A una carta
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El filósofo Julián Marías comentó: “Siempre he creído que la vida no vale la pena más que cuando se la pone a una carta, sin restricciones, sin reservas; son innumerables las personas, muy especialmente en nuestro tiempo, que no lo hacen por miedo a la vida, que no se atreven a ser felices porque temen a lo irrevocable, porque saben que, si lo hacen, se exponen a la vez a ser infelices”.
Las siguientes son historias reales que, sin duda, en muchos aspectos desafían innumerables creencias contemporáneas, desde mi punto de vista erróneas, sobre el matrimonio, la fidelidad, la gratitud y la felicidad.
EL MISMO DÍA
En año pasado Margaret y Derek, ambos de 91 años, murieron con tres días de diferencia a causa del coronavirus en el Hospital General de Trafford, en Reino Unido. Los médicos pudieron reunirlos para verse por última vez. En la imagen difundida en las redes sociales se aprecia que ambos se toman de las manos amorosamente, dio la vuelta al mundo y no era para menos: compartieron su vida en matrimonio durante 70 años.
En agosto de 2013, en periódicos de algunos países se leía la siguiente nota: “Harold y Ruth Knapke, una pareja de ancianos estadounidenses -de 91 y 89 años-, murieron en el estado de Ohio, en los Estados Unidos”. Dada su edad, el fallecimiento de los Knapke no se presentó de forma inesperada para sus familias y conocidos. Sin embargo, lo realmente extraño, y a la vez conmovedor, fue que los dos cerraron los ojos el mismo día. Lo hicieron en la misma habitación, la que compartieron durante los 65 años que llevaban casados.
La pareja se conoció durante su infancia y, años más tarde, empezó su noviazgo. Las cartas fueron la principal vía por la cual los enamorados se comunicaban, sobre todo, mientras Harold se encontraba lejos de casa. Más de medio siglo después, y pocos días antes de la celebración de su 66 aniversario de bodas, la pareja se despidió. Según una de sus hijas su padre “quería acompañar a su mujer hasta el final de su vida, y hasta la siguiente, y así lo hizo”.
DE LA MANO
Otra historia similar, que ocurrió en los Estados Unidos, refiere a la pareja conformada por Don Simpson y Maxine Sloan, quienes vivieron juntos más de 62 años y cuya despedida también fue noticia en el mundo.
La crónica del suceso comenta: “Murieron con cuatro horas de diferencia en la misma habitación tomados de la mano durante las últimas horas de sus vidas (...) Cuando se dieron cuenta que estaban juntos los ancianos se tomaron las manos”. “Yo sabía en mi corazón que esto debía pasar. El abuelo y la abuela debían estar juntos y ellos morirían juntos”, dijo Melissa, una de sus nietas.
Eso fue exactamente lo que sucedió: “pude escuchar el monitor, tuvo su último respiro y fui a ver y la abuela se había ido”, relató Melissa y agregó: “retiramos el cuerpo de la abuela del lugar, luego fui a ver al abuelo y había dejado de respirar. Él se fue con ella”.
“Todo lo que quería Don era estar con su bella esposa. Adoraba a mi abuela, la amó hasta el fin del mundo”. Melissa concluyó: “verdadera historia de amor y que así se suponía que debía ser”.
Él tenía 90 años y ella 87, se conocieron en 1952.
MISTERIO
Pienso que el matrimonio no es un “proyecto” de dos personas como muchos lo piensan, pues los proyectos propiamente hablando son “planes de acción que se piensan realizar en un tiempo determinado, que tienen un principio y un final, para lo cual se establece una planeación y un conjunto de medios necesarios para lograrlo”. Como se puede apreciar, esta definición considera obtener ciertos objetivos y la efectividad (eficiencia y eficacia) para alcanzarlos; por tanto, si éstos no se consiguen, aparece el fracaso, derivado de una la planeación inadecuada, pero, a todas luces, de esta forma no se pueden desarrollar las relaciones personales, menos la vida matrimonial o familiar.
En las historias narradas se puede inferir que para estas personas el haber vivido en matrimonios durante muchos años fue más que un “proyecto”; más bien, representó un regalo de la vida, un encuentro constante que les permitió abrirse a inéditas realidades, a la posibilidad de abrazar, a veces con dolor y otras gozosamente, las diferentes etapas de la existencia, así como los inevitables encuentros con lo impensable, con lo aparentemente improbable, con todo eso de lo que solo se puede salir adelante con el apoyo de Dios y con grandes dosis de voluntad.
Estas historias son testimonio de la posibilidad de que dos seres humanos pueden crecer juntos, realizarse a plenitud, progresar como personas y engrandecer mutuamente sus almas.
Tal vez, ellos sabían que el matrimonio no consistía simplemente en permanecer juntos durante décadas, sino más bien en aprender a vivir en pareja, entretejiendo al mismo tiempo la vida propia y la de ambos, aceptando esas diferencias que, paradójicamente, hacen crecer en lo individual; en experimentar el amor y la generosidad que de éste se desprende. Sabiéndose amorosamente interdependientes.
Quizás ellos sabían que “para un buen matrimonio había que enamorarse muchas veces, pero siempre de la misma persona”, seguramente ellos comprendieron que el matrimonio, por lo que encierra y lo que se llega a descubrir, es uno de los grandes misterios de la vida.
Posiblemente, descubrieron que la felicidad, entendida como algo vital, reconocible, individualizable, se extiende en la existencia de otra vida. Ellos sabían que esta felicidad “se refugia en el carácter único e insustituible de la vida humana”, de la vida, precisamente, del ser amado.
JUNTOS...
Supongo que, de alguna manera, la perdurabilidad de su unión se basó en eso que el poeta Gibrán habló para engalanar al matrimonio:
“Nacieron juntos y juntos permanecerán para siempre. Aunque las blancas alas de la muerte dispersen vuestros días. Juntos estarán en la memoria silenciosa de Dios. Mas dejen que en su unión crezcan los espacios. Y dejen que los vientos del cielo dancen entre vosotros. Amaos uno a otro, mas no hagan del amor una prisión. Mejor es que sea un mar que se meza entre orillas de sus almas. Llénense mutuamente las copas, pero no beban sólo en una. Compartan su pan, mas no coman de la misma hogaza. Canten y bailen juntos, alégrense, pero que cada uno de ustedes conserve la soledad para retirarse a ella a veces.
Hasta las cuerdas de un laúd están separadas, aunque vibren con la misma música. Ofrezcan su corazón, pero no para que se adueñen de él. Porque sólo la mano de la vida puede contener sus corazones. Y permanezcan juntos, mas no demasiado juntos: Porque los pilares sostienen el templo, pero están separados. Y ni el roble ni el ciprés crecen el uno a la sombra del otro”.
SIMPLE...
Merecen ser contadas estas noticias de amor, sencillamente porque se necesitan en esta cultura donde lo moderno, lo “chic”, reside en relativizar absolutamente todo, inclusive el amor elegido; vale contarlas porque son ejemplos de vida para las nuevas generaciones que, muchas veces, quieren la vida a “la carta” con sus propios gustos específicos, con total ausencia de sufrimiento.
Bueno es compartir estas historias de esperanza, dado que hoy existe la perversa modalidad de comprometerse, pero eso sí ¡no a todo, ni en todo! Solo en aquello que conviene.
Sucede lo que decía Descalzo: “preferimos no acabar de apostar por nada, o si no hay más remedio que hacerlo, lo rodeamos de reservas, de condicionamientos, de «ya veremos cómo van las cosas»”, y en esta realidad no solo se encuentra el matrimonio, sino también el trabajo, el estudio y todo aquello que implique dedicación, esfuerzo y entrega total.
Hay en la vida entregas que por decisión propia son totales, como el caso del matrimonio y, para ser claro, en este contexto: “un amor condicionado es un amor putrefacto. Un amor «a ver cómo funciona» es un brutal engaño entre dos. Un amor sin condiciones puede fracasar; pero un amor con condiciones no sólo es que nazca fracasado, es que nunca llega a nacer”.
Sin duda, en las cosas vitales de la existencia hay que jugarse la vida a una carta.
cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor
Tec. de Monterrey
Campus Saltillo