Una de sal por las que van de azúcar

Opinión
/ 15 abril 2010

¡Mi querido y admirado Catón!

Quien me dice estas cordialísimas palabras es Enrique Krauze.

Sucedió en el Aeropuerto de Monterrey, que tanta publicidad ha recibido en estos días.
Enrique iba a participar en un foro de cultura; yo regresaba de dar una conferencia en la Ciudad de México.

Todos los días te leo -me dice Krauze-. Y te leo en tus dos vertientes, la del humor y la otra. Tus reflexiones me hacen mucho bien, especialmente ésas de tu amigo que toma su martini con dos aceitunas. En tus comentarios políticos no estoy de acuerdo casi siempre.

Eso me desazona. Pero añade Enrique con una gran sonrisa:

Estoy de acuerdo siempre.

Conozco a Enrique Krauze desde hace mucho tiempo. Él le pidió a Nina Zambrano, directora del Museo MARCO, de Monterrey, que fuera yo quien presentara su libro "La Presidencia Imperial". Desde entonces sé de la generosidad de este mexicano de inteligencia lúcida y acendradas convicciones democráticas. Conservo una expresiva carta de agradecimiento que me dirigió con motivo de la burda agresión que una pequeña banda de facciosos enderezó contra él y contra su revista "Letras Libres" en la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara. Recientemente había publicado Krauze un artículo con críticas a Castro, y esa vociferante turba lo abucheó y denostó en su presentación ahí. Escribí un artículo condenando el atropello de aquellos mentecatos, y Enrique me lo agradeció en la misiva que antes dije.

Tras ese venturoso encuentro que he narrado me dirigí a tomarme un capuchino en uno de los pequeños cafés que hay en el aeropuerto, pues una hora después debía tomar otro vuelo, ahora a Guadalajara. Bebiendo mi cafecito estaba, y tratando de resolver un sudoku de cuatro estrellas, canallesco, cuando he aquí que llegó un señor acompañado por su esposa y por dos muchachas gorditas que deben haber sido sus hijas. Al menos merecían serlo. Me vio ese señor, y dijo a sus acompañantes:

¡Miren ! ¡Catón!

Me enderecé en mi asiento para esperar el saludo de admirador que seguramente seguiría. Pero en vez del saludo de admirador que seguramente seguiría añadió aquel señor con voz de asombro:

¡Todavía!

Carajo, no puede uno tener dicha completa. Miel, y luego hiel. De azúcar y de sal, como el pan y los tamales. Seguí bebiendo mi café en silencio, ya sin la plácida serenidad que debe acompañar a un capuchino. Mohíno, me puse a meditar en los misterios de la vida y en la ceguera con la cual reparte con imparcialidad sus duras y sus maduras.
Te da una palmada de cariño y después, a continuación, un fregadazo.

En fin, de ese tamaño fueran todos los fregadazos de la vida.

Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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