Por Angelina Kariakina, The New York Times.
I
Nuestra casa en el campo de Kiev estaba de cabeza. Había muebles, ropa, cubiertos y papeles por todas partes y un agujero de bala en la pared de nuestro dormitorio. En el pasillo había un par de botas militares sucias y baratas, y en la mesa de la cocina, tres vasos de vodka.
No era nuestro vodka ni eran nuestros vasos.
“Pero tuvimos mucha suerte”, dijo mi marido. Y tenía razón. Estábamos en Kiev cuando los soldados rusos llegaron a nuestro pueblo, Severynivka, a finales de febrero de 2022. La avanzada rusa se detuvo y permanecieron allí más de un mes antes de retirarse. Volvimos a casa en abril. Soy periodista y mi marido es policía. No creo que nos hubiera ido muy bien en una ocupación.
Nuestro pequeño pueblo tiene unas pocas calles y unas doscientas casas. La mayoría de los habitantes se marcharon en los primeros días de la invasión. Solo quedaban unos cuantos para cuando llegaron los rusos, saquearon las casas, bebieron y dispararon a los animales y a los coches civiles.
Otros pueblos de las afueras de Kiev (como Motyzhyn, Makariv y Bucha) no tuvieron tanta suerte.
Poco a poco, limpiamos y volvimos a instalarnos en nuestra vida, nuestra ciudad y nuestro trabajo. Empecé a documentar los crímenes de guerra rusos en Mariúpol, una ciudad del sur sometida a un asedio brutal y sangriento.
Estuve investigando un ataque ruso contra un hospital de maternidad el 9 de marzo. Una foto que Evgeniy Maloletka, uno de los últimos periodistas que quedaban en Mariúpol, le tomó a Iryna Kalinina, con un embarazo muy avanzado y malherida, mientras era evacuada del centro en camilla, se convirtió en una de las horripilantes imágenes más difundidas de los primeros días de la guerra.
En junio me enteré de que estaba embarazada de mi primer hijo. Nunca nos planteamos abandonar el país. Ucrania era nuestro hogar y sería el hogar de nuestro hijo. Opté por dar seguimiento a mi maternidad en el hospital municipal de Kiev. Iba a ser una mujer embarazada en un país donde parecía que una mujer embarazada se había convertido en un objetivo de guerra.
II
Iryna conoció a Iván Kalinin hacía unos 15 años, pero no comenzaron a salir sino hasta años después. Ella era de carácter fuerte, incluso testaruda, me dijo él. “Quizá por eso me enamoré de ella”, confesó.
Su primer embarazo fue fallido, pero seis meses después Iryna volvió a quedar embarazada. El parto estaba previsto para el 11 de marzo de 2022. Estaban decorando el cuarto del bebé en su apartamento cuando Rusia invadió el país.
Iván cuenta que intentaron escapar de la ciudad un par de veces, pero disparaban a los coches que tenían delante y detrás, así que tuvieron que dar media vuelta.
El 8 de marzo, Iryna pensó que debían ir al hospital de maternidad. Algunas instalaciones ya estaban cerradas o dañadas y otras estaban abarrotadas o carecían de electricidad o suministros, por lo que la familia fue al Hospital Municipal No. 3.
Al día siguiente, Iván salió a comprar pañales y ropa de bebé. Cuando volvió, el edificio casi había desaparecido.
Después, Iván supo que Iryna estaba herida de gravedad y la habían llevado a otro hospital.
Nunca supe por qué Iryna no había bajado al refugio con los demás. Quizá ya estaba en labor de parto y pensó que estaría a salvo en un hospital.
Oleksandr Bielash, anestesista, formó parte del equipo que le practicó una cesárea de urgencia a Iryna.
Bielash recordó las heridas que tenía en la cadera y el vientre. “Podíamos ver que estas heridas eran incompatibles con la vida”, dijo. “Estaba en estado de shock y decía: ‘Solo mátenme’”.
El bebé nació muerto. Cuando Iryna murió, los médicos los colocaron juntos dentro de una bolsa de plástico negra.
Así fue como Iván los encontró. Los enterró ese mismo día.
III
Durante el primer trimestre de mi embarazo, sentí muchas náuseas, pero también mucha felicidad a medida que mi vientre crecía.
Me daba igual que el bebé fuera niño o niña. Pero recuerdo el momento en que supimos el sexo. Mi marido dijo que no era ninguna sorpresa. “Un niño significa soldado”, pensé. Mientras yacía con el vientre desnudo en la sala de exploración, me preguntaba si él también tendría que luchar en esta guerra. ¿O seríamos capaces de derrotar a Rusia por nuestros hijos?
Cuando estaba embarazada de siete meses, mi vientre era grande y redondo. Bajar al refugio antiaéreo hasta tres veces al día se hizo más complicado y los apagones tras los ataques con misiles eran más duros. Si estaba sola en casa, tenía que abrirme paso entre la oscuridad y sortear la nieve amontonada alrededor de nuestra casa para encender el generador.
Empecé a comprar cosas de bebé: una manta, unos cuantos mamelucos, calcetines. En los primeros días de la invasión, todas las tiendas de Kiev estaban cerradas. Así que seguí aprovisionándome, por si acaso.
IV
Anastasiya Piddubna también fue al Hospital Municipal núm. 3 unos días antes del ataque. A diferencia de Iryna, ella se encontraba en el refugio cuando cayeron las primeras bombas. “Se sentía como si todo el planeta hubiera estallado”, relató. “Cuando llegué al hospital de maternidad, estaba segura de que estaba a salvo. Nadie se atrevería jamás a atacar un hospital de maternidad. Es como una iglesia, ¿o no?”.
Anastasiya fue evacuada, con su marido y su hermano menor, a un hospital del otro lado de la ciudad. Le habían programado una cesárea por razones médicas, pero no había suficiente anestesia para practicarla. “Los médicos me dijeron que solo Dios podía ayudarme”, recordó.
Dio a luz a un niño el 22 de marzo. Hacía frío en la habitación y los médicos tuvieron que trabajar con linternas.
“Había una chica a mis espaldas que había perdido a su hijo. Me vio dar a luz”, cuenta Anastasiya. “Me sentí culpable de que ella pudiera verlo”.
V
En diciembre pasado, hubo un ataque en el centro de Kiev, a unos cinco minutos del hospital donde tenía previsto dar a luz dos meses después. Por suerte, quedó intacto y funcionaba con normalidad el 19 de febrero, día en que nació mi hijo. Una de las primeras cosas que escuchó fue una sirena antiaérea.
Ahora tiene casi 9 meses. Hace poco probó una manzana de nuestro huerto, su primera fruta. Ha aprendido a sentarse y a gatear. A menudo se duerme sonriendo.
De vez en cuando suenan las sirenas y nos resguardamos en el baño, que nos parece el lugar más seguro de la casa.
Pero él está aquí. A pesar de que hay gente capaz de saquear una casa, quemar una ciudad o bombardear un hospital con mujeres embarazadas y bebés en su interior. Él está aquí.
Nosotros estamos aquí. c.2023 The New York Times Company.