Una segunda presidencia de Trump podría ser más radical que la primera
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La retórica violenta y autoritaria de Trump en la campaña electoral de 2024 suscita una creciente alarma
Por Charlie Savage, Jonathan Swan y Maggie Haberman
En la primavera de 1989, el Partido Comunista de China usó tanques y soldados para aplastar una protesta a favor de la democracia en la plaza de Tiananmén de Pekín.
La mayor parte de Occidente, más allá de las líneas partidistas tradicionales, se horrorizó ante la represión que mató a cientos de estudiantes activistas. Pero un conocido estadounidense quedó impresionado.
“Cuando los estudiantes se congregaron en la plaza de Tiananmén, el gobierno chino casi lo arruina”, dijo Donald Trump en una entrevista con la revista Playboy el año después de la masacre. “Después, se ensañaron, fueron horribles, pero los suprimieron con fuerza. Eso demuestra el poder de la fuerza. En este momento, nuestro país es percibido como débil”.
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Fue una frase sin importancia en una amplia entrevista, concedida a un periodista que hacía un perfil de un famoso hombre de negocios de 43 años que no era entonces un actor en la política nacional ni en los asuntos mundiales. Pero a la luz de lo que Trump ha llegado a ser, su apología de la represión despiadada de los manifestantes democráticos está impregnada de presagios.
La retórica violenta y autoritaria de Trump en la campaña electoral de 2024 suscita una creciente alarma, además de comparaciones con dictadores fascistas históricos y autócratas populistas contemporáneos. En las últimas semanas, deshumanizó a sus adversarios diciendo que eran “alimañas” que debían ser “erradicadas”; declaró que los migrantes están “envenenando la sangre de nuestro país”; animó a disparar contra los ladrones de tiendas y sugirió que el exjefe del Estado Mayor Conjunto, Mark Milley, merecía ser ejecutado por traición.
Ahora que se postula de nuevo a la presidencia mientras enfrenta cuatro procesos penales, Trump puede parecer más enfadado, desesperado y peligroso para la democracia al estilo estadounidense que en su primer mandato. Pero la línea directa que emerge es anterior: lleva décadas glorificando la violencia política y elogiando a los autócratas.
Un segundo mandato de Trump se diferenciaría no tanto por su carácter sino por su entorno. Las fuerzas que en cierto modo contuvieron sus tendencias autócratas en su primer mandato (miembros del personal que consideraban que su trabajo era a veces contenerlo, los pocos republicanos del Congreso dispuestos por momentos a criticarlo u oponerse a él, un equilibrio partidista en la Corte Suprema que a veces fallaba en su contra) serían todas más débiles.
En consecuencia, los planes políticos y las ideas más extremas de Trump y sus asesores para un segundo mandato tendrían más posibilidades de hacerse realidad.
Una agenda radical
Sin duda, parte de lo que Trump y sus aliados están planeando está en línea con lo que un presidente republicano cualquiera podría hacer. Por ejemplo, es muy probable que Trump eche para atrás muchas de las políticas del presidente Joe Biden para frenar las emisiones de carbono y acelerar la transición a los coches eléctricos.
Sin embargo, hay otros aspectos de la agenda de Trump que son aberrantes. Ningún otro presidente estadounidense había contemplado la posibilidad de retirarse de la OTAN. Trump dijo que reevaluaría a fondo “el propósito y la misión de la OTAN” en un segundo mandato.
También dijo que le ordenaría al Ejército atacar a los cárteles de la droga en México, lo que violaría el derecho internacional a menos que su gobierno diera su consentimiento. Lo más probable es que no lo haga.
Del mismo modo, afirmó que desplegaría al Ejército en el territorio estadounidense. Aunque en general es ilegal utilizar soldados para hacer cumplir las leyes nacionales, la Ley de Insurrección permite excepciones.
Los planes de Trump de sacar del país a los inmigrantes que se encuentran allí de manera ilegal incluyen hacer redadas masivas, instalar enormes campos de detención, deportar a millones de personas al año, poner fin al asilo, intentar acabar con la ciudadanía por derecho de nacimiento para los bebés nacidos en suelo estadounidense de padres que viven ilegalmente en el país e invocar la Ley de Insurrección cerca de la frontera sur para que los soldados también actúen como agentes de inmigración.
Trump buscaría expandir las facultades del presidente de muchas maneras, como concentrar una mayor autoridad en el poder ejecutivo en la Casa Blanca, acabar con la independencia de las agencias que el Congreso creó para operar al margen del control presidencial y reducir las protecciones de la función pública para facilitar el despido y contratación de decenas de miles de empleados gubernamentales.
Más que cualquier otra cosa, la promesa de Trump de utilizar el Departamento de Justicia para vengarse de sus adversarios es un desafío manifiesto de los valores democráticos. Teniendo en cuenta cómo trató de conseguir que los fiscales persiguieran a sus enemigos mientras estaba en el cargo, pondría fin a la norma de independencia investigadora del control político de la Casa Blanca que surgió después de Watergate.
Cuando se le pidió hablar al respecto, un vocero de Trump no entró en detalles, pero sí criticó a The New York Times mientras decía que Trump tenía “mano dura contra la delincuencia”.
Protecciones debilitadas
Ya desde que se postuló en 2016, Trump incumplió las normas democráticas.
Calificó de fraude su derrota en los caucus de Iowa sin tener pruebas y sugirió que solo consideraría legítimos los resultados de las elecciones generales si ganaba. Amenazó con encarcelar a Hillary Rodham Clinton, tachó de violadores a los inmigrantes mexicanos y prometió prohibir la entrada de los musulmanes en Estados Unidos. Se ofreció a pagarle abogados defensores a los seguidores que golpearan a manifestantes en sus mítines y avivó el odio contra los periodistas que cubrían sus actos.
Ya en la presidencia, Trump se negó a dejar de lado sus negocios y quienes querían congraciarse con él reservaban caros bloques de habitaciones en sus hoteles. A pesar de una ley contra el nepotismo, dio puestos en la Casa Blanca a su hija y a su yerno. Utilizó poderes de emergencia para gastar más en un muro fronterizo de lo que había autorizado por el Congreso.
Sin embargo, algunas de sus violaciones más graves de las normas no se materializaron.
Trump presionó al Departamento de Justicia para que procesara a sus adversarios. El Departamento de Justicia abrió varias investigaciones penales, desde el escrutinio del exsecretario de Estado John Kerry y del exdirector del FBI James Comey hasta el intento de un fiscal especial, John Durham, por encontrar fundamentos para acusar a funcionarios de seguridad nacional de la era Obama o a Clinton de delitos relacionados con los orígenes de la investigación sobre Rusia. Pero, para el enojo de Trump, los fiscales decidieron no presentar tales cargos.
Y ninguno de los dos casos de impugnación tuvo éxito. Trump intentó coaccionar a Ucrania para que abriera una investigación penal sobre Biden mediante la retención de ayuda militar, pero no funcionó. También trató de revertir su derrota electoral en 2020 y alentó el ataque al Capitolio, pero el vicepresidente Mike Pence y las mayorías del Congreso rechazaron su intento de mantenerse en el poder.
Existen motivos para creer que varios obstáculos y baluartes que limitaron a Trump en su primer mandato estarían ausentes en un segundo.
Parte de lo que Trump intentó hacer se vio frustrado por la incompetencia y la disfunción de su equipo inicial. Pero a lo largo de cuatro años, los que se quedaron con él aprendieron a ejercer el poder con mayor eficacia. Por ejemplo, después de que los tribunales bloquearon su primera prohibición a ciertos viajeros de ingresar al país, que se había elaborado de manera descuidada, su equipo desarrolló una versión que la Corte Suprema permitió que entrara en vigor.
Los nombramientos que realizó durante cuatro años crearon una supermayoría republicana atrincherada en la Corte Suprema que con toda seguridad se pondría de su lado, ahora en algunos casos que perdió, como la decisión de 5 contra 4 votos en junio de 2020 que le impidió poner fin a un programa que protege de la deportación a ciertas personas que viven ilegalmente en el país y que fueron traídas de niños y crecieron como estadounidenses.
Lo personal es político
Quizá el contrapeso más importante a la presidencia de Trump fue la resistencia interna de su gobierno a algunas de sus demandas más extremas. Un desfile de las personas que nombró y despidió en altos cargos ha advertido desde entonces que no está capacitado para ser presidente, entre ellos John Kelly, quien fungió como jefe de personal de la Casa Blanca; los exsecretarios de Defensa Jim Mattis y Mark Esper; el exasesor de seguridad nacional John Bolton, así como el exfiscal general William Barr, entre otros.
Por su parte, Trump ha dicho que todos ellos son débiles, estúpidos y desleales. En privado, ha dicho a sus allegados que sus mayores errores tuvieron que ver con las personas que nombró, en particular a quien eligió para fiscal general. Los asesores que se han quedado con él están decididos a que, si gana un nuevo mandato, no habrá funcionarios que obstaculicen su agenda de manera intencional.
Además de elaborar documentos políticos, la coalición de grupos de reflexión dirigidos por personas afines a Trump también recopiló una base de datos de miles de posibles reclutas que ya cuentan con el visto bueno para formar parte del equipo de transición en caso de que Trump gane las elecciones. Los ex altos funcionarios del gobierno de Trump realizan esfuerzos similares para prepararse para abastecer al gobierno de abogados que podrían encontrar maneras de hacer que se aprueben las ideas radicales de la Casa Blanca en lugar de plantear objeciones legales.
c.2023 The New York Times Company