Un sacerdote enamorado

Opinión
/ 25 abril 2011

En cierta ocasión di una conferencia en la Sala Ponce del Palacio de Bellas Artes. Antes de empezar la velada entré en el recinto, vacío aún, y lo vi lleno de fantasmas. Y es que ahí escuché la primera lectura del más bello texto salido de la pluma de don Artemio de Valle Arizpe: "Historia de una vocación". No tenía ya él voz para leer, pero lo hizo en su lugar, con donosura y gracia, quien lo sucedería como Cronista de la Ciudad de México: Salvador Novo.
Con otro fantasma me topé: el de un hombre de luenga barba hirsuta y traza de sabio o de profeta. Acerca de esa barba escribió Alfredo Cardona Peña estos alejandrinos bien trovados:
 "... Lo primero que vemos son unas ramas coptas
que luego se transforman en carrascas indoctas
 que entienden griego y náhuatl, y aman al Peripato.
¡Diccionario tenemos con ellas para rato!...".
Aquel fantasma era el del padre Angel María Garibay K... Esa ka es de Kintana, apellido de origen éuscaro que los vascos se niegan a escribir con la q castellana, o sea con cu. Jamás traté al erudito sacerdote, pero leí sus memorias en un libro que no circuló mucho, pues las autoridades eclesiales lo vieron con sospecha y prohibieron su circulación.
En agosto de 1958 -tenía yo 20 años- asistí en la misma Sala Ponce a una conferencia que dictó el padre Garibay. ¿De quién habló esa noche? ¿De Nezahualcóyotl? No. ¿De Aristóteles, entonces? Tampoco. ¿Acaso de San Agustín? Menos aún. El padre Garibay habló de Acuña, de nuestro Manuel Acuña, a cuyo nombre hay que añadir por fuerza las palabras "el poeta suicida" o "el infortunado bardo".
En ese tiempo yo leía a Villaurrutia, al dicho Novo, a Gorostiza y Pellicer. Pensaba por tanto que Acuña era un poeta cursi. Supuse que el padre Garibay, sabio como era, lo iba a hacer pedazos. También creí que lo reprobaría con acrimonia -sacerdote al fin- por haberse privado de la vida. En las dos conjeturas anduve equivocado. Comenzó el disertante por decir que Acuña era una luminaria -esa palabra empleó, bien lo recuerdo- de nuestra poesía, y a propósito de la temprana muerte del poeta recordó la sabida frase de Menandro según la cual los escogidos de los dioses mueren jóvenes.
Yo quedé muy intrigado, y más cuando escuché al padre Garibay decir de memoria algunos tercetos de "Ante un cadáver", y negar que el poema fuera fruto de frío materialismo positivista, afirmando que antes bien guardaba relación con antiguas sabidurías del Oriente según las cuales el curso de la vida y de la muerte forma un círculo que no tiene principio ni final.
¿Por qué ese austero sacerdote, siempre de negro hasta los pies vestido, parco en su trato y su palabra, decía tan bien de Acuña y de sus versos? Nunca me lo expliqué hasta que tuve en mis manos su libro de memorias. Entonces pude repetir aquella manida frase de las comedias españolas: "¡Ahora caigo!". Diré mañana por qué aquel sacerdote pudo entender tan bien a Acuña, el poeta suicida, el infortunado bardo. (Continuará).

Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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