavía se estaba preparando una instalación para ellos.
Ruiz-Hernández dijo que Panamá era líder y socio estratégico en la gestión de la migración, y añadió que su gobierno y Estados Unidos tenían un acuerdo que es respetuoso con los derechos humanos.
Y añadió que los migrantes del hotel no tenían antecedentes penales.
Panamá ha dicho que dos organizaciones de las Naciones Unidas, la Organización Internacional para las Migraciones y la Agencia de la ONU para los Refugiados, son las encargadas de supervisar a los migrantes mientras están en Panamá.
Un vocero de la Organización Internacional para las Migraciones dijo que el grupo estaba “facilitando retornos donde era seguro hacerlo” y no estaba involucrado “en la detención o restricción de movimiento de individuos”.
Según un alto funcionario de la ONU que pidió mantener su anonimato para poder hablar de un asunto delicado, la Agencia de la ONU para los Refugiados estaba proporcionando a Panamá apoyo humanitario y técnico, pero Panamá estaba gestionando estrictamente a los deportados y no se sabía con certeza el proceso que estaban siguiendo.
Según el presidente de Panamá, José Raúl Mulino, los deportados del hotel pronto serán enviados a un campamento situado al borde de la selva conocida como el Tapón del Darién. Construido hace apenas unos años para albergar a los migrantes que se dirigían al norte, hacia Estados Unidos, el campamento ahora se ocupará de una oleada migratoria inversa.
No está claro cuánto tiempo permanecerán retenidas las personas.
En el pasado, el campamento, llamado San Vicente, estaba conformado por unas cuantas chozas en una extensión fangosa, y los funcionarios a menudo encerraban a los migrantes en su interior. El dengue es un peligro común en la región.
En el hotel Decápolis, un hombre de unos 50 años con el apellido Wang escribió “China” en su ventana. En una llamada telefónica, dijo que había venido a Estados Unidos solo, “por la libertad”.
Había dejado a su esposa e hijos, dijo.
Apenas unos días antes había cruzado a Estados Unidos, donde fue detenido, esposado y embarcado en un avión con destino a Panamá.
“Pensaba que Estados Unidos es un país libre que respeta los derechos humanos”, dijo. “No tenía ni idea de que era como una dictadura”.
En cuanto a su país de origen, afirmó que “preferiría tirarme de un avión antes que regresar a China”.
En el viaje en un avión militar de California a Panamá, Mona, una cristiana iraní conversa de 32 años, dijo que su hijo de 8 años lloraba, aterrorizado de ver a sus padres encadenados. Para calmarlo, le dijo que todo era un juego, como superar los retos de un videojuego, y que cuando el avión aterrizara serían libres.
Le preguntó si le prepararía su plato persa favorito después de que aterrizara el avión. Su marido, Mohammad, de 33 años, dijo que durante todo el vuelo les recordó una enseñanza cristiana que recitaban a menudo.
“Jesús dijo: ‘si no me quitas los ojos de encima, yo no te quitaré los míos de encima’. Así que se lo decía constantemente a mi mujer: ‘no le quites los ojos de encima’”.
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