Amor envuelto en el lonche (y también los pleitos)
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Quiero recordar una época de algarabía para los obreros de Altos Hornos de México. Centrarme de nuevo en una pequeña abertura en la barda de tela metálica a las afueras de una de sus inmensas plantas; traer a mi mente ese recuadro por donde entraban tacos y viandas con platillos listos para ser entregados a los obreros. Ese recuadro no existe más ahora. Mi padre fue obrero.
Vuelvo al rectángulo metálico. Frente a él se apilaban las mujeres a la hora en la que el silbato sonaba por toda la ciudad para marcar el cambio de turno, ese sonido era esperado para entregar los guisos recién hechos. Esa zona y ese recuadro era un punto de encuentro de la mujer con su marido. Era un espacio en donde también había pleitos, sobre todo cuando dos mujeres se juntaban a la misma hora para entregar "el lonche" al mismo hombre. Entonces aquello era un volar de cazuelas, guisos y gritos por el aire caliente.
Mi padre llevaba el lonche desde que salía de casa pues mi madretrabajaba. Llevar el lonche era llevar el amor de la mujer. Mi madre sufría porque las tortillas de harina le quedaban quebradizas y a mi padre le hacían burla de sus tacos. Las mofas eran más intensas para aquel que llevaba una bolsa de papel estraza con una lata de atún y un abrelatas, o con dos aguacates y galletas saladas, pues en ese acto -dicen- medían la falta de cariño de la esposa. Algunos se reunían en oficinas, era el caso de mi padre. Allí todos juntos: subalternos y jefes, calentaban el lonche o abrían los platos con guisos. Entre charla y chascarrillo había una clara competencia para calificar los guisados.
Algunos preferían lo que cocinaba la esposa de Juan, otros el sazón de la mujer de Pedro, y sólo esperaban que llegara el compañero con la esposa que mejor cocinaba, para pedirle "un taquito".
Al final, algunos obreros se llevaban para "el recalentado" los platillos sobrantes, y en casa la esposa probaba la sazón de otras mujeres, preguntando quién había cocinado qué cosa. Así intentaba mejorar para obtener una mejor opinión en el siguiente "lonche".
Una de las mujeres de estos obreros me contó una maravillosa historia. Un día al marido se le ocurrió no llegar a dormir todo el fin de semana; este fresco señor se desapareció tres días. Ella estaba enfurecida. Durante una semana no le habló al marido, y por supuesto, no le "echó lonche". Para mala suerte de este hombre, ella era una excelente cocinera y todos esperaban con ansias sus guisos. Con el transcurrir de los días el marido amenazaba, y mientras le pedía perdón le exigía que volviera a "echarle lonche", pues ya no encontraba qué pretexto dar a sus compañeros. Ya todos empezaban a notar que algo andaba mal entre ellos.
Una mañana el hombre amenazó con gritos, finalmente ella fue a la cocina. Puso a calentar aceite, partió la olorosa cebolla iniciando el guiso. El marido se asomó a la cocina y su mirada revisora se complació. Ella terminó de hacer los tacos y se los entregóde mala gana.
Ella me cuenta que a la hora del lonche, su marido llegó a la oficina con su jefe y sus compañeros, y volvió a sentirse orgulloso de compartir el famoso sazón de su mujer. Las risas de todos no tardaron en convertirse en carcajadas: al probar los tacos y abrirlos luego, vieron el guiso: "¡pero si es pura cebolla y puro chile!". Ella recuerda esto orgullosa. Añadió que los compañeros de su marido exclamaban: "¿pues qué le hiciste a tu mujer que anda tan enchilada?". Su marido por supuesto, corrigió las formas. No han nada más humillante que una mujer astuta y ofendida, sobre todo cuando ama al marido y le cocina cada guiso como si en él fuera el honor y el amor de la familia.
claudiadesierto@gmail.com