Un Londres de luto con postales disímbolas... la vida sigue para los británicos
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Una pantalla electrónica gigante afuera del bar Belushi’s, en el barrio londinense de Shepherd’s Bush, al oeste de la capital inglesa, proyecta de forma permanente una fotografía en blanco y negro de la reina Isabel II. Es la misma imagen que puede verse en muchas otras pantallas a lo largo y ancho de la ciudad y constituye una de las formas en que las empresas y negocios participan del duelo por la reciente muerte de su soberana.
A un lado, sobre una breve barda contigua, una cartelera analógica exhibe la postal con la cual se promueve el más reciente sencillo del cantante escocés Lewis Capaldi, “forget me”: el intérprete aparece portando solo ropa interior y lentes oscuros, sentado en el suelo y sosteniendo una copa de martini con la mano izquierda. “No estoy listo para descubrir que sabes cómo olvidarme”, es la frase que acompaña la imagen. La expresión “forget me” está subrayada.
Dentro del bar, una pequeña muchedumbre mantiene ruidosas conversaciones o corea las melodías del sonido ambiental mientras beben pintas o gin tonics de la surtida lista que ofrece el lugar.
Es el recordatorio de que la vida sigue y, aunque oficialmente el país se encuentra envuelto en el luto por el deceso de la monarca más longeva de su historia, el duelo para la gente común acaso tendrá un espacio breve en la agenda.
Y es que fuera del área donde se ubica el Palacio de Buckingham, la residencia de la monarquía inglesa en Londres, y a donde millares de personas siguen acudiendo a depositar ofrendas florales, muñecos de peluche, balones de rugby, mensajes escritos a mano y dibujos, el ambiente es el habitual: el intenso ajetreo que caracteriza a una de las capitales más visitadas del mundo.
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LA REINA FUE ALGO APARTE
“Pensé que iba a ser más fuerte”, dice Humberto Rojas, un bogotano que llegó de visita con su familia justo el día del fallecimiento y se enteró de la noticia cuando bajó del avión. Su primera impresión, afirma, “fue la inquietud de saber qué íbamos a encontrar en Londres, pero hasta ahora (en) lo que hemos recorrido -en dos días- no hemos notado grandes cosas”.
Sobre la marea humana que inundó este sábado Green Park, el área verde aledaña a la sede Real y lugar designado para recibir las ofrendas florales de la gente común, Humberto resume la experiencia de forma lacónica: “mucha gente pero realmente nada especial”.
Entre los miembros de su familia, puntualiza, se han formulado una pregunta: cuántos ingleses realmente están de acuerdo con la existencia de la monarquía “o es un tema que ya pronto va a terminar”.
Como muchos otros, sin embargo, coincide en apartar a Isabel II del resto de su familia, concediéndole que se trataba de una persona que infundía gran respeto.
En esa posición coincide John, el animoso taxista que me transportó en uno de los trayectos por la ciudad y quien presume a la menor provocación que su taxi es “el único en el mundo” en el cual aún se puede fumar... aunque pide que no se lo diga a nadie.
Es inglés, pero no siente afecto por la monarquía. Se declara republicano y considera que la familia real -con la excepción de la recién fallecida reina- son “basura”. Y aunque se disculpa por el lenguaje agrega enseguida que no encuentra nada de respetable en el resto de los integrantes de la realeza
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UN HOMENAJE MERECIDO
En el otro extremo del espectro emocional se encuentra James, un londinense que acudió la tarde de este sábado, junto a sus hijos Peter y Alfred, así como su padre Ron, a depositar un ramo de flores a Green Park. Antes de hacerlo, y con ayuda de una grapadora, unió a las flores tres tarjetas de cartulina con mensajes escritos por sus hijos y por él mismo.
James está convencido de que la reina merece el tributo que está recibiendo del pueblo inglés porque “se dedicó a servir a nuestro país desde la edad de 21 y cumplió con su deber”. A lo largo de los 70 años de su reinado, agrega, ella influyó de forma importante, no solo en la historia de la comunidad inglesa sino en la del mundo.
Y para tenerlo claro, asegura, es necesario tener en cuenta que, al ascender al trono en 1952 -cuando, aprovecha para recordar, su padre Ron apenas tenía cuatro años-, el mundo era completamente diferente y el Reino Unido no era la nación multicultural que ahora puede reconocerse a simple vista. Esa transformación, asegura, se debe en buena medida al trabajo de la soberana.
“Usted ha hecho mucho por este país. Nosotros le agradecemos. Descanse en paz”, dice el mensaje que Peter, el hijo mayor de James, de solo 9 años, escribió para la reina.
LA VIDA SIGUE
Sobre el Westminster Bridge, el segundo construido para cruzar el Támesis, los turistas se agolpan alrededor de los autobuses que ofrecen recorridos por la capital inglesa con precios desde 37 libras esterlinas (unos 850 pesos). Custodiados por el famoso reloj de la torre del Parlamento Inglés y rodeados de siglos de historia, los promotores de los recorridos atienden a sus potenciales clientes en diversos idiomas.
A su alrededor circulan cientos de personas en bicicletas y monopatines, dos medios de transporte muy populares en Londres y que pueden rentarse casi en cualquier esquina. Algunos vendedores de souvenirs ofrecen su mercancía haciéndose escuchar por encima del bullicio del intenso tráfico vehicular y humano.
Un poco más al sur, ya del otro lado del Támesis, la ruta peatonal se adentra en un túnel que se ubica en la calle Leake. Los londinenses lo conocen como el “Banksy Tunnel”, o el “túnel del graffiti”. Las paredes y el techo, en efecto, están cubiertos de imágenes creadas por artistas callejeros o por los clientes de los bares que hay en su interior y a quienes se invita a participar en la decoración del lugar.
El olor a pintura en aerosol golpea en cuanto se ingresa al espacio, de unos 15 metros de ancho por 200 de largo, y que se ubica debajo de las vías del tren de Waterloo. Uno de los grafiteros que hoy se han dado cita en el lugar da los últimos toques a su obra elaborada con pintura color gris y ribetes verde fosforescente.
La parte más importante de su pinta son cuatro letras que casi van del piso al techo y dicen “PEZA”, acaso un acrónimo que me es imposible descifrar. Pero la frase de la parte superior derecha, aunque está en letras mucho más pequeñas, se lee con toda claridad y puede que refleje la posición de quienes, en un país que está despidiendo el reinado más largo de su historia, no sienten afecto por la monarquía: “fuck the king”.
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